Maletín en mano, traje de algún color oscuro, camisa blanca abrochada hasta el último botón, corbata con el nudo siempre tenso, zapatos recién lustrados: la representación popular del abogado -la descripción del prototipo que suele hacer el cine y la literatura- suele ir orientada a estos clichés.
En el caso de las abogadas, el “modelo televisivo” también sigue estos patrones (salvo por la corbata). Lo cierto es que esta imagen forma parte de una concepción clásica, de hace unos doscientos años, aceptable quizá para Juan Bautista Alberdi o los célebres juristas que nos enseñaron en el colegio.
La actualidad es otra: no solo ha cambiado la foto del abogado, también han cambiado sus funciones, y es aquí donde el ejercicio del Derecho ha tenido incluso más cambios que en las cuestiones de etiqueta. Hoy el abogado hace mucho más que litigar, asesorar en materia contractual o interpretar una norma. En las últimas décadas, la profesión ha dado un giro, rompiendo las fronteras de lo jurídico.
Según la Real Academia Española, “abogar” es “defender en juicio, por escrito o de palabra”, pero también es “interceder, hablar en favor de alguien o de algo”. La segunda de estas acepciones tiene mucho más que ver con el nuevo rol del abogado, que implica no solo dominar el campo normativo -conocer las leyes y saber usarlas en favor de los propios intereses o los del cliente-, también es necesario trabajar la vocación de diálogo, la negociación, el espíritu conciliador, la contención del problema o el término que hoy está de moda para describir esta función: el manejo de crisis.
¿Qué implica el manejo de una crisis y por qué es importante que sea monitoreado por un abogado? El manejo de crisis aborda la solución frente a un conflicto padecido por un determinado cliente: una campaña de difamación en redes sociales, la acusación (real o ficticia) de un delito y sus repercusiones en otros ámbitos, el efecto causado por una noticia periodística sobre una compañía, la existencia de un conflicto que promete arrastrar a una persona o empresa por el barranco del desprestigio social o comercial.
Tiene sentido la presencia de un abogado detrás de este manejo de crisis porque ciertos problemas pueden encontrar límites en una norma o aún habiéndose roto ciertos preceptos legales, la respuesta a cómo proceder suele tener repercusión en el plano legal.
Por otro lado, las agencias de comunicación -que son las unidades que suelen trabajar el manejo de una crisis- no siempre cuentan con la batería de recursos jurídicos que sí domina un abogado: muchas veces no se trata solo de cómo comunicar sino de qué comunicar, cuándo y por qué, e imaginar cuál será la respuesta frente a esa estrategia (¿sirve una medida cautelar? ¿el hecho tiene repercusiones en el plano civil, comercial, laboral, penal o en todos estos ámbitos a la vez? Estas son algunas de las preguntas que solo puede responder un abogado). Que no sea peor el remedio que la enfermedad, que la postura adoptada no pueda abrir un frente en tribunales o que sirva para evitar consecuencias dañosas en el cliente son tan solo algunos de los factores a evaluar.
Como hemos mencionado, las redes sociales cumplen un rol fundamental en todo esto: los operadores jurídicos de vanguardia no pueden trabajar careciendo de conocimientos técnicos y prácticos en relación a Twitter, Facebook, Instagram, YouTube. Se necesita conocer los engranajes, cómo hacerse de prueba a partir de estas redes, cómo paliar los efectos de un comentario desafortunado y cómo apagar un incendio sin expandir el foco. Este necesario dominio también implica un buen manejo personal: las redes del abogado o de la abogada son parte de su CV, del bagaje profesional, hablan del trabajo que se realiza o se realizó, por lo que la prolijidad en este aspecto también es un asunto de importancia.
Cuando un cliente busca asesoramiento legal, contrata la estrategia para el caso concreto pero también acuerda con los aciertos y desaciertos del experto a lo largo de su carrera (más aún, si el tema es sucesible de ser abordado por los medios de comunicación). El cliente se queda con el conjunto. Eso no le quita importancia a las labores tradicionales del abogado, como es litigar. Una buena defensa en juicio jamás pasará de moda.
Y si de moda se trata, quienes ejercen el Derecho también deben estar atentos al fenómeno de “la cancelación”: vedar a un sujeto por opiniones que suenan controvertidas o por actos cuestionados en un determinado momento, hacer de cuenta que su obra no existió, invitar a que nadie jamás vuelva a escuchar su música o leer sus libros.
Internet es un océano de información cuyas aguas fluyen rápido, a veces, sin que exista siquiera un mínimo chequeo. Las fake news y las campañas de desprestigio también son materia de análisis jurídico, ya que ensuciar a una persona en redes puede llevar minutos, mientras que depurar esa imagen -muchas veces, marcada por datos falsos- puede ser una tarea que demande meses, años o que no llegue a concretarse. Los abogados tenemos algo que hacer allí, frente a injusticias en la web y comentarios cuyo objetivo puede ser dañar a personas sin responsabilidad.
Aún queda mucho por hacer. Lo que es seguro es que este es solo el comienzo del nuevo rol del abogado, destinado a ser protagonista en la resolución de contiendas que están en expansión y que en muchísimos casos, ni siquiera llegarán a tribunales.
Jorge Monastersky Abogado, Dr. En Ciencias Jurídicas y Sociales. U.M.S.A. Posgrado en Derecho Procesal Penal profundizado.
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