Para muchos ir a sacarse sangre, concurrir al odontólogo, tener que aplicarse una inyección o ver una herida puede resultar desagradable, incómodo o bien indiferente; pero para algunas personas resulta intolerable al punto tal de llevarlos a un desmayo.
La hematofobia es una fobia específica que puede describirse como un miedo intenso, irracional y persistente a ver sangre, sufrir una herida, recibir una inyección o cualquier acto médico cruento. Es una de las fobias específicas más frecuentes en la población general y afecta a hombres y mujeres de similar forma. Este miedo puede generar una serie de conductas evitativas que afecten al cuidado de la salud, ya que constituye un obstáculo para la prevención, diagnóstico y tratamiento de enfermedades. Estas personas suelen posponer de forma sistemática estudios clínicos, vacunaciones, visitas al odontólogo e incluso puede llegar a afectar a las personas que tengan a su cargo, como niños o adultos mayores, ya que les es imposible acompañarlos en dichas actividades.
A esta situación se le suma la creencia de que su dificultad es “una forma de ser “y no suelen verlo como un trastorno específico que tiene tratamiento. Incluso puede afectar la elección de trabajos o profesiones; la expresión “hubiera estudiado medicina si no fuera porque no puedo ver sangre“ resulta más frecuente de lo que imaginamos. En el caso de las mujeres puede ser un factor influyente a la hora de pensar en un embarazo por todos los estudios que este estado supone y la posibilidad de enfrentarse a un parto o una cesárea.
Las fobias en líneas generales presentan tres características: en primer lugar, el elevado nivel de ansiedad generado ante la presencia o la anticipación del estímulo o situación temida; en segundo lugar el deseo irrefrenable de huir o escapar, y por último la capacidad de reconocer fuera de la situación fóbica el carácter exagerado de dicho temor. Pero ¿cómo se experimenta este miedo en particular?
Aparece una respuesta psicofisiológica específica dentro de las fobias y de los trastornos de ansiedad en general, que es la que denominamos “respuesta bifásica“ donde la persona experimenta un aumento en el ritmo cardíaco y en la presión arterial, y la respiración se vuelve rápida y superficial; y un segundo momento donde estos niveles decrecen de forma brusca, el ritmo cardíaco se enlentece y la presión sanguínea disminuye pudiendo llegar al desmayo.
Estos síntomas suelen estar acompañados de mareos, náuseas, confusión y debilidad, pudiendo presentarse en algunas personas una sensación de “asco”.
Algunas hipótesis que explican esta reacción tan peculiar se basan, desde una mirada evolucionista, en que el miedo a la sangre al igual que el miedo a algunos animales potencialmente dañinos tendría un sentido adaptativo y favorecedor de la supervivencia de la especie al asegurar una reacción rápida en situaciones con riesgo vital. La presencia de sangre sería una de ellas, al señalar la presencia de un peligro para la integridad del individuo.
Este tipo de miedo y en particular el desmayo podría ser visto como una reacción adaptativa frente a la posible pérdida de sangre, ya que el descenso brusco de la presión arterial reduciría la presunta hemorragia y facilitaría la coagulación.
Independientemente de que esto explique el tipo de respuesta específica de la hematofobia, en ella como en el resto de las fobias la valoración e interpretación de amenaza que hace la persona sobre la situación o el objeto depositario de su miedo es crucial.
En la actualidad hay tratamientos efectivos para este trastorno que fundamentalmente incluyen el entrenamiento en estrategias de afrontamiento, exposición a la situación temida y el entrenamiento en la técnica de tensión aplicada.
Rossana Speranza
Licenciada en psicología
Especialista en terapia cognitiva conductual
El número de matrícula es 25907