
Cada vez más la sociedad de consumo y el discurso imperante de lo que "tiene que ser la felicidad", nos propone pensar que el goce de la vida pasa por ir a Disney, o por tomarse vacaciones "alucinantes" en mares turquesa o en el "crucero loco" por el Mediterráneo, o en nadar con tortugas gigantes -o delfines, los delfines dan "más" felicidad aún- en las islas Galápagos…allí está la felicidad, o la venta de ella al parecer.
Esos acontecimientos pueden dar placer. ¿Por qué no? El punto es cuando se "compra" que el disfrute de la vida pasa cuando uno conquista esas cosas, pareciera que nos quieren hacer creer que allí están los paraísos del bienestar, la "nueva tierra prometida". A mucha gente le cuesta vivir en lo cotidiano, no pueden disfrutar de las cosas lindas de la vida diaria y de sus rutinas y proyectan en esos acontecimientos un "disfrute supino", y se exige mucho para llegar a esas cosas y, en el supuesto caso que logre estar allí, se autoimpone aún más a pasarla bien, y a aprovechar cada instante, y todo puede derivar en mucha frustración, vacío y angustia.
Entonces, el disfrute cotidiano se me escapa, se me vacía, no me puedo conectar con él, y es por eso que en ese viaje, o en ese objeto que me quiero comprar, proyecto o creo que con eso… sí voy a acceder al bienestar, o que mediante eso voy a poder disfrutar finalmente.

Estar atrapados
Sin embargo, uno ve también muchas personas que no quedan tan atrapadas en esa "lógica del disfrute" y ponen el acento en las pequeñas cosas. Ahora bien, si queremos y podemos ir al mar turquesa bien, o a Disney; disfrutemos de comprarnos la lancha o el auto, o de estar en la costa con vista al mar en el Jacuzzi con el Daiquiri; hagámoslo si eso nos gusta ok, no hay problema; pero no depositemos en esas cosas un goce superlativo, no pongamos tantas expectativas en esos acontecimientos extraordinarios. ¿Por qué? Porque considero que es una trampa.
Pues las cosas dan lo que dan, y no lo que nosotros muchas veces pretendemos. Quien escribe, en un crucero rodeado de gente que quiere "entretenerme", y obligado a socializar, me puedo llegar a deprimir profundamente, de veras: pero puedo entender que hay gente que allí la pasa genial realmente, y no desde esto que decimos de que "compra" el disfrute loco, sino que realmente le gusta eso. Pero no estoy hablando de ellos aquí, se entiende.

La cultura de la euforia
Hoy, más allá de esto que digo, también vemos mucha venta de actividades que tienen que ver con estados de adrenalina. Si, muchas personas, frente a un desierto de sensaciones de bienestar en el discurrir de su día a día, entienden que la cosa pasa por enchufarse a doscientos veinte volts, y se meten en actividades como saltar de un puente atados de los pies gritando a todo volumen, o se tiran en paracaídas, o lo que sea.
No quiero entrar mucho en el tema drogas porque allí la cosa es más compleja, pero podemos mencionar que claramente los estupefacientes, el alcohol, nos proponen esos estados de exaltación, de "éxtasis" que apuntan a salir del vacío cotidiano, o del profundo malestar y ausencia de proyectos y pasiones que sufre mucha gente, entonces: el disfrute pasa por "volarse la cabeza" con sustancias o con actividades "potentes" que nos sacudan el aparato psíquico y nos produzcan estados de euforia.
A ver: en la adolescencia, medio gobernados por ese volcán de hormonas que todos somos en ese período de la vida, muchas veces buscamos experiencias intensas, de cualquier tipo, con los riesgos que eso implica claro: pero luego, la idea es que eso vaya cediendo y podamos buscar esos estados de intensidad, por ejemplo, en la sexualidad o en la creatividad, en el amor, y en todo aquello en donde podamos vivir intensamente, pero que no nos impliquen riesgos y costos tan altos.

Una filosofía de vida
El objeto de este escrito es invitar a pensar en estos "goces prometidos" que nos venden, y que podamos examinar cada tanto qué tan conectados estamos con los serenos o intensos disfrutes de nuestra vida cotidiana. La comida con los amigos, salir a hacer nuestro deporte preferido, o el cine de los miércoles; el desayuno con nuestros seres queridos o la charla en la cena en donde se comenta el día.
El paseo a la verdulería con un hijo, o la salida a la costanera a comernos una bondiola con los nuestros. Todo esto que planteo es otro indicador de salud y de evolución emocional, es un observable: la gente que va construyendo una linda vida cotidiana, con sus disfrutes -y sus dosis saludables de problemas y de angustia también- va dejando de proyectar tanto en lo extraordinario, deja de buscar tanto esos estados de éxtasis y de adrenalina.
El disfrute, la conexión con los nuestros, no puede ser solo en las salidas, o en las vacaciones: la vida, queridos lectores, es el día a día, no hay vuelta. El asunto es que a veces las rutinas, que no tienen por qué ser aburridas, nos empiezan a burocratizar la vida, y dejamos de disfrutar, por ejemplo, de llevar a nuestro hijos al colegio, de ir a buscarlos, o de leer un cuento con ellos. O de ese mate a la mañana, o de tantas cosas lindas que en el trajín y la falta de tiempo cotidiano…dejamos de disfrutar. Reflexionemos sobre estos asuntos, que en definitiva tiene que ver con una filosofía de vida que cada uno puede construir. La felicidad, queridos lectoras, es la capacidad de sostener cierto estado de alegría a los largo del tiempo más allá de los golpes que da la vida.
Por Gervasio Díaz Castelli
Facebook: Gervasio Díaz Castelli
Twitter: @gerdiazcastelli
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