“Los niños del 2000 seguirán escuchando a The Beatles”. Esta frase atribuida a Brian Epstein viene a mi mente al ver, dos filas arriba, a tres chicas y un chico con trajes parecidos a los que Paul McCartney, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr usaron para la mítica portada del disco Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, esa en la que Tin Tán declinó aparecer por exceso de trabajo. Dos filas abajo, una familia: padre, dos hijos y un nieto de nueve años. El corte de pelo evidencia al patriarca y evoca a la época en la que The Beatles casi llevan a la quiebra a los peluqueros en Europa y Estados Unidos: cabello lacio y con fleco, lo suficientemente largo para cubrir sus orejas.
El concierto en el Estadio GNP aún no comienza, así que me acerco, intrigado por la historia detrás de ese pequeño que frota sus manos por el frío que se abre paso entre los espectadores, como buscando un sitio en primera fila. Pregunto a la tía del chico en qué momento fue flechado por The Beatles, pero es tanta la emoción del presente que de inmediato culpa a su padre de legar su amor por las tontas canciones de amor de Paul, como alguna vez Lennon se refirió a las composiciones de su amigo. El padre recuerda su adolescencia en Cuernavaca, cuando la beatlemanía llegó a México con algunos años de retraso. Para ese entonces, Paul McCartney había dado un paso al costado para formar The Wings junto a su fallecida esposa, Linda McCartney. De alguna forma se hizo de un disco que incluía el tema “Uncle Albert / Admiral Halsey”, esa obra maestra poco conocida en el infravalorado álbum Ram. Las canciones de Paul McCartney no solo acompañaron su adolescencia, también se volvieron recuerdos para su hijo. Su historia es un guiño a la película española Vivir es Fácil con los Ojos Cerrados. Fascinado por las letras del Cuarteto de Liverpool, aprendió inglés y ahora se gana la vida enseñando el idioma.
”Está padre estar aquí de nuevo”
Cinco minutos y no cabe un alfiler en mi sección. Incomodo a gente para volver a mi sitio. Mientras camino, las luces se apagan y el Estadio GNP ruge. La silueta de Paul McCartney aparece en el escenario mientras suenan los acordes de “Can’t Buy Me Love”. Luego, “Junior’s Farm”, de su etapa en The Wings. Tras una enérgica introducción, Paul dice “hola, chilangos” y promete una fiesta: “Esta noche tenemos canciones viejas, canciones nuevas y todas las de en medio”. “Drive My Car”, “Got to Get You Into My Life” y “Come On to Me” sacuden a más de 58 mil cuerpos, antes de que el eléctrico acorde de “Let Me Roll It” evoque agridulces recuerdos de amor. Las luces se apagan para que un ejército de drones ilumine el cielo, mientras las gradas del estadio son una marea de luces que se mueven al ritmo de la voz de Paul.
Para ese momento, el público estaba en manos del inglés. Vuelvo a mirar arriba y las chicas gritan con la misma fuerza que las jóvenes que atestiguaron la primera presentación de The Beatles en la televisión estadounidense en The Ed Sullivan Show. A su lado, dos hombres entrados en años con un look digno de Tom Waits ríen y se abrazan mientras resuena “My Valentine”, canción que Paul dedica esa noche a su esposa, Nancy Shevell, quien está presente entre el público. Luego llega la euforia con “Maybe I’m Amazed”.
A partir de ese momento, Paul McCartney llevó al público a través de una montaña rusa de emociones. “Blackbird”, “Lady Madonna”, “Jet”, “Something” —la cual dedica a su “cuate, George”—, “Ob-La-Di, Ob-La-Da”, “Now and Then”, “Band on the Run”, “Get Back”, “Let It Be” y “Live and Let Die” conmueven a miles antes de que los primeros acordes de “Hey Jude” terminan por desmoronar a varios, quienes cumplen el sueño de escuchar en vivo uno de los temas más hermosos jamás compuestos.
Después, Paul McCartney y su banda se despiden de la audiencia. Algunos incautos comienzan a buscar la salida mientras desde arriba les gritan que den la vuelta. El estadio vuelve a rugir. Paul regresa ondeando la bandera mexicana, mientras el resto de su banda hace lo mismo con una bandera de Gran Bretaña y de la comunidad LGBT. “¿Quieren más?”, pregunta, mientras un “sí” invade el lugar.
Su encore es perfecto: “I’ve Got a Feeling” y “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” elevan las emociones, las cuales alcanzan el clímax cuando el frenético riff de “Helter Skelter” inyecta una dosis de adrenalina. Abajo, dos jóvenes de cabello largo sacuden su melena mientras fingen tocar la guitarra. Algunos encogen sus dedos para hacer la mano cornuda, símbolo del heavy metal, género que, más de uno cree, inició con el tema incluido en The White Album.
Paul McCartney vuelve al piano para cerrar el show con “Golden Slumbers”, “Carry That Weight” y “The End”, que forman parte del último álbum en estudio de The Beatles, Abbey Road. Fuegos artificiales iluminan brevemente el cielo antes de que Paul y su banda dejen el escenario, al menos temporalmente. El de anoche fue el primero de tres conciertos en la Ciudad de México.
La música de Paul McCartney hizo que el tedio de salir del estadio y la larga espera para abandonar el sitio o conseguir transporte para llegar a casa valieran la pena. Mientras la gente esperaba en las inmediaciones del recinto, una sonrisa se dibujaba en su rostro. Aunque Paul dijo “hasta la próxima”, nadie sabe cuánto tiempo pasará antes de ese encuentro. Por eso, el público capitalino se entregó al beatle, pues como dice uno de sus versos: “Al final, el amor que recibes es igual al amor que das”.