Corría el año de 1914 cuando Tamiji Kitagawa tomó una decisión que no solo cambiaría la historia de su vida, sino también la del arte, particularmente en Japón y México.
Cuando tenía 20 años de edad, Kitagawa se encontraba estudiando comercio en la Universidad de Waseda, en Tokio, sin embargo, dejó todo para emigrar a Estados Unidos y desarrollarse en el ámbito artístico.
Durante dos años vivió en Oregón, luego se mudó a Nueva York, donde residió por cinco años y se instruyó en el instituto “Art Students League”, donde se interesó por los estudios de pedagogía y psicología enfocados en la enseñanza artística para niños.
Tamiji Kitagawa y el “Renacimiento Mexicano”
El “Renacimiento Mexicano” es un movimiento artístico que se dio al término de la década de los veintes que se caracterizó por el resurgimiento del interés en la cultura indígena, la historia precolombina y las tradiciones populares que buscaba definir una identidad nacional a través del arte, la literatura, la música y otras formas de expresión cultural.
Fue en esos años en los que Tamiji Kitagawa vivió en México. En 1923 se inscribió en la Escuela Nacional de Bellas Artes, actualmente conocida como Antigua Academia de San Carlos, sin embargo, solo estuvo como alumno regular por tres meses, ya que su preparación previa le permitió concluir antes sus estudios, obteniendo el diploma de pintor y grabador expedido por la Academia.
Alfredo Ramos Martínez, pintor mexicano considerado el padre del arte moderno, promovía una concepción pedagógica innovadora en las artes, ofreciendo a los estudiantes salir de los talleres, haciendo que la creación de obras tuviera tendencias modernistas, impresionistas y postimpresionistas. Esta línea de enseñanza sería la que el japonés compartiría a lo largo de su vida.
Laura González Matute, investigadora de arte mexicano contemporáneo, señala en el estudio “Tamiji Kitagawa. Un pincel trasciende fronteras, México y Japón en el imaginario artístico” que el pintor se inscribió en la Escuela al Aire Libre de Pintura, que en ese entonces estaba ubicada en Churubusco.
Para 1926, sus obras viajaron a una exposición en Europa, causando interés de pintores de renombre como Pablo Picasso y Tsuguharu Foujita.
“El célebre pintor Picasso se interesó tanto cuando vio las fotografías de los cuadros, que en su prisa por ver estos antes de salir de vacaciones, ayudó personalmente a Ramos Martínez a desempacar los cuadros que estuvo admirando cerca de cuatro horas” escribió Alfonso Reyes, Ministro Plenipotenciario en París, en una carta dirigida al entonces secretario de Educación Pública, el doctor José Manuel Puig Casauranc, y agregó que “el pintor japonés Foujita ha sido visitante asiduo a la exposición”.
Con el transcurso del tiempo, su trabajo, además de mostrar paisajes de México, reflejó el interés del artista por las raíces mesoamericanas, en especial la cosmovisión maya y nahua.
Tanta fue su curiosidad que ilustró el Popol Vuh, tradujo el libro “Los de abajo” de Mariano Azuela a japonés y en algunas de sus obras firmó con la figura de un chapulín, animal que adoptó como alter ego.
Su atracción por las culturas primigenias tiene origen en su infancia. Cuando vivía en Japón, el país se encontraba en expansión al norte de Asia, llegando a Corea, Taiwán y Mancharia, por lo que conoció manifestaciones artísticas que profundizaban en conceptos como “primitivo” y “no civilizado”.
La importancia de Tamiji Kitagawa durante el “Renacimiento Mexicano” se dio principalmente en la manera de enseñar las artes, así como la fusión que logró en su propuesta plástica, mostrando su origen japonés y su aprendizaje en México.
Su vida después de visitar tierras aztecas
Aunque es más reconocido como profesor de arte que como pintor, el artista hizo dibujos, grabados y pinturas.
Kitagawa vio crecer el movimiento muralista, pero no fue hasta la década de los sesenta que realizó uno en Japón, introduciendo el “estilo mexicano”.
Pintó murales en Seto, Japón, y sus alrededores, entre ellos destaca el que hizo en la casa municipal de la ciudad. La mayoría fueron hechos con fragmentos de cerámica cuyos materiales tienen una tradición técnica en el país asiático.
Su obra se vio impregnada por la Escuela Mexicana de Pintura, puesto que la temática giraba en torno a la conciencia social identitaria, buscaba entender las culturas mesoamericanas a través de la representación y continuidad de la tradición de la pintura influenciadas por los movimientos sociales armados, ejemplo de esto son las alusiones a la Revolución Mexicana.
También estuvo presente el nacionalismo en el movimiento pictórico y defendía a las culturas mesoamericanas de las ideas de las grandes potencias, ya que las menospreciaban y discriminaban. Sumado a lo anterior, plasmó conceptos formales antiacadémicos con características orientales, enriqueciendo el arte de la época a través de la mezcla de culturas.
El pintor falleció a los 95 años en Seto, Prefectura de Aichi, Japón, pero su huella en la historia del arte perdura en la actualidad.