El destacado escritor y crítico social Carlos Monsiváis, reconocido por su profundo análisis sobre la realidad mexicana y su pasión por la defensa de la justicia social, falleció debido a complicaciones de fibrosis pulmonar el 19 de junio de 2010 a los 72 años.
Originario de la Ciudad de México en 1938, Monsiváis es recordado tanto por su incisiva pluma en el ámbito periodístico como por su ferviente oposición a prácticas como la tauromaquia, dado su amor por los animales.
“Monsi”, como le decían sus allegados, cursó estudios en la Escuela Nacional de Economía y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), instituciones que cimentaron su formación intelectual.
Durante su vida acumuló una impresionante colección de 5 mil objetos diversos, entre juguetes, dibujos y antigüedades -reflejo de su pasión por preservar la historia y cultura mexicanas-, que hoy sirve de base al Museo del Estanquillo, situado en el corazón del Centro Histórico de la capital.
A lo largo de su carrera periodística, Monsiváis colaboró con importantes medios nacionales, incluidos Novedades, El Día, Excélsior, Uno Más Uno, La Jornada, El Universal, así como las revistas Proceso, Nexos, Letras Libres, Este País.
Los eventos de 1968 lo impulsaron a escribir en la revista Siempre!, demostrando su compromiso con el periodismo de investigación y los reportajes sociales. Además, dirigió la colección de discos Voz Viva de México de la UNAM y compartió su vasto conocimiento mediante cátedra en diversas materias en la misma universidad.
Conocido por su personalidad única, quienes lo conocieron afirman que detrás de su seriedad se escondía un ferviente bohemio, aficionado a la Coca Cola y a la vida nocturna de bares, si bien no consumía tabaco ni vodka. Monsiváis, siempre honesto sobre sus excentricidades, se definía a sí mismo como fetichista, postura que asumía con total naturalidad.
El prolífico intelectual se distinguió no sólo por su escritura aguda e incisiva sino también por su compromiso con diversas causas sociales, incluyendo el bienestar animal. Esta dedicación quedó evidenciada en su co-fundación de “Gatos Olvidados”, una organización dedicada a la protección felina.
En el momento de su deceso, Monsiváis tenía bajo su cuidado a 13 gatos, reflejo de su amor por estos animales, a quienes llamó por nombres tan crípticos como divertidos: Mito Genial, Catzinger, Miau Tse Tung, Miss Oginia, Chocorrol, Ansia de Militancia, Cat Ástrofe, Copelas o Maullas y Caso Omiso, entre otros.
Como ha quedado registrado en diversas memorias, el escritor vivía en su casa de la calle San Simón, en la colonia Portales, al sur de la Ciudad de México, con una docena de felinos, quienes, sabiéndose dueños del espacio, invadían todo y se orinaban en los libros, las revistas, los muebles, el escritorio y hasta en los invitados de “Monsi”, por muy importantes que estos fueran.
Así lo consigna la escritora Julia Santibañez en su libro El lado B de la cultura, donde narra cómo uno de los mininos de Monsiváis orinó ni más ni menos que en una prenda del magnate Carlos Slim, quien gozaba de la amistad del intelectual.
“Los bichos meaban sus libros y volvían de veras denso el aire, calificarlo de irrespirable no es una exageración. Se cuenta que un día en el que Carlos Slim fue a ver al escritor a su casa, a Chocorrol se le ocurrió orinarse en el finísimo saco del empresario. Éste no se dio cuenta y Monsiváis cerró la boca, así que el millonario salió con el saco bien firmado”, se lee en el pasaje del libro publicado en 2021.
La autora añade datos que arrojan luz sobre la marcada “elurofilia” de Monsiváis, su amor desmedido por los gatos.
“El periodista incluso alguna vez corrió a visitas o a amigos que osaron quitar a alguna mascota para sentarse en un sillón... si alguien le decía a Carlos que los moviera para poder trabajar, él contestaba: ‘El psicólogo de gatos dice que eso no les hace bien’”.
Por su puesto, la existencia de dicho especialista fue un invento de Monsiváis para no importunar a sus amados felinos, cuyo destino fue incierto tras la muerte del cronista.