Dónde está ubicado el Monte Tláloc, sitio en el que “vive” el dios de la lluvia en México

La casa del dios del agua y las tormentas se encuentra en este punto del Estado de México

Tlalocan, considerado el paraíso de Tlaloc en la cosmovisión mesoamericana, promete abundancia y reposo eterno Foto: Cuartoscuro

La escasez de lluvias en México ha provocado una fuerte sequía en más de la mitad de México, por lo que el racionamiento de agua potable se volvió una realidad en el Valle de México, donde los habitantes se preguntan por el antiguo dios prehispánico, Tláloc, encargado de proveer al mundo de este valioso líquido.

Los pueblos prehispánicos de la gran Tenochtitlan y sus alrededores consideraban que Tláloc residía en la cima de las montañas, lugar donde se originan las nubes y las lluvias. El Monte Tláloc se ubica en la sierra de Río Frío, muy cerca de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, donde todavía se conservan las ruinas del templo en su honor.

El Monte Tláloc, o Tlalocatépetl, se encuentra ubicado en el Estado de México, cerca de los límites con Puebla, y es parte de la Sierra Nevada. Este sitio es famoso por albergar uno de los altares prehispánicos más altos y antiguos dedicados al dios del agua, la lluvia y los rayos.

Con una altitud de aproximadamente 4 mil 120 metros sobre el nivel del mar, se considera una montaña sagrada donde se realizaban ceremonias y rituales para invocar la lluvia.

Tlalocan alberga la creación del primer hombre por Quetzalcoatl, ofreciendo maíz y semillas para su supervivencia. FOTO: Archivo

Los mexicas y otros pueblos creían que desde las alturas, Tláloc y sus ayudantes, conocidos como Tlaloques, determinaban el ciclo del agua, enviando lluvias para fertilizar la tierra y asegurar las buenas cosechas.

Para honrar a Tláloc y asegurar su favor, los pueblos mesoamericanos practicaban rituales y ofrecían sacrificios en templos y altares situados en las montañas.

Cinco siglos después, Tláloc todavía es asociado con los ciclos del agua y miles de usuarios consideran que el dios no dejará morir de sed a millones de mexicanos.

Dado a su gran altitud y condiciones potencialmente difíciles, es aconsejable para aquellos que deseen visitar el Templo de Tláloc estar en buena condición física y prepararse adecuadamente para el ascenso.

La ausencia de precipitaciones ha provocado la caída acelerada en los niveles de almacenamiento del Cutzamala, y muchas personas temen que el “día cero” para la CDMX llegue a mitad del 2024. Por esa razón, en febrero pasado un grupo de personas lanzó en redes sociales la convocatoria para una danza masiva en honor a la antigua deidad de las lluvias.

Tláloc, es una de las deidades más famosas de la cultura mexica. Foto / Neomexicanismos

Tlalocan, el reino del dios de la lluvia

En el panteón mesoamericano, el Tlalocan era considerado el paraíso de Tláloc, el cual estaba bbicado en el primer cielo, encima del volcán de La Malinche (Cerca del Monte Tláloc).

Esta zona celestial era conocida por ser el hogar de la abundancia y el reposo eterno para aquellos elegidos por circunstancias específicas tras su muerte.

Tlalocan no solo era conocido como el recinto sagrado de Tlaloc sino también como el lugar donde Quetzalcoatl creó al primer hombre y le otorgó alimentos esenciales para su supervivencia, como el maíz y diversas semillas.

Además, este espacio mítico albergaba a Xochiquetzal, la diosa del amor y pareja de Tlaloc.

La leyenda sugiere que Tlalocan era una especie de Edén, libre de sufrimientos y repleto de alimentos y flores perpetuas, habitado por los Tlaloques, servidores o ayudantes de Tlaloc.

La creencia popular afirmaba que las personas que morían ahogadas o fulminadas por rayos eran llevadas a este cielo, como una muestra de amor y preferencia de los dioses, para que vivieran en dicha eterna al lado del dios de la lluvia.

Este concepto de paraíso terrenal, detalladamente descrito en fuentes antiguas, refleja no solo la riqueza cultural y espiritual de las civilizaciones prehispánicas sino también su comprensión del ciclo de la vida, la muerte y la retribución divina.

Estos relatos, transmitidos de generación en generación, se mantienen como un testimonio valioso de la compleja cosmovisión de los pueblos que dieron forma al México prehispánico.