Con las manos en la masa: un empleo puede salvar su vida

Pedro atentó contra su vida en varias ocasiones, pero su hijo y su familia lo detuvieron; hoy sus manos pasaron de sostener una arma contra su boca a preparar Pixzas de masa azul en la CDMX

CIUDAD DE MÉXICO, 20ENERO2021.- La movilidad en la ciudad ha disminuido tras la vuelta al semáforo rojo por Covid-19. El gobierno capitalino continúa el llamado a quedarse en casa y sólo salir para realizar actividades indispensables. Sin embargo, diversos sectores como los restaurantes, comercios en el centro histórico y gimnasios al aire libre han reanudado actividades en un intento por evitar la perdida de empleos formales. El día de ayer, nuestro país registró la cifra más alta de nuevas defunciones (1,584) por el padecimiento. FOTO: GALO CAÑAS/CUARTOSCURO.COM

Esas manos que ahora juegan con una botella de refresco a la mitad, en uno de los días más oscuros de su vida sostuvieron el arma de fuego que Pedro puso en su boca para terminar con su vida; fueron cinco años viviendo en la calle, con su hijo de ocho meses y su pareja; cinco años de adicciones que lo llevaron a atentar contra su vida en al menos tres ocasiones. Antes de que sus padres lo “lanzaran” a la calle Pedro quería ser médico cirujano, hoy es escritor de su propia vida, constructor de su futuro y cocinero de Pixzas.

Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) 2020 dan cuenta de mil 226 personas en condición de calle en la Ciudad de México; mientras que en todo el 2023 se registraron las muertes de 962 personas en dicha situación en todo el país, 158 de ellas ocurrieron en la capital; pero además de la muerte, esta población se enfrenta al deterioro de su salud física y emocional.

“Son marcas de la guerra” dice Pedro y muestra las cicatrices de sus brazos que conviven con los tatuajes de sus seres más queridos. El nombre de Jocelyn adorna su brazo izquierdo por arriba de las marcas de unas cortadas que él mismo se hizo; hay una corona tatuada que representa a su campeón -su hijo-; y una rosa en la muñeca le recuerda que las cosas hermosas de la vida también pueden hacer daño.

La familia de Pedro lo tachó de “drogadicto”, lo mandaron a una clínica de rehabilitación y le hicieron pruebas de lo que creían que consumía -todas salieron negativas, afirma-; la relación con su familia llegó al punto de quiebre y él, su pareja y su pequeño decidieron irse a vivir a la calle. La Basílica de Guadalupe fue “su casa”.

Para mantener a su familia Pedro y Jocelyn vendían dulces, pero también recuerda que en una taquería de la zona, a cierta hora, las personas en situación de calle llegaban y les regalaban comida; así vivieron por cinco años, con una casa de campaña que lograron colocar en un parque. Hasta un perro tenían -se llamaba “Mortadela”-, pero una tarde persiguió a un gato y se perdió; un señor la encontró y por ser de raza pitbull no la quiso regresar y se la quedó; cuando quisieron recuperarla se dieron cuenta de que estaba mejor, “nosotros ni para comer teníamos”.

Hombre en situación de calle mientras revisa un periódico en calles del Centro Histórico, Ciudad de México. Junio 21, 2021. Foto: Karina Hernández / Infobae

“La calle no hace caricias; violenta y discrimina”.

Mucha gente ayuda o quiere ayudar -comenta Pedro-, pero inmediatamente ya se sienten con la “autoridad moral” para “regañarte” o “darte consejos: “no hagas esto, pórtate bien, échale ganas o no te lo gastes en drogas, te dicen; cómo si yo no me hubiera rifado para que mi familia estuviera bien. Nunca robe, que hubiera sido lo más fácil, para comer o para mi activo, tenía a mi hijo y yo pensaba ‘qué va a ser de él y de mi pareja si me voy a la cárcel’”.

Pedro se cortó las venas e intentó ahorcarse para acabar con el sufrimiento, pero una vez más su hijo fue quien lo detuvo; fue también él el motivo para luchar por dejar la calle. Su pareja le hizo notar que el niño ya estaba creciendo y que necesitaba ir a una escuela y estar en una casa. Con esas palabras y con ayuda de un sacerdote, la familia de Pedro logró rentar un departamento: “vendimos todos nuestros dulces” y nos ayudaron con una parte de la renta, recuerda.

Ahí comenzó la “reconstrucción” de su vida -así la llama él mismo-. La rehabilitación a las drogas fue el primer paso, recuperar a sus dos hijos (con otra relación) el segundo, y buscar empleo el tercero.

Por desgracia, refiere, en muchas entrevistas al saber que él había vivido en la calle lo descalificaban para el puesto; fue entonces cuando alguien le habló de Pixza, una empresa enfocada en ayudar a personas en condiciones vulnerables y de abandono social; conoció de su programa y tiene ya casi un año atendiendo a los clientes y preparando las Pixzas de maíz azul y con ingredientes mexicanos del famoso platillo italiano.

Como a Pedro, Pixza le ha abierto las puertas a decenas de personas en el mundo laboral, muchas de ellas cerradas por discriminación, por estereotipos y por falta de cultura empresarial con responsabilidad social: su trabajo, atender a los clientes, repartir y cocinar los platillos.

“Pixza es una empresa lucrativa”, resalta Gabriel Charles, director de Desarrollo de Negocio de Pixza, pero enfatiza que es un ejemplo de que las compañías con responsabilidad social también pueden sobrevivir y no sólo tener un retorno de inversión, sino también un crecimiento y un modelo de franquicias que podría funcionar en todo el país y otros lugares del mundo.

Además de las empresas, los esfuerzos de las autoridades son insuficientes, los albergues no atienden a toda la población vulnerable y sus protocolos no siempre son los más adecuados, refieren informes de la organización El Caracol -dedicaba a la atención de personas en condición de calle-; por si fuera poco, algunos gobiernos han implementado operativos de “limpieza social” para quitar de las calles a estas personas, la mayoría son implementados en las grandes urbes como la Ciudad de México. El ejemplo más cercano, el “Operativo Diamante” de la alcaldesa Sandra Cuevas.

La inspiración para crear Pixza surgió lejos de México, pero su fundador, Alejandro Souza, logró fusionar la esencia mexicana con la universal pizza (pixza.mx/)

“Quiero que mis hijos tengan la casa que yo no tuve”

Datos recogidos por El Caracol dan cuenta de las principales causas de muerte en las calles: accidentes de tránsito, agresiones de particulares, consumo de sustancias, riñas con otras personas en la misma condición, hipotermia y suicidios, son las principales.

Pedro y su familia se enfrentaron al menos a cuatro de ellas pero sobrevivieron; suerte que no tuvieron las 3 mil 599 personas documentadas por la organización de 2018 a 2023, de las cuales 3 mil 146 permanecen en calidad de desconocidas y cuyos destinos fueron los salones de prácticas de universidades o las fosas comunes.

Es la hora en que Pixza abre sus puertas y Pedro llegó unos minutos antes para hablar de su caso; hay sillas arriba de las mesas, los menús desordenados sobre la barra; hay voces y rostros que desde julio pasado son parte de la nueva vida del joven de 34 años y su familia, son los rostros que le ayudarán a cumplir los sueños de sus hijos: astronauta y modista.

“Si vas a ser barrendero, sé el mejor, es el único consejo que les doy y que sean lo que ellos quieran de grandes”, lanza Pedro pero deja espacio para sus propios sueños: “yo quiero mi casa, porque yo no tuve y sé lo que es no tener (...) no quiero que el día de mañana mis hijos pasen por lo mismo. Un terrenito donde pueda construir algo para dejarles aunque sea un pedacito”.

Amante del rock urbano, la cerveza y el tequila, comenta que quiere tener su propio bar, lo platicó con la gente que lo apoya; le gustaría ponerlo en Los Cabos, Baja California. Esa es parte de la labor social de Pixza, oportunidades laborales a personas en abandono social, seguimiento de los casos, apoyo para educación o emprendimiento, aunque también tienen asesoramiento a otras empresas y una área de investigación.

La voz de Pedro cambia cuando habla de su pareja, el motor que estuvo a su lado en los momentos más oscuros, la persona que vio su peor cara y la mujer a quien intenta “enseñarle lo bonito, a pesar de que cree que ya es tarde”; cinco años en la calle no lo derrumbaron, tampoco dejar de ver a sus dos hijos mayores, pero “fallarle” a quien conoció lo “más oscuro de su vida” y se quedó para apoyarlo sí lo hace. Caen unas gotas de sus ojos y la charla termina.

Parte de su terapia -en su adolescencia lo diagnosticaron con principios de psicosis- es escribir a manera de diario su vida, dice tener dos libros a la mitad que algún día espera publicar; amante de la lectura fantástica, Pedro resume su corta vida en una frase: “a lo mejor cambio el camino, pero no el destino, no el plan. Yo quiero mi casa, quiero mi bar y quiero a mi familia unida”.

… La plática con Pedro -sólo el nombre de Mortadela es real- aún resonaba en la cabeza de este reportero cuando de camino a la redacción se cruzó con tres personas en condición de calle; a una de ellas un grupo de hombres trajeados esquiva y uno lanza un ‘chiste’: “mira el Jimmy”, todos ríen mientras resuenan esas palabras... “La calle no hace caricias, violenta y discrimina”, y pienso ¿Cuál será su historia detrás?