El Segundo Imperio de México, al mando de Maximiliano de Habsburgo, es una de las épocas más destacadas de la historia del país. Sin embargo, no acabó bien para el emperador ni para sus generales conservadores Miguel Miramón y Tomás Mejía.
El 15 de junio, Maximiliano, Miramón y Mejía, fueron sentenciados a muerte. En un primer momento, se estableció que los tres hombres fueran ejecutados el 16 de junio a las 3 de la tarde. Sin embargo, se les dio una prórroga de tres días más para que pudieran arreglar sus asuntos personales. Fue así que se estableció el 19 de junio, a las 7 de la mañana, como la fecha y hora de la ejecución.
A las 4 de la mañana del 19 de junio, el sacerdote Manuel Soria y Breña se presentó en la celda de Maximiliano, donde lo encontró despierto, vestido y aseado de su rostro y cabello. Ambos se dispusieron a iniciar, conforme a los cánones de la Iglesia Católica, el rito de confesión.
Los generales Miramón y Mejía, hacían lo mismo en sus respectivas celas, que estaban a un lado de la del exemperador. Luego de una hora, se ofició una misa reunidos los tres reos.
Al cuarto para las seis de la mañana, se sirvió el desayuno a Maximiliano. Se le dio café, pan, pollo y vino tinto. A las seis de la mañana, el coronel Miguel Palacios arribó a la prisión de Las Capuchinas, donde se encontraban los tres hombres destinados a muerte.
Escoltado por una guardia de soldados, invitó a los reos a salir de la prisión, donde tres carruajes les esperaban, junto con decenas de soldados que los escoltarían. Maximiliano, junto a su sacerdote, subieron al carruaje y toda la comitiva se dirigió al cerro de las Campanas. En el trayecto muchos curiosos se asomaban por las ventanas de sus casas, y las personas que estaban en las calles veían con atención los carruajes.
En el cerro de las Campanas todo estaba listo. Se había improvisado un paredón con adobes, 4 mil soldados republicanos en torno al sitio se encontraban formados, lucían sus uniformes. Un silencio imperturbable esperaba la llegada de los condenados a muerte.
Al llegar los tres carruajes, bajaron los reos acompañados de sus sacerdotes y algunos extranjeros. Maximiliano, de manera tranquila, dijo a sus compañeros: “vamos señores”. Se les encaminó al paredón, donde ya se encontraban los pelotones de fusilamiento. Maximiliano sacó de sus bolsillos un puñado de monedas de oro que repartió entre los soldados del pelotón, les pidió que apuntaran a su pecho, no a su cara, pues quería que su madre reconociera su cadáver, y cedió su lugar en el centro a Miramón, situándose a su izquierda y exclamó: “Moriré por una causa justa, la independencia y la libertad de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria ¡Viva México!”.
En seguida, Miramón dijo: “Mexicanos, protesto contra la mancha de traidor que se ha querido arrojarme para cubrir mi sacrificio. Muero inocente de este crimen, y perdono a sus autores, esperando que Dios me perdone y que mis compatriotas aparten tan fea mancha de mis ojos, haciéndome justicia”.
Maximiliano separó su larga y rubia barba, echándola hacia sus hombros, y mostró el pecho. Se dio la indicación al pelotón, y a la voz de fuego se detonaron las descargas mortales. Maximiliano recibió seis disparos, pero no murió al momento, pues estando en el suelo, boca arriba, levantó un poco el brazo derecho y se movió ligeramente de izquierda a derecha, exclamando con voz entrecortada la palabra ¡Hombre!. El jefe del pelotón le pidió a uno de sus soldados que le diera el tiro de gracia en el corazón. Cuando se le dio el último disparo, su ropa comenzó a prender fuego, por lo que se necesitó un poco de agua para apagarlo.
El divulgador cultural y cronista Enrique Ortiz, realizó una publicación en su cuenta de la red social X, en la que compartió una fotografía de un chaleco que, presuntamente, es el que utilizó Maximiliano al momento de su fusilamiento, y en el que se ven agujeros de las balas que habría recibido en su cuerpo.
“Este es el chaleco que vestía Maximiliano de Habsburgo el 19 de junio de 1867, cuando fue fusilado en el Cerro de las Campanas en compañía de Miramón y Mejía. Noten algunas de las perforaciones de las balas”, se lee en la publicación.