La comprobación de que la unión de mercados y el Estado dará el desarrollo económico y bien común

La fortaleza de los países prósperos no implica un intervencionismo que anula o pone trabas a la iniciativa privada, al contrario

Esteban Colla-De-Robertis. Profesor Investigador y Secretario de Investigación en la Escuela de Gobierno y Economía de la Universidad Panamericana ( campus Ciudad Panamericana)Foto: (Cortesía Universidad Panamericana)

En su libro “Economía para el bien común”, Jean Tirole, ganador del Premio Nobel de Economía en 2014, sugiere que el Estado y el mercado son complementarios: “El mercado necesita regulación; el Estado necesita competencia e incentivos.” Aunque la dicotomía suela estar presente en el debate público, una sociedad no tiene porqué elegir entre Estado y el mercado como opciones mutuamente excluyentes; cualquier propuesta que situada en alguno de estos extremos (laissez-faire o intervencionismo) está basada en ideologías sin sustento real.

Los países prósperos no se caracterizan por la ausencia del Estado o por Estados minimalistas que procuran apartarse para no representar un obstáculo. Por el contrario, estos países tienen Estados fuertes, eficaces, que hacen bien lo que tienen que hacer. Esta eficacia estatal incluye una dimensión extractiva que es la de gravar impuestos, y una dimensión productiva, que incluye el establecimiento de la paz y el orden, la administración de justicia, y la provisión de bienes valiosos para la comunidad.

La fortaleza estatal de los países prósperos no implica un intervencionismo que anula o pone trabas a la iniciativa privada. Al contario, estos países suelen tener buenos indicadores de extensión y sofisticación de mercados, de libertad económica, y de facilidad para hacer negocios. En contraste, los países con mal desempeño económico (altos índices de pobreza, bajo ingreso por habitante, funcionamiento deficiente de mercados, pocos incentivos para el emprendimiento) se caracterizan por tener Estados débiles, que no suministran bienes públicos, no recaudan, o fallan en la provisión de justicia.

Tim Besley y Torsten Persson (Pillars of Prosperity, Princeton University Press, 2011) presentan evidencia de estas relaciones. Los siguientes gráficos están inspirados en su análisis. El eje vertical muestra dos indicadores de la dimensión productiva del estado: la vigencia del estado de derecho, y la eficacia en el control de la corrupción. El eje horizontal muestra la dimensión extractiva medida como la recaudación en relación al PIB del país. Estos ingresos fiscales incluyen las transferencias obligatorias al gobierno para fines públicos.

Notar la relación directa entre la recaudación y los indicadores de la dimensión productiva del Estado. Esta relación se evidencia gráficamente mediante la recta ajustada y su intervalo de confianza (95%). En otras palabras, las dimensiones extractiva y productiva van juntas. Notar además que los países ricos (graficados con círculos azules) tienen mejores indicadores que los más pobres.

Concluyo regresando al inicio: la dicotomía entre intervencionismo estatal y laissez-faire no tiene fundamento teórico ni empírico. Los países prósperos han sabido aprovechar las ventajas de ambos. Está claro que tanto el mercado como el Estado tienen problemas. Precisamente estas limitaciones han motivado una discusión muy fructífera entre economistas y otros pensadores en las Ciencias Sociales sobre la complementariedad entre ambos. Todo apunta a que la solución no es suprimir el Estado o el mercado. En cualquier caso se requiere un debate desapasionado sobre estos temas, especialmente a la hora de plantear reformas drásticas con la pretensión de mejorar las condiciones sociales requeridas para que todos podamos vivir y prosperar.