Todos necesitamos un poco de tiempo

Entre los signos ortográficos que causan más ansiedad está la coma. A veces parece que las pusiera el azar, como cuando se revienta una bolsa de arroz sobre el piso. Y a veces faltan. En este artículo de Bibliomancia hablamos de la coma, de la pausa, de la nada

Mauricio Miranda es Director de la Biblioteca Ibero León.

Antes de una decisión o una acción importante requerimos unos segundos para pensar, para respirar. Si nuestra vida estuviera hecha de palabras, en esos momentos iría una coma.

La materia prima de las comas

La música está formada por sonidos y silencios, la literatura también. Sin espacios entre las palabras, sin comas ni puntos, los escritos serían un larguísimo hilo de tinta impronunciable. A pesar de su importancia, poco se habla del silencio y es que es difícil estudiarlo. Los doctores pueden saber más de los enfermos por sus palabras, por sus quejidos, pero en el caso del silencio es más complicado, pues no hay sonidos, ni tampoco paciente.

Podría decirse que es como la nada, pero tampoco eso es cierto, pues incluso hay diferentes tipos. Algunos silencios son incómodos, otros agradables. A veces necesitamos un poco de silencio. Beryl Markham describe eso que no se escucha, pero que puede sentirse en la habitación vacía donde hace muchos años reía un niño.

El silencio es el material con el que se fabrican las comas. Llevan eso y un poco de tinta.

El sonido de la pausa

No suena como las letras, ni siquiera como la ‘h’ muda. No se parece a los signos que amplifican el volumen como pequeñas bocinas, exclamando lo que está entre ellos, tampoco distorsiona la enunciación como los interrogativos. Sin embargo, sí es parte de ese hechizo que descubrieron en la antigüedad para guardar las frases en forma de trazos. Con la escritura ya no era necesario que alguien estuviera diciendo ‘prohibido el paso’, solo había que colocar un letrero y la persona que llegara frente a él le pondría el sonido a las palabras.

Miles de años después, los seres humanos se dieron cuenta de que ni siquiera era necesario pronunciarlas para escucharlas en el interior, adentro de la mente había algo similar al sonido, una representación interna que no requería de boca, ni de oídos. Es clásico aquel fragmento donde San Agustín se sorprende al ver que su maestro lee un libro sin mover los labios, algo que ahora nos parece tan común.

Las comas, sin embargo, nunca han sonado, ¿cómo hace entonces la imaginación para darle un cuerpo o un espacio a esa pausa? O quizá nunca llegan a la mente, quizá antes de entrar se deshacen en el oscuro líquido de las pupilas.

Las comas, como todo, son malas en exceso

Punto / coma / punto y coma.

El exceso de comas se parece a una persona que está enseñando a caminar a un niño pequeño, y si el infante se ladea hacia la derecha le detiene con el brazo, y si lo hace hacia el otro lado lo sostiene con el izquierdo. Los brazos son como comas que obligan al niño a caminar por lo seguro, cercado por esa jaula hecha de persona que restringe sus movimientos.

El niño muestra molestia, pero termina aguantándose, a diferencia de un ser humano de 10 o de 40 años al que se le quiera tratar así, poniéndole brazos y comas por todas partes como si su cerebro no pudiera caminar por sí mismo.

La falta de comas

Tampoco es bueno dejar todo el texto sin comas como cayendo por un precipicio que no se acaba y en el que no es posible tomar aire como en aquel cuento de Sherlock Holmes en el que muchas personas morían asfixiadas en la biblioteca porque a los libros les habían quitado todas las comas que permitían a los lectores hacer una pausa para inhalar un poco de aire.

La explicación de la RAE

La Real Academia nos dice que no son exactamente una pausa. A veces son necesarias, pero no en todas las ocasiones. La coma “indica normalmente la existencia de una pausa breve (…pero…) no siempre su presencia responde a la necesidad de realizar una pausa en la lectura y, viceversa…”. Las comas son como los papás, que a veces brindan cariño, pero a veces no y viceversa. A veces a las comas se les odia en silencio.

Coma final

Las comas, debemos quererlas en lugar de juzgarlas, pues son seres pequeños, perritos que se acurrucan al pie de las palabras

No debemos juzgar a las personas, pues no sabemos la situación que están atravesando. Eso aplica también para las comas, debemos quererlas en lugar de juzgarlas, pues son seres pequeños, perritos que se acurrucan al pie de las palabras, que y duermen en espera de caricias.