Los insectos son una parte importante de los ecosistemas, ya que cumplen con la polinización, controlan plagas y ayudan a la aireación del suelo. Además de lo anterior, los científicos han descubierto que también participan en el monitoreo de la contaminación ambiental debido a su sensibilidad a los cambios en su entorno. Científicos y ambientalistas los utilizan como bioindicadores para evaluar la calidad del aire y el agua. Las especies de insectos acuáticos, por ejemplo, son especialmente útiles para detectar contaminantes en ríos y lagos.
En la evaluación de la calidad del aire, los insectos también son fundamentales. Las abejas, al recolectar polen y néctar, proporcionan datos sobre la presencia de metales pesados y otros contaminantes en el medioambiente. Los resultados de estos estudios permiten a los investigadores determinar el impacto de la contaminación en la biodiversidad y la salud de los ecosistemas.
El uso de insectos para monitorear la contaminación ofrece ventajas significativas, como la capacidad de obtener datos en tiempo real y en diversas ubicaciones geográficas. Estos estudios no solo ayudan a identificar fuentes de contaminación, sino que también proporcionan información vital para implementar medidas de mitigación y protección ambiental.
Las libélulas ayudan a detectar niveles de mercurio
Un nuevo estudio ha demostrado que las libélulas pueden ser una herramienta clave para rastrear la contaminación por mercurio en el medio ambiente. En la investigación se mostró que existe una ventaja de usar larvas de libélulas sobre peces y aves, que tradicionalmente se han utilizado como indicadores de esta sustancia tóxica. Estos insectos se desarrollan en diversos tipos de masas de agua, incluidas pequeñas pozas y pantanos, lo cual las hace especialmente útiles para este propósito. Además, analizar mercurio en larvas de libélulas resulta más económico, sencillo y preciso, según los científicos involucrados en el proyecto.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el mercurio es una de las 10 sustancias químicas que más preocupan a la salud pública. Las actividades industriales como la quema de carbón y la producción de cemento han elevado las concentraciones de mercurio en la atmósfera a niveles un 450% superiores a los naturales, lo que presenta un riesgo tanto para los humanos como para la vida silvestre.
Desde 2009, el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) y el Servicio de Parques Nacionales (NPS) han liderado el Proyecto Libélula-Mercurio, que se ha convertido en la evaluación más grande del país sobre la contaminación por mercurio. Este esfuerzo ha involucrado a más de siete mil ciudadanos y científicos que han recolectado larvas de libélulas en 150 parques nacionales de Estados Unidos, permitiendo el análisis de decenas de miles de muestras.
Collin Eagles-Smith, ecólogo investigador del USGS y líder científico del proyecto, señaló en el estudio que las larvas de libélulas deberían considerarse el “estándar de oro” para detectar mercurio. “Existe un esfuerzo global para reducir las emisiones de mercurio, y las libélulas nos están ayudando a rastrear cómo responden los ecosistemas a esas reducciones,” dijo Eagles-Smith en el estudio publicado en la revista Environmental Science and Technology.
Los resultados de esta investigación no solo han permitido entender mejor los patrones de movimiento del mercurio en el paisaje, sino también identificar donde las concentraciones de este metal dañino son más elevadas.
¿Cómo es que las libélulas detectan mercurio?
De acuerdo con el estudio, en Canadá y Estados Unidos existen aproximadamente 470 especies de libélulas, todas con una visión casi de 360 grados, dientes dentados y grandes habilidades de vuelo para cazar presas. Durante su etapa larvaria de dos años, consumen una cantidad considerable de insectos acuáticos contaminados con mercurio. Ahora, los científicos se han centrado en esta cuestión, por lo que se intenta capturar una gran cantidad de larvas, ya que cada hembra deposita hasta mil huevos, en cualquier lugar de agua; una vez hecho esto, las muestras se envían a un laboratorio en Corvallis, Oregón, para analizar su tejido.
Entre 2009 y 2018, el proyecto reveló que cerca de un tercio de 457 sitios no tenían niveles de mercurio o tenían niveles bajos, mientras que más de la mitad presentaban niveles moderados. El 11% de los sitios registraron niveles de mercurio de alto riesgo y el uno por ciento, incluyendo un lugar en el lago Yellowstone, se encontraba en la categoría de riesgo grave.
La investigación también mostró que las concentraciones de mercurio son mayores en las larvas de libélulas de ríos y arroyos en todo Estados Unidos, comparado con aguas estancadas, como humedales o lagos. Las larvas provenientes de regiones desérticas exhiben las concentraciones más altas de mercurio, mientras que las de las Grandes Llanuras tienen las más bajas.
Para comprender esto, los investigadores rastrearon los isótopos de mercurio en las larvas para evaluar cómo el metal transita desde la atmósfera hacia los cursos de agua. Descubrieron que en lugares áridos como la Gran Cuenca o el desierto de Mojave, el mercurio se acumula más rápidamente en los cursos de agua y la cadena alimentaria debido a la falta de cobertura arbórea, permitiendo que el mercurio presente en la lluvia o nieve ingrese directamente a los cursos de agua. Además, el metal se acumula más rápidamente cuando los sedimentos se secan y vuelven a mojarse. En contrastes más húmedos y boscosos como el noreste de Estados Unidos, el mercurio se deposita en las hojas desde el aire y luego se transfiere al suelo cuando estas caen, almacenándose en el suelo antes de filtrarse lentamente en los cursos de agua. Esto puede significar que el paso del mercurio del aire a la cadena alimentaria en zonas boscosas podría tardar años o décadas.
Entender estos procesos es crucial para desarrollar estrategias efectivas de mitigación y protección del medio ambiente, así como para salvaguardar la salud de las especies y, en última instancia, la de los seres humanos que dependen de estos recursos naturales.