Algunos laboratorios utilizan a animales, ya sean perros, gatos o ratones como sujetos de prueba en distintas experimentaciones. Durante meses, a veces años, deben soportar abusos y explotación constantes. Bagel, un pequeño felino atigrado gris fue uno de ellos.
En el laboratorio no tenía nombre, era conocido como el sujeto de prueba 698; su identificación quedó grabada con tinta indeleble en la parte interior de su oreja izquierda.
Él fue una de las 200 mascotas rescatadas por Beagle Freedom Project (BFP) de una instalación en Oklahoma, Estados Unidos. Todas eran utilizadas para probar la toxicidad de diferentes químicos y sustancias, según contó Erin, su dueña, en entrevista para el canal de YouTube GeoBeats Animals.
El momento de superar sus traumas
“Esas 200 mascotas fueron rescatadas del laboratorio y de las pruebas, pero de verdad necesitaban un hogar. Mi amado perro Bodhi y mi gato Lentil fallecieron, entonces estaba en búsqueda de adoptar a otro animal”, contó Erin.
Voló desde Miami, Florida hasta Oklahoma y en cuanto conoció a Bagel supo que Bodhi y Lentil “lo enviaron” para “curar su corazón”. Erin tiene esta creencia porque es “la cosa más dulce” que ha conocido.
Lamentó también que durante su visita al laboratorio, mismo que fue comprado por BFP para ser convertido en un santuario, pudo sentir la desesperación en todos los gatos rescatados.
“Lo que aprendí de los rescatistas fue que los gatos estaban muy bien socializados por los trabajadores del laboratorio, porque esto hacía que fuera más sencillo trabajar con ellos durante las experimentaciones”.
Se les negaba la comida porque, en palabras de Erin, “un gato hambriento generalmente es un gato motivado”. La mujer dijo sentirse muy nerviosa por llevarse a Bagel de regreso a su hogar en avión, pues él nunca tuvo ningún tipo de enriquecimiento.
“Durante la segunda mitad del vuelo, su respiración era muy agitada y yo estaba realmente nerviosa, pero tan pronto como llegamos a casa comenzó a calmarse”, recordó la dueña de Bagel.
Un nuevo comienzo
Los primeros momentos en su nuevo hogar fueron complicados. Bagel era muy cauteloso y desconfiado; tuvieron que pasar un par de días para que saliera del baño y entrara a la recámara de Erin.
Tan pronto sintió más confianza, Bagel comenzó a pararse frente a una de las ventanas de su hogar y conoció todo lo que nunca había visto. Muchas de esas cosas eran nuevas para él.
“Tengo una canasta llena de juguetes para él y un día, después de que no supiera qué hacer con ellos, puso su cuerpo entero sobre la cesta, la volteó, se colocó encima y de pronto supo cómo ser un gato y divertirse”, añadió la “madre” del felino.
Durante esas primeras semanas, se volvió un gato muy cariñoso que nunca quería separarse de su dueña. Erin cree que pensaba “¿Dónde estoy? ¿Voy a perder todo esto?”. Con el paso del tiempo dejó de estar todo el tiempo junto a ella pero siguió siendo igual de afectuoso.
“No usa su voz, tiene un pequeño susurro. ‘Hace panecillos’ sobre mí, en el sofá, en todas partes. Es la forma que tiene de despertarme y es como su lenguaje del amor. Cuando no estoy se sienta por ahí y observa fijamente a la puerta durante un muy largo tiempo”, admitió Erin.
El siguiente paso para la mujer es conseguir otro gato que le sirva de compañía a Bagel cuando ella no está. Dijo tener mucha empatía por su mascota porque es investigadora en la Harvard Medical School y este año ha trabajado para promover tecnologías de prueba que no utilicen animales.
“Bagel es muy cercano a mi corazón en muchos sentidos, pero también está cerca de mi trabajo y de lo que escribo. Se siente como un animal con el que me uní antes de conocerlo”, concluyó Erin.