
En una premiación que no ofreció muchas sorpresas, anoche concluyó la 97.ª edición de los Premios de la Academia, celebrada en el Dolby Theatre de Los Ángeles con el comediante Conan O’Brien como anfitrión. Entre los ganadores de la noche se destacaron Anora como Mejor Película, Mikey Madison como Mejor Actriz Principal, Cónclave como Mejor Guion Adaptado y Adrien Brody como Mejor Actor Principal, entre otros. Sin embargo, en esta ocasión nos centraremos en la categoría de Mejor Película Animada.
La animación es, sin lugar a dudas, una expresión única dentro del cine, capaz de dar vida a mundos imposibles y narrativas sin límites. A lo largo de los años, esta técnica ha evolucionado hasta consolidarse como un pilar fundamental de la industria cinematográfica. En los Premios Oscar, el reconocimiento oficial a la animación llegó en la edición de 2002, cuando se entregó por primera vez el premio a Mejor Película Animada. La ganadora de aquel año fue Shrek (2001), marcando un hito para la industria y abriendo la puerta a que más producciones animadas fueran celebradas en la gala más importante del cine. Desde entonces, este galardón ha distinguido a algunas de las películas más innovadoras y conmovedoras, reafirmando que la animación es mucho más que un entretenimiento infantil.
Este año, Flow se alzó con el premio a Mejor Película Animada en los Oscar, destacándose entre una competencia feroz. La obra del animador letón Gints Zilbalodis nos transporta a un mundo donde la tierra ha quedado sumergida bajo el agua y un grupo de animales, liderado por un gato solitario, debe embarcarse en un peligroso viaje en busca de un refugio. Con una estética minimalista y una atmósfera inmersiva, la película ofrece una experiencia única que fusiona aventura y contemplación, llevando al espectador a una travesía tan visualmente hipnótica como emocionalmente poderosa.

Uno de los aspectos más innovadores de Flow es su narrativa sin diálogos, una elección artística que refuerza la conexión con los personajes a través de expresiones, movimientos y sonidos naturales. En lugar de recurrir a palabras, Zilbalodis apuesta por una animación expresiva y una banda sonora envolvente para transmitir emociones complejas. La ausencia de diálogos no solo intensifica la inmersión del público, sino que también resalta los temas centrales del filme: la supervivencia, la adaptación y la necesidad de unión en tiempos de crisis. Con este enfoque, la película desafía las convenciones tradicionales del cine animado y demuestra el poder de la narración visual en su estado más puro.
El reconocimiento de Flow cobra aún más relevancia al imponerse sobre grandes producciones de estudios consolidados. En esta edición de los Oscar, la cinta logró superar a competidores de peso como Robot Salvaje (The Wild Robot), la exitosa secuela de Pixar Intensamente 2 (Inside Out 2), la entrañable Memoir of a Snail y el esperado regreso de Aardman con Wallace y Gromit: La venganza se sirve con plumas (Wallace & Gromit: Vengeance Most Fowl). Con su triunfo, Flow reafirma el valor del cine independiente dentro de la animación y deja en claro que las historias más poderosas no siempre necesitan palabras para emocionar.
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