
Por casi medio siglo, la obra de Stephen King ha servido como fuente de inspiración para innumerables proyectos de cine y televisión. Sin embargo, aunque las expectativas suelen ser altas, no todas sus adaptaciones logran convencer al propio autor ni a su legión de fans. Cuando el proyecto en cuestión se basa en un relato de culto de apenas unas páginas como El mono (The Monkey, 1980), es comprensible que surjan dudas sobre su viabilidad. Pero con un director visionario como Oz Perkins y un productor sinónimo del género como James Wan (creador de franquicias como El conjuro y El juego del miedo) detrás de la película, hay razones para querer confiar.
Perkins, hijo del legendario Anthony Perkins (Norman Bates en Psicosis), debutó como director con La enviada del mal (The Blackcoat’s Daughter, 2015), una película atmosférica que dejó en claro su talento para construir entornos inquietantes. Más adelante, consolidó su estilo con propuestas como Gretel & Hansel (2020), pero no fue hasta Longlegs (2024) que alcanzó un reconocimiento global.
Ahora, con su quinto largometraje, el cineasta se aleja de la sutileza opresiva que definió a su trabajo en la última década y se anima a explorar un enfoque completamente nuevo, dando a lugar a una película intencionalmente absurda, violenta y necesariamente divertida.
Gira la llave y a ver qué pasa

Como toda buena película de terror, El mono arranca con una secuencia de apertura de gran impacto. Un padre desesperado intenta deshacerse de un siniestro mono de juguete y, por la sangre en su ropa, queda claro que se trata de una cuestión de vida o muerte. El dueño de la casa de empeños rechaza el ofrecimiento, pero entonces el artefacto se pone en marcha y empieza a tocar su tambor, anticipando que algo horrible está por suceder. Tras una serie de eventos desafortunados —que recuerdan inevitablemente a la saga Destino final—, el comerciante termina brutalmente destripado y el primer hombre no tiene más opción que huir.
En una secuencia posterior conocemos a los verdaderos protagonistas de esta historia: los gemelos Hal y Bill. Interpretados en su versión joven por Christian Convery, estos preadolescentes descubren al juguete oculto en el armario de su padre desaparecido. Intrigados por la inscripción en la caja, giran la llave del mono sin imaginar el desastre que están por desatar. Aunque en ese momento no ocurre nada llamativo, pronto la gente a su alrededor comienza a morir en accidentes trágicos y sanguinolentos.
Tras una inesperada desgracia familiar, que deja en evidencia la aleatoriedad con la que funciona el maléfico mono de dientes amarillos y mirada perdida, Hal y Bill idean un plan para contenerlo. Sin embargo, un cuarto de siglo después, los asesinatos regresan, y eso solo puede significar una cosa: el mono está de vuelta, y alguien ha girado su llave.

Los dos tercios restantes de la película recaen en Theo James (The White Lotus), quien interpreta a la versión adulta de ambos hermanos en una de sus actuaciones más intensas hasta la fecha. Como Hal, es un solitario por elección, atrapado en un constante conflicto entre proteger a su hijo y ser un padre presente, un dilema que pretende ser el corazón de esta historia sobre el legado, las maldiciones familiares y los traumas.
El que no arriesga no gana

Es necesario mencionar que el director, quien también se encargó de la escritura del guion, se toma bastantes libertades creativas respecto al material original. Por eso, quienes esperen encontrarse con una película puramente de terror o una adaptación fiel podrían sentirse defraudados. Si bien El mono respeta la premisa del cuento de Stephen King, apuesta de lleno por el humor negro, el efecto sorpresa y una violencia que se regodea en lo caricaturesco.
Aunque Perkins se apoya en las convenciones del género y constantemente prepara el terreno para potenciales jump scares, juega con las expectativas del público y, gracias a un efectivo uso de la edición, termina rematando muchas de las secuencias con carcajadas en vez de sustos.
En este ejercicio de traspasar los límites y abrazar el absurdo, el director demuestra una gran comprensión del tono que una película sobre un mono de juguete maldito de pocos centímetros debería tener. Así, El mono termina acercándose mucho más al espíritu splatter y divertido de los primeros trabajos de Peter Jackson o Sam Raimi, que a propuestas que intentan encontrar una lógica sin demasiado éxito como Annabelle.
Una comedia caótica y sangrienta para unos pocos

A pesar de sus virtudes, El mono quizás no logre posicionarse entre las adaptaciones más memorables de la extensa obra de Stephen King, ni sea valorada como lo mejor de su director. Sin embargo, la película garantiza un espectáculo placentero, acompañado de algunas risas con ruido frente a la pantalla.
Con secuencias de asesinatos dignas de Looney Tunes, humor físico y un ritmo bastante acertado, Perkins toma el cuento original como punto de partida para ofrecer una comedia caótica y sangrienta. El resultado es un recordatorio visceral de que la muerte es cruel, absurda e inevitable. Pero en lugar de temerle, el director nos invita a abrazar el absurdo y reírnos de ella, aunque sea por un rato.

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