Nota anterior:
El auge del cine de ciencia ficción Clase B de los años 50: miedo, curiosidad, radiación y el espacio exterior
En una la anterior, construimos el contexto del inicio de lo que hoy llamamos “Cine Clase B”. Y como bien dimos a entender en esa nota, hay muchas aristas que necesitaban consolidarse, por ende, un solo texto no es suficiente para explicar semejante fenómeno cultural de una industria inmensa. Porque todo movimiento artístico, por así decirlo, tiene su punto de partida a través de diferentes hechos históricos y sociales. La década de los 50 fue una época vibrante y, a la vez, tensa en la historia de los Estados Unidos, donde reside la cuna del cine . En pleno apogeo de la Guerra Fría, el país se encontraba en una constante alerta frente a un posible enfrentamiento con la Unión Soviética.
En este contexto, la ciencia ficción Clase B se convirtió en un espejo de las ansiedades y esperanzas de la época. Las películas de bajo presupuesto, que poblaban las pantallas de los autocines y las funciones dobles, eran el vehículo perfecto para expresar temores profundos y aspiraciones colectivas. La Guerra Fría, justamente, se tenía que ganar en silencio, desde la moral del pueblo y en el cómo se mostraba Estados Unidos frente al mundo. Por eso mismo, el género aprovechó los avances tecnológicos, como el Cinemascope, el 3D y la seducción del Technicolor, para ofrecer una experiencia sensorial que la televisión aún no podía igualar. Era necesario, de una alguna forma, que la gente asista al cine por diversión pero, de fondo, se llevaba también algún tipo de mensaje.
A pesar de su modesto presupuesto, el cine de ciencia ficción Clase B logró captar la atención del público joven por su puesta en escena, su trabajo de efectos especiales y, lógicamente, por sus historias. Temas como el peligro de la radiación nuclear (como en Them!, de 1954), el miedo a invasores extraterrestres (como en Earth vs. the Flying Saucers de 1956) y las mutaciones provocadas por la tecnología (como en Tarantula de 1955) fueron recurrentes. Estas películas canalizaron el terror colectivo ante la posibilidad de que la ciencia, vista como un arma de doble filo, pudiera desencadenar el apocalipsis o generar seres monstruosos y, de esta forma, mediante el miedo, pudiera también generar adeptos y detractores, sin importar el resultado mientras se pudiera instalar bien el mensaje necesario. En el público, la inquietud y curiosidad por lo desconocido no solo se reflejaban en estas películas, sino que además impactaron profundamente en la cultura popular, influyendo en generaciones posteriores. Si nos detenemos a pensar, en aquellos tiempos las fuentes de información y de entretenimiento eran acotadas, y a grandes rasgos, todos solían consumir lo mismo.
Paranoia y el “enemigo interno”: el miedo a la infiltración
Uno de los temas recurrentes del cine de ciencia ficción Clase B de los 50 fue la paranoia hacia el “enemigo interno”, una metáfora directa de la creciente obsesión por la infiltración comunista en la sociedad estadounidense. En pocas palabras: los espías. En esta época, figuras políticas como el senador Joseph McCarthy promovieron la caza de brujas contra presuntos simpatizantes comunistas o de izquierda, alimentando un ambiente de sospecha y paranoia constante. Así, muchas películas caían en el plan de retratar extraterrestres que invadían el cuerpo o la mente de los humanos (como en Invasion of the Body Snatchers, de 1956), seres ajenos que se camuflaban entre la gente común para controlarla desde dentro. Nuestros padres, hijos, hermanos, vecinos... nadie estaba salvo.
Como decíamos, un claro ejemplo de esta metáfora es Invasion of the Body Snatchers (película que tuvo tres remakes, una en 1978 dirigida por Philip Kaufman; una en 1993 dirigida por Abel Ferrara; y una en 2007 dirigida por Oliver Hirschbiegel), un clásico de la ciencia ficción que muestra a los habitantes de un pueblo siendo reemplazados por versiones deshumanizadas y apáticas de sí mismos, creadas por seres de otro mundo. Los reemplazados pierden su capacidad de sentir emociones y de rebelarse, de pensar por sí mismos, convirtiéndose en seres conformistas y obedientes, presos de un ente superior. La película, dirigida por Don Siegel, transmitía un mensaje claro sobre el temor a perder la identidad y autonomía bajo un sistema autoritario, un miedo latente que se alimentaba de la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Saliendo de los años 50, la película Equilibrium (Kurt Wimmer, 2002) plantea un contexto muy similar, aunque esta también absorbe muchísimo del clásico de la literatura Fahrenheit 451, escrito por Ray Bradbury en 1953, y de otro clásico llamado 1984, escrito por George Orwell a finales de los años 40.
Invasiones extraterrestres y el miedo a lo desconocido
La amenaza de una invasión alienígena fue otro tema fascinante para el cine de ciencia ficción Clase B en los 50, y una de las vertientes que quedó instalada en el género de manera mucho más presente, convirtiéndose en un subgénero con mucho peso donde han aterrizado directores de la talla de Ridley Scott, Steven Spielberg, Roland Emmerich, Denis Villeneuve y tantos otros. Para una sociedad cada vez más acostumbrada a vivir bajo la sombra de la amenaza nuclear y la posibilidad de una guerra inminente, la llegada de seres de otros mundos era una metáfora ideal para representar los temores de una agresión externa y el choque de civilizaciones, razas e incluso marcando diferencias culturales. En muchos casos, los extraterrestres se mostraban como entes superiores y tecnológicamente mucho más avanzados, capaces de destruir a la humanidad entera solo por placer o de conquistar la Tierra sin apenas esfuerzo para utilizar nuestros recursos. Esto reflejaba la inquietud de la época ante el posible dominio militar y científico de otras potencias en tierra propia, promoviendo la unión de los pueblos frente a un enemigo en común.
Recurriendo a grandes ejemplos (y quizás cayendo en un lugar común, pero necesario), exponentes como The War of the Worlds (1953) de Byron Haskin, adaptación de la novela de H.G. Wells, presentaron un escenario apocalíptico donde Estados Unidos era atacado por una raza alienígena sin precedentes y aparentemente invencible, donde lo único que quedaba era obedecer, lo que significaba una alusión a la amenaza comunista que parecía acechar desde el exterior con fuerza. En esta línea, la ya mencionada Earth vs. the Flying Saucers (1956) mostró a los icónicos diseños de los platillos voladores que conocemos hoy en día como un estándar y, mediante ellos, la impactante destrucción de icónicos monumentos estadounidenses, algo que supuso un impacto cultural e ideológico impresionante en aquellos tiempos. Incluso en el cine actual, luego de que Independence Day (1996) volviera a levantar esta vara como hecho base para la unión de las masas contra fuerzas externas, estas películas mostraban que, aunque el origen de los invasores fuera lejano, la amenaza de una fuerza desconocida siempre estaba presente en el inconsciente colectivo.
Mutaciones y monstruos radioactivos: el terror a los efectos de la radiación
El impacto de la bomba atómica sobre Japón y la amenaza de una guerra nuclear dejaron una profunda huella en el cine de los años 50, siendo Godzilla (Ishirō Honda, 1954) el mejor ejemplo en cuanto a metáforas y críticas. En el aire se sentía la posibilidad de que la radiación y las armas nucleares tuvieran efectos devastadores y permanentes en la vida de los humanos, una preocupación que se trasladó al cine de ciencia ficción en forma de monstruos gigantes y mutaciones, siempre para dejar la mecha encendida frente a una sociedad preocupada. En este subgénero, criaturas de tamaño descomunal, originadas por accidentes nucleares, simbolizaban el temor a las consecuencias de jugar con fuerzas que aún no se comprendían del todo: durante mucho tiempo, el cine marcaba y determinaba qué era verdad y qué era mentira, pudiendo ingresar así a los hogares con un mensaje claro bajo el brazo .
Uno de los primeros ejemplos del que podemos hablar es The Beast from 20,000 Fathoms (Eugène Lourié, 1953), en la que un dinosaurio prehistórico despierta tras una explosión nuclear en el Ártico y se dirige a Nueva York, destruyendo todo a su paso (la premisa básica de Godzilla y King Kong, solo que variando el personaje principal y sus orígenes). El éxito de esta película, animada por el legendario Ray Harryhausen, inspiró a muchos otros exponentes en los que la radiación daba vida a bestias gigantes que solo querían destruir, aniquilar, y otras veces, simplemente ser queridos. Them! (Gordon Douglas, 1954), a quien mencionamos en los primeros párrafos, presentó hormigas gigantes producto de pruebas atómicas en el desierto, mientras que The Incredible Shrinking Man (1957) llevó el concepto de los efectos de la radiación al extremo, mostrando a un hombre que, tras exponerse a una nube radioactiva, empieza a reducir su tamaño sin remedio, enfrentándose a un mundo cada vez más hostil debido a su tamaño. Este gran concepto se utilizó de forma mucho más explícita en la comedia Querida, encogí a los niños (Honey, I Shrunk the Kids - 1989) y en la más moderna Ant-Man (Peyton Reed, 2015).
Volviendo a los ejemplos clásicos, estos no solo expresaban el miedo a la destrucción causada por la radiación, sino que también aludían a la pérdida de control sobre la propia vida y el entorno. Al jugar con el tamaño y la fuerza de los personajes, el cine planteaba preguntas sobre los límites de la ciencia y la fragilidad humana frente a sus propios descubrimientos. El miedo, entonces, estaba puesto sobre el veloz avance de la tecnología.
Impacto social y legado en la cultura pop
El cine de ciencia ficción Clase B de los años 50 dejó una marca imborrable en la cultura popular, inspirando a generaciones posteriores de cineastas, escritores y artistas, cualquiera de ellos que haya abrazado a la ciencia ficción, como Paul Verhoeven, George Lucas o James Cameron, manteniendo como próceres de esta movida a genios de la talla de Georges Méliès (Viaje a la luna, 1902) o Fritz Lang (Metrópolis, 1927). Aunque muchas de estas películas fueron realizadas con presupuestos modestos y efectos rústicos (si me permiten utilizar esa palabra), como bien explicamos en la primera parte de esta nota, su creatividad e innovación visual le dieron a la audiencia algo que nunca habían visto, y crearon un estilo único que se convirtió en un referente dentro del género. Elementos como los platillos voladores, los alienígenas y los monstruos radioactivos se convirtieron en iconos reconocibles y fueron reutilizados y reinterpretados en décadas posteriores. Definieron las bases que aún hoy siguen siendo el cimiento de la industria.
Este legado se percibe en películas y series de los 80 como ET: El Extraterrestre (Steven Spielberg, 1982) hasta en el cambalache de ideas llamado Stranger Things, que recrea los suburbios estadounidenses y la nostalgia como eje de su venta, además de los alienígenes y la invasión de otros países que se encuentran dentro de sus tierras. Attack the Block (Joe Cornish, 2011), Cloverfield (Matt Reeves, 2008), A.I. Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001), Sector 9 (Neill Blomkamp, 2009), Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013), Starship Troopers (Paul Verhoeven, 1998) y tantas -pero tantas- otras, son claros ejemplos de directores y guionistas que decidieron tomar un poco de cada uno de estos tropos y mezclarlos para que sea el espectador quien salga ganando.
No hay que olvidar, además, que personajes como Robby, el robot de Forbidden Planet (Fred M. Wilcox, 1956) se convirtieron en figuras legendarias, precursoras de los robots inteligentes que poblarían la ciencia ficción de los 70 en adelante y, aunque no parezca, como impulsor de una nueva estrategia de venta. Justamente, como repercusión de la cultura popular, los “muñecos” o figuras de acción de personajes de series o películas comenzaron a ser parte de toda esta movida industrial, habiendo entendido la fascinación de la gente por Robby, por ejemplo, más allá de la empatía por sus personajes de carne y hueso. Con el paso de los años, esto se convertiría en una industria tan grande, que muchas veces los cineastas y creativos, a la hora de crear y diseñar sus personajes, tenían (y tienen) en mente las ventas que podrían lograr con las figuras de acción de sus personajes. Pero esa historia es, definitivamente, para otra nota.