El fascinante mundo del cine “Clase B”: lo que nació como una medida desesperada, se convirtió en culto

Nació de la mera casualidad y se convirtió en una declaración de principios de la mano de grandes como Roger Corman. Una nota raíz de la que (ya verán) se pueden desprender muchas otras notas dedicadas

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Jack Nicholson en The Terror (Roger Corman, 1963)
Jack Nicholson en The Terror (Roger Corman, 1963)

Se le conoce como “cine clase B”, o simplemente “cine B”, dependiendo el lugar de Hispanoamérica donde se encuentren leyendo esta nota. Hoy en día hay todo un mito alrededor de este tipo de cine, casi como si fuese un género aparte, pero a pesar de que a menudo se lo tacha de “mal cine”, “cine basura” o “cine de bajo presupuesto”, sigue generando una fascinación indiscutible en aquellos que lo consumen. La productora The Asylum (Titanic 2, Transmorphers, Sharknado) hizo un negocio mega millonario alrededor de esto, pero vamos a dejarlo para otra nota. Como decía, este cine se caracteriza por sus producciones de bajo presupuesto, actores poco conocidos y tramas desbordadas de creatividad absurda, que suelen resultar en escenas tan extravagantes como divertidas y sin sentido. Estéticamente, es fácil identificar una película de clase B por sus afiches llenos de colores, exageración y mucha contaminación visual, protagonizados por héroes viriles y trillados, damiselas en peligro y monstruos amenazantes de diseños dudosos. Es una clase de cine que muchos ven como un placer culposo y que, a pesar de sus limitaciones, ha llegado a ser un -literalmente- género de culto en nuestros días. Pero, en este punto, vale mencionar antes que se preste a confusión, que el cine clase B de antes no es el mismo cine clase B de ahora. Los tiempos cambian y en consecuencia, cambian las tendencias.

Pero vayamos al génesis. El origen de este tipo de cine se remonta a la época de la Gran Depresión en los Estados Unidos. Durante los años treinta, los estudios de Hollywood buscaron formas de sobrevivir ante la crisis económica que redujo la asistencia a las salas de cine. La falta de dinero hacía que los espectadores se vean obligados a priorizar otras cosas y dejar de lado algunos placeres. Pero la industria estaba perdiendo dinero. Las grandes productoras tenían un poco más de aire para resistir, pero aquellos que manejaban productoras más humildes (por así decirlo) se encontraban en apuros. Así fue como nació la idea de las funciones dobles, una de las primeras medidas de fuerza, en las que una película “clase A” (la producción principal de la función, con presupuesto abultado y estrellas reconocidas), iba acompañada de una película “clase B” que, con menos recursos y menos expectativas, servía de relleno. De alguna forma, la gente sentía que veía dos películas por el precio de una. Sin embargo, y a pesar del éxito de esta simple estrategia comercial, esta idea no solo logró su cometido principal sino que abrió una puerta a otro mundo: sentó las bases de un cine nuevo, donde la falta de recursos se transformó en un espacio de experimentación y en una herramienta de creatividad.

Night of the Living Dead (George A. Romero, 1968)
Night of the Living Dead (George A. Romero, 1968)

Sin haberlo buscado, nació una época donde las películas de clase B se seguían realizando con presupuestos reducidos, donde aspectos como el guión o los efectos especiales eran descuidados a favor de cumplir los plazos, pero también -ahora- como una búsqueda consciente por parte de los estudios. En algunos casos, los directores incluso reutilizaban escenas de otras películas para abaratar costos. Con una libertad creativa poco vista en el cine comercial hasta aquel momento, se crearon historias que exploraban géneros como el terror y la ciencia ficción, alejándose bastante de todo lo que se venía construyendo. En esa maravillosa oleada, aparecieron icónicos directores como Roger Corman (el mayor exponente de este movimiento, un estandarte por sí mismo, genio y precursor) y Ed Wood, figuras clave en la historia del cine clase B, que trabajaron con este espíritu, llevando adelante cintas llenas de aventuras imposibles y personajes extravagantes. La falta de atención a los detalles y la desidia autoral se habían convertido en el eje fundamental de estos relatos.

A pesar de su naturaleza improvisada y sus resultados tácitamente absurdos, el cine clase B tuvo un impacto profundo en la industria cinematográfica. Aunque sus temas, estilos y formas inicialmente fueron despreciados por la crítica, estas películas se convirtieron en campo de entrenamiento para actores y directores que luego triunfarían en Hollywood, como Jack Nicholson, Dennis Hopper, James Cameron, Francis Ford Coppola o Peter Jackson, entre tantos otros. Algunos títulos incluso alcanzaron gran popularidad y superaron en éxito a las superproducciones que los acompañaban. Películas como Night of the Living Dead (1968) del maestro George A. Romero y The Evil Dead (1981) de Sam Raimi se transformaron en clásicos del terror, y son recordadas por sus innovadores enfoques narrativos donde, literalmente, se hacía lo que se podía con lo que se tenía. La maestría sobre las técnicas cinematográficas empezaba a florecer de mano de profesionales que solo buscaban satisfacer su pasión por el cine más allá de sus ingresos ecónimicos. ¿Un referente de esto? Tom Savini.

El despertar del diablo (Evil Dead, 1981) - Dir. Sam Raimi
El despertar del diablo (Evil Dead, 1981) - Dir. Sam Raimi

Las cosas se fueron acomodando con el paso de los años y la gente comenzó a ver con otros ojos este tipo de producciones, entendiendo que más allá de lo que decía la crítica, la intención de estas producciones era particular, diferente al resto de Hollywood, y sin ninguna otra pretención, buscaban entretener sea como fuese necesario. Durante los años cincuenta y sesenta, este género alcanzó un estatus de culto en autocines y funciones de medianoche, acaparando el mercado adolescente que siempre fue uno de los que más resultados positivos supo dar. Con el tiempo, y por una necesidad propia del ser humano de tener que catalogar todo, comenzaron a aparecer subgéneros que potenciaron el éxito de esta movida ya que las posibilidades de venta se sentían mucho más sólidas y con filtros más simples de explicar a la audiencia. Así es como aparecieron algunos motes como “cine de explotación” o “grindhouse”, caracterizado por el contenido provocador y sensacionalista. Estas películas buscaban impresionar con historias extremas de violencia y tabúes prohibidos por aquel entonces, de gran repudio social, no necesariamente para transmitir una moraleja, sino solo para provocar reacciones en el público. “Toda prensa es buena”, era el criterio. Películas como Blacula (1972) y Foxy Brown (1974), del subgénero “blaxploitation”, reflejaban temas de la comunidad afroamericana de una forma no convencional y explosiva. También podemos sumar Slaughter (1972), Shaft (1971) o Dolemite (1975).

Además, surgieron subgéneros que llevaron realmente al extremo el estilo de las películas clase B, ya que todo indicaba que los límites de la cinematografía cada vez estaban más y más difusos. Si tuviéramos que ejemplificar todo esto como un árbol genealógico nos encontraríamos con algo muchísimo más frondoso que el mismísimo Yggdrasill, así que vamos a cortar por lo sano y mencionar las ramificaciones más notables. En este camino, obligatoriamente deberíamos incluir al “giallo” italiano, que se mete de lleno sin ser realmente parte de la movida inicial, pero cumpliendo con muchas de sus reglas. Al “giallo” se lo podría tomar como precursor del género slasher (por así decirlo, porque también deberíamos hablar de los proto-slashers, y todo eso sería material de otra nota), que combinaba el suspenso con el gore y un estilizado carácter visual, donde maestros como Mario Bava, Dario Argento o Lucio Fulci han hecho historia. Cambiando de tono por completo, también tenemos las denominadas “monster movies”, donde criaturas gigantes como Godzilla o King Kong (pero con menor presupuesto) aterrorizaban a los humanos. También surgió el antes mencionado subgénero “gore” o “splatter”, con filmes como Bad Taste (1987) de Peter Jackson o Versus (2000) de Ryûhei Kitamura, que combinaba el gore extremo con el humor. Estos géneros, aunque alejados del cine convencional, influyeron en cómo el público percibe el terror, la acción y la comedia. Vale remarcar, en este punto particular, que el “gore” y el “splatter” son técnicamente lo mismo, aunque hay algunas afluencias que afirman que no lo son. En el idioma inglés, se suele utilizar mucho el término “splatter”, y en español es mucho más común ver “gore” como definición. Para adentrarnos de lleno en ese mundo haría falta otra nota completamente orientada a ese género. Así que, por el momento, retomemos con lo que veníamos.

Imágenes capturadas del trailer "Plaga zombie: Zona mutante - Revolución tóxica", de Pablo Parés & Hernán Sáez, del canal "cinenacional"
Imágenes capturadas del trailer "Plaga zombie: Zona mutante - Revolución tóxica", de Pablo Parés & Hernán Sáez, del canal "cinenacional"

El cine clase B se convirtió en el precursor de un enfoque exagerado y con una fuerte ausencia de restricciones. Supo levantar una bandera dentro de Hollywood y portarla con tanta convicción que algo que nació de la mera casualidad, se convirtió en una declaración de principios. Este movimiento dio lugar a otros fenómenos de culto, como el cine “Clase Z”, una versión aún más extrema de bajo presupuesto. A principios de los 2000, en la Argentina existía un canal de cable llamado I-Sat que tenía un programa conocido como Cine Z, con el slogan “cine Zeta, cine berreta”, conducido por unos títeres en forma de cuervos con las voces de Horacio Fontova y Pelusa Suero. Títulos como Plan 9 from Outer Space (1959), de Ed Wood, son un ejemplo icónico de este tipo de cine, famoso por sus errores de continuidad, hilos visibles en escena y una historia desbordante del absurdo como forma cinematográfica. Su producción y calidad eran tan precarias que, en lugar de rechazarlo, los fanáticos lo recibieron como un verdadero muestrario de lo que representa el cine de Clase Z: la libertad de crear, soñar y narrar sin importar las imperfecciones. Era un paso más allá del cine Clase B, aquellos “outsiders” que ni siquiera podían alcanzar las producciones de bajo presupuesto. Como dato de color, los invito a buscar un sketch del grandioso Benny Hill llamado: “Película con problemas de continuidad”. De nada.

Hoy en día, las cosas cambiaron por completo. La llegada del cine en digital abarató los costos por completo. Antes de eso, el VHS, el Super 8, y otros formatos caseros que ya tienen décadas de vida, le dieron la posibilidad a cualquiera que tenga buenas ideas y una cámara, filmar sus propias películas. Por más extremo que suene, así nacieron en nuestro país genialidades como la saga Plaga Zombie, en manos de la gente de Farsa Producciones. El cine Clase B fue, es y será una fuente de inspiración para nuevos creadores que sin demasiados recursos, tienen la premura de contar historias. Directores contemporáneos como Quentin Tarantino y Robert Rodríguez han revivido el espíritu de este cine en películas como Planet Terror y Machete, que rinden homenaje a los clásicos del cine Clase B con guiños a su estilo visual y narrativo. Además, como decíamos antes, gracias a la tecnología, la producción y distribución más accesible, y -obviamente- plataformas como YouTube, han permitido que muchos aficionados se conviertan en realizadores y continúen el legado con sus propios proyectos. Este cine es una expresión de esa pasión por filmar sin importar nada más en su estado más puro. Es una celebración de la libertad creativa, de un cine que no teme al ridículo y que encuentra en la extravagancia y en lo absurdo su verdadera esencia.

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