Hollywood ha convertido la nostalgia en una constante de la industria cinematográfica, trayendo de vuelta clásicos que han dejado una marca en la historia. En los últimos años, hemos visto el regreso de franquicias como Top Gun, Los cazafantasmas, Mad Max y Sé lo que hicieron el verano pasado (I Know What You Did Last Summer), entre muchas otras. Sin embargo, estos retornos a menudo enfrentan la resistencia de los seguidores originales, quienes perciben que la motivación principal detrás de estas producciones es más el deseo de capitalizar la nostalgia que ofrecer una historia realmente innovadora. Este sentimiento se intensificó con el anuncio de la secuela de Beetlejuice, generando inquietud sobre cómo el excéntrico demonio podría ser reincorporado de manera que estuviera a la altura del original, sin que el esfuerzo se viera reducido a una simple maniobra de mercado.
En 1988, llegó a los cines Beetlejuice, el segundo largometraje de Tim Burton, que le permitió desplegar plenamente su verdadera esencia como cineasta. Aunque había dirigido anteriormente la comedia familiar La gran aventura de Pee-Wee, fue con Beetlejuice donde realmente pudimos apreciar su estilo icónico. La película presentó personajes góticos y una visión oscura que se consolidaría como un sello distintivo en la extensa trayectoria de Burton. Este film no solo consolidó el estilo singular del cineasta, sino que también marcó el inicio de una serie de trabajos que definirían su carrera.
La historia nos presentaba a un matrimonio recién fallecido, Adam y Barbara Maitland, interpretados por Alec Baldwin y Geena Davis, quienes se encuentran atrapados como fantasmas en su antigua casa. Cuando una familia desprevenida, los Deetz, se muda a la casa y comienza a reformarla, los Maitland intentan asustarlos para recuperar su hogar. Sin embargo, sus esfuerzos para espantar a los nuevos propietarios resultan infructuosos hasta que recurren a Beetlejuice, un espíritu excéntrico y descontrolado interpretado magistralmente por Michael Keaton. Este peculiar bio-exorcista ofrece su ayuda a cambio de su propia agenda caótica, complicando aún más la vida de nuestros protagonistas.
El proyecto, con su dirección distintiva de Burton, combina humor oscuro con elementos góticos y surrealistas, creando una atmósfera única que la ha convertido en un clásico. La interpretación de Keaton como el impredecible demonio es especialmente destacada, aportando un nivel de irreverencia y energía que ha dejado una marca imborrable en la historia del cine.
Ahora, 36 años después de su icónica primera entrega y tras el éxito de una serie animada y una obra de Broadway, Beetlejuice regresa con una esperada secuela, lanzada el pasado 5 de septiembre. Tim Burton, que finalmente ha logrado concretar este largometraje después de años de intentos fallidos, nos transporta de nuevo a Winter River. En esta continuación, nos reencontramos con los Deetz, quienes lidian con la reciente pérdida de Charles Deetz. La vida de Lydia, aún atormentada por el travieso Beetlejuice, cambia radicalmente cuando su rebelde hija adolescente, Astrid, descubre una antigua maqueta de la ciudad en el desván. Al abrir accidentalmente el portal hacia la Otra Vida, los problemas comienzan a intensificarse en ambos mundos.
Monica Bellucci y su personaje desperdiciado
El regreso de los actores originales como Michael Keaton, Winona Ryder y Catherine O’Hara generó grandes expectativas entre los seguidores de este clásico de culto. A pesar de los temores iniciales sobre si Keaton podría cumplir con las expectativas, su regreso como Beetlejuice es una de las grandes fortalezas de la película. A pesar de no haber interpretado al excéntrico demonio en 36 años, Keaton retoma el papel con una energía y carisma que hacen sentir que el tiempo no ha pasado. Beetlejuice sigue obsesionado con Lydia y aún espera casarse con ella, lo que se ha convertido en su mayor motivación a lo largo de los años. Sin embargo, la película sufre al intentar manejar múltiples subtramas que, en lugar de enriquecer la narrativa, terminan fragmentándola. La introducción de nuevas historias y personajes, como la dinámica entre los Deetz y los conflictos en el más allá, no se exploran con la profundidad necesaria, provocando que la trama principal se diluya.
Un ejemplo notable de esta falta de desarrollo es el papel de Monica Bellucci como Delores. La actriz italiana, conocida por sus papeles en Malèna y Matrix Recargado, interpreta a una bruja con una conexión con Beetlejuice que debería haber sido intrigante. Sin embargo, Delores es presentada de manera superficial, sin una construcción sólida que justifique su rol como la nueva villana principal. Su presencia se limita a un diseño visual atractivo sin profundizar en sus motivaciones o en su historia, resultando en un personaje que parece más un capricho que una adición significativa a este universo. Es una lástima ver cómo Bellucci y su personaje son desaprovechados en una secuela que, en lugar de expandir el mundo de la primera entrega, se queda en la superficie.
Winona Ryder y Jenna Ortega: la dupla ganadora
En este título, Jenna Ortega interpreta a Astrid, la hija de Lydia Deetz, y comparte pantalla con Winona Ryder en una dinámica madre-hija que se convierte en el corazón del audiovisual. La interacción entre ambas resalta la tensión entre los mundos que representan: Lydia sigue atrapada en lo paranormal, mientras que Astrid busca su propio camino, alejada de esa realidad oscura. Este contraste no solo refleja las diferencias en sus perspectivas, sino que también añade profundidad a sus conflictos internos, haciendo de su relación un eje emocional clave en la trama.
Ryder bromeó que la secuela tardó tanto en gestarse porque estaban “esperando a que naciera Jenna Ortega” para interpretar a su hija, subrayando lo natural que resulta la actriz en este tipo de proyectos de Tim Burton. Ortega, tras su éxito en la serie Merlina (Wednesday), demuestra que parece haber nacido para trabajar en las películas del director, aportando ese toque oscuro y rebelde que hace eco del espíritu de la original.
Tim Burton y el regreso a sus raíces
En Beetlejuice Beetlejuice, el realizador regresa a un estilo que recuerda a sus primeras obras, a pesar de las críticas que han acompañado a sus proyectos más recientes, como el live-action de Dumbo. Si bien el audiovisual suele ser caótico con tramas innecesarias y la exageración de ciertos personajes, es evidente que Burton está disfrutando de su regreso a este mundo. Este retorno a sus raíces demuestra un renovado entusiasmo por el cine, contrastando con el tono más moderado de sus últimos trabajos.
Además de reunir a su equipo habitual, como el compositor Danny Elfman (El extraño mundo de Jack), Burton ha optado por utilizar efectos prácticos, en lugar de los efectos digitales predominantes en el cine moderno. Esta elección, que incluye técnicas tradicionales y secuencias de animación stop-motion (animación cuadro a cuadro), subraya su compromiso con el estilo visual distintivo que definió la primera película. Al integrar estos métodos, busca preservar el “espíritu” de la original, ofreciendo una experiencia que recuerda a su trabajo en películas como El cadáver de la novia (Corpse Bride - 2005) y Frankenweenie.
En resumen, Beetlejuice regresa con una secuela que, aunque captura parte del espíritu del original, enfrenta dificultades al manejar una narrativa dispersa. Tim Burton parece disfrutar de su retorno a este mundo, combinando efectos prácticos con su estética clásica. A pesar de que la película no profundiza tanto en los personajes ni en la trama como podría, Beetlejuice resulta divertida y ofrece momentos nostálgicos y encantadores. Aunque tiene sus fallos, la secuela se presenta como una digna continuación del clásico, proporcionando entretenimiento y un regreso al estilo único de Burton que los fans apreciarán.