El director uruguayo Fede Álvarez no solo tiene un impulso tácito de meterse de lleno en grandes franquicias (ya lo hizo de forma exitosa con Evil Dead), sino que también busca dejar una marca en cada uno de sus exponentes. A grandes rasgos, podríamos decir que los proyectos que él se pone al hombro tienen ese gusto de “cine de autor”, pero la verdad es que es mucho más que eso. Fede Álvarez es un amante del cine de terror, del cine de género en todas sus formas, y respeta cada uno de los apartados que le da vida a una producción. Con Alien: Romulus lo vuelve a demostrar, y se anima a crear el retazo perfecto para un amplio universo que comenzó en 1979 con Alien, dirigida en aquel entonces por Ridley Scott, quien acá también oficia de productor.
Si llegaron a esta reseña luego de ver la entrevista que le pudimos hacer al director, y si han visto otras declaraciones del mismo, sabrán que una de las prioridades era que Alien: Romulus se sienta como parte de la construcción bilateral que generó el estreno de la primera parte y de su secuela, Aliens (1986) dirigida por James Cameron. Para lograr esta tarea, Fede Álvarez no sólo estuvo en contacto con Ridley Scott, su productor, sino que hizo lo mismo con James Cameron. Se desempolvaron viejas carpetas de diseño, y algunos de ellos se utilizaron para construir este “nuevo universo” que parece, sin duda alguna, una extensión necesaria y complementaria de lo que sucedió entre las dos primeras partes.
Alien: Romulus resulta ser un amalgama perfecto entre Alien y Aliens, sobre todo desde su propuesta visual. Como si fuese parte de un eje fundacional, el director mantuvo los pies en la tierra de su equipo creativo, intentando que todo lo que fuésemos a ver en la película sea resultado de maquetas, efectos prácticos, prostéticas y animatrónicas. Obviamente, por cuestiones que rodean una búsqueda implícita de verosimilitud, desde el montaje se utilizaron herramientas digitales, CGI y VFX para complementar la composición de las escenas, pero estos últimos no fueron los protagonistas principales de la coyuntura y se nota -y agradece- sobremanera. El director, para lograr que este propósito sea una realidad, no solo trabajó con artistas que también trabajaron en las primeras entregas de la saga, sino también con algunos que plasmaron su visión en el clásico El vengador del futuro (Total Recall, 1990) para lo que fue el diseño de la colonia donde cobra vida parte de esta nueva película.
Por eso mismo, el aspecto visual de Alien: Romulus es realmente increíble, mucho más analógico que digital en su propuesta, emulando a la perfección los diseños de las naves (tanto dentro como por fuera) que vimos en Alien y Aliens. Los botones de colores, los teclados similares a los de una Commodore 64, los pasillos, las perillas, las puertas, los ascensores, incluso los ductos de ventilación y las tuberías, todo tiene una delicada atención al detalle que, sumado a un diseño de sonido impresionante, regalan las atmósferas justas para llevar adelante la acción. En un contexto donde la idea de “el gato y el ratón” recorre cada segundo de metraje, el suspenso y la tensión son realmente los platos principales de esta producción. Los sonidos necesarios en el momento justo, la falta de luz, las sombras, el movimiento esqueletal de un xenomorfo agazapado, al acecho, generan un tensión que oprime nuestros músculos y nos dejan al borde del asiento.
La historia, como ya se sabía por declaraciones previas, se sitúa entre Alien y Aliens, en una narrativa que no necesariamente se siente como canónica, pero que sí logra ser parte del mismo universo. No es un reboot, para nada, ni siquiera es una nueva versión para las -justamente- nuevas generaciones. Si quieren ahondar por la terminología y gustan de encasillar las cosas, Alien: Romulus podría ser tranquilamente un spin-off de la saga original, con su propio peso, sus propios protagonistas y su propia búsqueda. Sin entrar en spoilers, Fede Álvarez hace algo que muy pocos se hubieran animado a hacer: plasma su propia impronta, sin miedo alguno. No es que, simplemente, dirige una nueva iteración de la franquicia. Minimizar ese atrevimiento sería, por ende, decir que el director solamente le puso su marca registrada a la película. La verdad es que este uruguayo fanático del cine de los 80s y 90s tomó al toro por las astas, lo amansó, lo entrenó, y lo dejó libre nuevamente para que encuentre su propia camino. Lo potenció, lo llevó a otro nivel. Su visión sobre este universo, y la forma de diferenciarse que encontró, lo ponen entre lo mejor de la saga, en el mismo podio que la obra de Ridley Scott y lo que hizo James Cameron.
Al inicio de la película, vemos una breve escena que da comienzo a la aventura. Es el eje disparador que nos posiciona en un espacio determinado, en un tiempo determinado. Se establecen los personajes, sus relaciones y personalidades, pero en la mayoría de ellos no profundiza demasiado, solo lo justo. Esto lo hace el director para que, si bien la muerte de cualquier personaje puede ser triste, sea al mismo tiempo esperable y no nos quite la atención de los personajes que realmente son importantes. Es como regar la cancha para cuando llegue el partido; es como la banda soporte que genera el ambiente para la banda principal. En Alien: Romulus vemos una colonia de seres humanos en otro planeta, con los vicios propios del ser humano y, por ende, con los mismos anhelos. Nuestra protagonista es Rain, interpretada por Cailee Spaeny (Priscilla, Civil War), quien quiere escapar de aquel lugar que, literalmente, es una mezcla entre el Detroit de RoboCop (Paul Verhoeven, 1987) y la colonia de Marte de El vengador del Futuro. A ella la acompaña el actor David Jonsson (Murder Is Easy, Rye Lane), quien interpreta a Andy, un androide a quien la protagonista considera como un hermano menor.
Frente a esta necesidad de escapar, a Rain se le presenta la oportunidad de viajar hasta una nave abandonada, robar los pods todavía funcionales, y así poder hacerle frente a su destino, cambiando su vida a futuro y pudiendo partir hacia un nuevo planeta. Ella acepta esta misión que va en contra de la ley (y de los intereses de Weyland-Yutani, por supuesto) y, sin ser ni spoiler ni novedad, todo se complica a causa de nuestros queridos xenomorfos. Pero no todo queda ahí: también vamos a ver algún Ovomorph (si me permiten utilizar ese nombre dado el contexto de la película), Facehuggers, Chestbursters, naves, armas y todo lo necesario para sentirnos parte de esta historia. No está de más decir que hay varios cameos, homenajes e, incluso, conexiones interesantes con Prometheus (2012) y Alien: Covenant (2017).
En algún momento mencioné esto del concepto de “el gato y el ratón”, y la verdad es que la película, desde lo narrativo y estructural, se basa en esa premisa. Ninguna de las escenas se siente de más, forzada o como relleno. Todas las piezas encajan para conducir al espectador a través de un cúmulo de emociones fuertes, terror visceral y algunos sustos que, personalmente, me hicieron saltar de la butaca. La historia es relativamente simple si la vemos desde un aspecto de profundidad retórica, diferente en cuerpo y alma a la propuesta de Prometheus, por ejemplo. Pero lejos está, este detalle, de ser algo negativo. Fede Álvarez, como director y guionista, junto a Rodo Sayagues, guionista de la película, sabían muy bien las cartas que tenían entre manos. Conocían el universo de Alien y, sobre todo, tenían muy en claro la búsqueda que querían hacer y el camino que querían recorrer con esta propuesta. De esa forma, y con una sutileza narrativa muy propia de los grandes autores del terror, toda la película se construye para asimilar el horror y la tensión de Alien, con la acción y la desesperación de Aliens.
Fede Álvarez no decepciona, sino todo lo contrario. Encaró una de las franquicias más importantes del cine con una grandeza que, de nuevo, pocos hubieran elegido. Hizo de Alien: Romulus una obra de arte que corresponde a los tiempos que corren, pero que resulta ser producto del cine de los años 80s y 90s. Es una cinta moderna, con una visión clara de lo que se necesita hoy en día, pero sin dejar de abrazar el espíritu de las producciones de antaño. Quienes amamos la saga, tenemos frente a nuestros ojos una producción que posiciona a Fede Álvarez, sin duda alguna, entre los grandes nombres del cine de género, sobre todo en lo que terror se refiere. Para las nuevas generaciones, que quieran meterse en este universo por primera vez, no solo se van a llevar terror, acción, suspenso, un estilo visual asombroso y unos diseños de personajes realmente soberbios y mucho simbolismo que resulta remanente del propio H.R. Giger, sino también una lección de cómo hacer cine. Un recuerdo atemporal de que el amor por el séptimo arte es mucho más fuerte que las herramientas que se utilicen para hacerlo.