Nostalgia pop - Episodio 4: El viejo y confiable encanto de las estrellas de cine

Los nombres y caras de famosos actores y actrices en cartel solían ser garantía de taquilla para los estudios, pero muy de a poco ¿dejó de ser así?

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Greta Garbo y John Gilbert en "El demonio y la carne" Foto: Metro Goldwyn Mayer
Greta Garbo y John Gilbert en "El demonio y la carne" Foto: Metro Goldwyn Mayer

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Episodio 4: El viejo y confiable encanto de las estrellas de cine

La dichosa era dorada de Hollywood alcanzó su máximo esplendor en el período de entreguerras, cuando el sistema de estudios dominaba la industria y todo funcionaba como una máquina aceitada, con poco margen para el error y la experimentación. En respuesta a las crisis económicas y sociales, el cine ofrecía entretenimiento accesible y de calidad, como una posibilidad de escapar a un mundo imaginario y controlado. La perfecta fábrica de sueños.

En esa época, los y las protagonistas de las grandes películas de estudio comenzaron a convertirse en figuras tan reconocidas entre el público que adquirieron una enorme popularidad internacional. Actrices como Mary Pickford, Clara Bow y Greta Garbo, y en menor medida algunos actores como Douglas Fairbanks, sobrevivieron a la transición del cine mudo al sonoro, para convertirse en los grandes favoritos de los espectadores y -en consecuencia- de los más importantes estudios de cine.

Sus caras y sus nombres en cartel cortaban miles de entradas, que representaban millones de dólares para los estudios. Los grandes productores -como el infame Louis B. Mayer- entendieron que debían asegurarse de tener esos talentos entre sus filas. Eran la materia prima de la que estaban hechos esos sueños que le vendían a la gente y podían explotar al máximo el interés que despertaban en el público, tanto dentro como fuera de la pantalla..

Fotos: Classic Movie Hub /  Mary Pickford Fundation / Archivo
Fotos: Classic Movie Hub / Mary Pickford Fundation / Archivo

Este modelo de producción dentro del sistema de estudios se conoció como el star-system, en el que las estrellas de cine se convirtieron en un bien de consumo para el público masivo. Los artistas firmaban contratos que los mantenían trabajando en exclusividad para un estudio, pero no solo dentro de las películas. Los productores se encargaban de fabricar el perfil público de la estrella y vender el paquete con un valor agregado, que incluía manufacturar escándalos, explotar sus vidas privadas e incluso imponerles cómo vestir y actuar en público.

Como todo imperio, el sistema de estudios eventualmente se derrumbó, cuando la justicia de Estados Unidos decidió que el poder excesivo que ejercían sobre la producción, distribución y exhibición de las películas estaba fomentando el monopolio. De esta manera, muchas estrellas se desligaron de los contratos tiranos a los que habían sido sometidos durante gran parte de sus carreras. Libres de actuar y negociar con el estudio que quisieran, los actores y actrices cobraron más poder e influencia en Hollywood, negociando contratos millonarios e incluso exigiendo regalías sobre los ingresos de sus películas.

También hubo lugar para búsquedas más personales y artísticas, aunque esto siempre estuvo reservado para los artistas más consagrados. Algunos intérpretes comenzaron a colaborar con directores con quienes tenían afinidad, dando lugar a dinámicas como la del “actor fetiche” que se extiende hasta nuestros días. El star-system trascendió sus orígenes y evolucionó hasta convertirse en un panteón terrenal de estrellas reconocidas en el mundo, idolatradas por millones, ricas, hermosas, talentosas e inalcanzables.

Carrie Fisher
Carrie Fisher

Durante muchas décadas, el star power de estas figuras siguió atrayendo a la gente al cine, pero ahora eran ellos mismos quienes imponían las condiciones. Como no podía ser de otra manera, muchos se emborracharon de poder y comenzaron a perder el control de sus propias vidas y carreras. La estrella problemática se convirtió en un arquetipo hollywoodense, y ya no había contratos ni productores tiranos a quienes culpar por la decadencia de su imagen.

A pesar de las postergaciones en los rodajes, constantes ingresos a rehabilitación, escándalos que tapar o millonarias campañas de relaciones públicas que afrontar, las estrellas de cine seguían siendo rentables y atrayendo gente a las salas. Una dinámica que, por supuesto, siempre se retroalimentó de la prensa amarillista y las propias exigencias y deseos de los fans. La figura del paparazzi apareció con fuerza en los años sesenta para potenciar esta cultura de sobreexplotación de la figura pública, revitalizando la industria del chisme.

La impunidad de la estrella de cine parecía absoluta. No había consecuencias públicas ni legales para quien era lo suficientemente rico y famoso. Sin embargo, en algún momento -y por razones que exceden el tema de esta nota- tanto los estudios como el público se cansaron de los constantes caprichos y falta de compromiso de sus artistas preferidos, y comenzaron a pedirles que rindan cuentas. La cultura de la cancelación llegó para instalarse como el nuevo paradigma y de repente nadie estaba a salvo, cualquiera podía ser la próxima gran decepción de los fanáticos.

HOLLYWOOD, CA - JUNE 24:  Actors Johnny Depp and Tom Cruise attend Jerry Bruckheimer's Hollywood Walk of Fame ceremony on June 24, 2013 in Hollywood, California.  (Photo by Albert L. Ortega/Getty Images)
HOLLYWOOD, CA - JUNE 24: Actors Johnny Depp and Tom Cruise attend Jerry Bruckheimer's Hollywood Walk of Fame ceremony on June 24, 2013 in Hollywood, California. (Photo by Albert L. Ortega/Getty Images)

Como con todas las grandes crisis, surgió una ventana de oportunidad. Si la realidad era demasiado antipática para soportar, la ficción ofreció el refugio perfecto para esos fanáticos decepcionados. Aparecieron héroes confiables y conocidos que habían construido su público durante años en las páginas y ahora daban el salto a la gran pantalla. También nuevas historias que se desarrollaban a lo largo de varias entregas y personajes que le daban a la gente la oportunidad de conocerlos y verlos crecer en tiempo real. Seres imaginarios y casi perfectos que no podían decepcionarlos ni convertirse en algo inaceptable.

El nombre del intérprete pasó a segundo plano para fundirse con el personaje que interpretaba, y la oportunidad de saltar a la fama y convertirse en el favorito del público dependía de conseguir uno de estos papeles. Sagas, franquicias y propiedades intelectuales pasaron a ser la nueva moneda de cambio en Hollywood y el nuevo bien de consumo para el público. No importaba demasiado quiénes eran del otro lado de la pantalla. Carrie Fisher siempre sería Leia, así como Chris Hemsworth siempre sería Thor.

Era un sistema perfecto o eso parecía. Todo marchaba sobre ruedas hasta que los fanáticos y los medios volvieron a tomar control sobre los destinos de esos personajes, o por lo menos ejercer una gran influencia. Con exigencias cada vez más grandes y un amplificador que superaba la llegada y masividad de cualquier tabloide: nuestra querida y nunca bien ponderada Internet. Con la explosión de las redes sociales, los grandes estudios comenzaron a tomar feedback directo del público y pegar volantazos cada vez más bruscos.

Glen Powell
Glen Powell

Esto nos trae al día de hoy, donde los estudios que arrasaron en taquilla la última década como Marvel o DC parecen estar colapsando nuevamente para dar paso a algo nuevo. Aún es temprano para afirmar que se terminó la era de los superhéroes, pero quizás lo que viene detrás no sea tan innovador como cabría imaginar, sino más bien todo lo contrario. Un regreso a las bases o a eso que durante tantos años nos fascinó y arrastró al cine: el viejo y confiable encanto de las estrellas.

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