Episodios anteriores:
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- REVIEW | House of the Dragon - Temporada 2 - Episodio 2: Duelo, traiciones y estrategias políticas en Westeros
- REVIEW | House of the Dragon - Temporada 2 - Episodio 3: El poder del relato y las razones de la guerra
Episodio 4: La danza de dragones en todo su esplendor audiovisual
El despliegue de virtuosismo cinematográfico que ostentaba a menudo Game of Thrones volvió a alcanzar niveles superlativos en el cuarto episodio de House of the Dragon, que adapta uno de los arcos más celebrados por los fans. Se trata de la “danza de dragones”, una batalla aérea en la que se enfrentan las fuerzas más temibles del mundo creado por George R.R. Martin, a puro fuego y sangre. Y en la que la serie demostró, una vez más, por qué HBO sigue siendo sinónimo de calidad televisiva.
Pocas producciones en pantalla grande logran transmitir, a fuerza de efectos visuales, la brutalidad de una guerra y mucho menos el realismo necesario para suspender la incredulidad de ver a dos criaturas mitológicas enfrentándose en una batalla sin parangón. Ni que hablar de trasladar ese virtuosismo a la pantalla chica, donde realmente no hay precedentes para lo que logra generar Game of Thrones en sus espectadores. Sin embargo, a veces perdemos de vista el esfuerzo extraordinario de producción que hay detrás de secuencias como las que vemos domingo a domingo.
Para su mitad de temporada, House of the Dragon construyó cuidadosamente un clima de tensión insostenible entre aliados de la misma facción que, en teoría, comparten intereses en común, pero en verdad están más preocupados en demostrar su valía y conseguir su propia gloria. Este conflicto narrativo tiene su correlato en el espectáculo audiovisual de la segunda mitad del episodio, que desencadena el enfrentamiento entre las tres bestias legendarias en el cielo, articuladas con las decisiones estratégicas de los jugadores en el terreno de la batalla campal.
Lo que comienza como un plan elaborado y cuidadosamente pensado para demostrar el poderío del reino en un ataque sorpresa, se convierte en una carnicería arrebatada e innecesaria, que deja a un ejército diezmado y desmoralizado ante la magnitud de las pérdidas. Pero además, enfrenta a los dragones y sus jinetes en una guerra civil nunca antes vista entre los Targaryen, que pone en jaque -una vez más- la línea de sucesión y los intereses de ambos bandos. Todo esto sin dejar nunca de lado -sino más bien, potenciando- el conflicto emocional y el drama de personajes, que es la esencia de House of the Dragon.
Para llegar a este punto, el episodio construye el recorrido de los personajes a través de diálogos postergados y punzantes entre miembros de la familia y de montajes que demuestran las similitudes y contrastes entre ambas facciones. Por un lado, los verdes marginan a su inexperto rey, lo dejan afuera de las decisiones estratégicas y su propio hermano lo humilla frente a su consejo, demostrando cuál de los dos está más preparado para el puesto. Su madre asesta el tiro de gracia con la frialdad que la caracteriza, humillándolo y haciéndolo responsable por los fracasos de su gestión.
Por el otro lado, el consejo negro también cuestiona a su reina, en un presunto afán de cuidar el reclamo al trono y protegerla de sus enemigos. Pero Rhaenyra tiene aliados poderosos en Rhaenys y Corlys, e incluso en su propio hijo y sobrina, que cuidan los intereses de la reina y defienden su buen nombre. Cuando la heredera vuelve sin éxito de su misión secreta en King’s Landing, no tendrá más remedio que aceptar que ya no hay camino diplomático posible para la paz y debe recurrir al último recurso: los dragones.
A diferencia de los verdes, Rhaenyra es consciente del caos y destrucción que pueden provocar las bestias de los Targaryen y busca agotar todas las opciones posibles antes de someter al pueblo a ese sufrimiento. Y más aún, de que semejante derramamiento de sangre no puede ser solo por una corona, sino que tiene que haber algo más grande que justifique el reclamo al trono. Por este motivo, decide compartir con su heredero la profecía de Aegon I, aquella que da nombre a toda la serie y que mueve los hilos del destino de estos personajes: la Canción de Hielo y Fuego.
El montaje previo a la gran batalla es parte de lo que convierte a esta serie en una producción de factura cinematográfica, a pesar de que en su esencia conserva -y sabe manejar como pocas- los códigos televisivos. El relato de Rhaenyra se entrelaza con la preparación de los dragones para la batalla, un momento sumamente emotivo donde los vemos como criaturas dóciles que forjan un vínculo extraordinario con sus jinetes, antes de convertirse en máquinas de guerra y destrucción. Esta secuencia genera que todo lo que viene después sea doblemente espectacular y doloroso. Y más aún si tenemos en cuenta de dónde viene cada uno, quiénes los precedieron y cómo llegaron a tomar tan drásticas decisiones.