Después de la conclusión de Final Fantasy XVI, quedaron muchas cosas por explicar en el mundo atormentado por los cristales. El equipo de Naoki Yoshida y Square Enix decidieron dejar muchas de estas para la libre interpretación, pero otras fueron parte de un pack de expansión doble, que en seis meses nos regaló una vuelta más por Valisthea.
Al igual que con Echoes of the Fallen, su primera expansión, The Rising Tide nos ofrece una experiencia muy similar a la del juego base en su justa (corta) medida. Combates espectaculares, nuevas armas, en este caso nuevos poderes y más tela para cortar, en un mundo que no deja de estar azotado por la avaricia humana y su hambre de poder.
Lo impresionante de The Rising Tide vuelve a ser su rápida preparación para uno de los combates más difíciles del juego, la intención de Clive de salvar a una civilización que se creía perdida y que los jugadores entiendan que tanto los humanos como Ultima siguen sin tener razón. The Rising Tide confirma lo que el final de Final Fantasy XVI nos quiso explicar: en este mundo, la magia es sinónimo de problemas.
A diferencia del primer DLC, The Rising Tide nos va a llevar a un recorte más coherente de lo que una expansión para Final Fantasy XVI debe ser. Un área nueva que se ve hermosa y no fue azotada (aun) por los peligros de Origen y Ultima. Un área con una tribu de portadores apartada del mundo que vive en paz y tiene sus problemas del día a día que, por supuesto, se presentan en forma de misiones secundarias.
También, The Rising Tide nos muestra a Leviatán, el perdido, quien nunca formó parte del juego base pero se encontraba en toda la mitología Eikónica de Valisthea. Finalmente, sabremos qué fue lo que le pasó y, por supuesto, será objetivo de Clive, Jill y Joshua calmar a la bestia. Una bestia que lleva tiempo dormida y que está muy enojada, aún sin saber lo que le depara al mundo.
Esta aventura nos deja mucho más en lo conceptual, y en el entendimiento de las verdaderas raíces de este mundo, que lo que nos deja en materia historia. Debo decir que toda la fábula de Leviatán no llegó a sorprenderme, pero sí lo que nuestros héroes aprendieron con esto. La reafirmación de que no hay una cantidad suficiente, o un recipiente completo que baste, cuando se trata de algo tan peligroso como la magia.
Así y todo, el espectacular combate Eikónico está de vuelta, en un diseño que grita MMO y Final Fantasy XIV por todos lados, tanto en lo bueno como en lo malo. Pelear con Leviatán me llenó el pecho de ganas de gritar por qué me gusta tanto este juego y por qué valoro tanto el trabajo de Naoki Yoshida y el Creative Business Unit III con una apuesta tan arriesgada como Final Fantasy XVI.
Los nuevos poderes agregados, uno claro Leviatán y otro que no mencionaremos por spoilers, son herramientas que están preparadas más para lo que The Rising Tide o el juego base nos pueden ofrecer en su dificultad más difícil, Final Fantasy, o para los nuevos desafíos añadidos.
La puerta de Kairos se desbloquea al terminar el juego y, en un set de peleas bien complicadas y llenas de acción, nos permitirán disfrutar de todas estas habilidades, si ya superamos toda la experiencia en ambas dificultades. Creo que esperar para terminar el modo de dificultad Final Fantasy, con todo lo que The Rising Tide suma en materia combate, fue una decisión acertada y lo recomiendo.
Leviatán se suma al repertorio de habilidades de Clive, como una especie de escopeta mágica que en nada se parece al resto de los Eikons. La versatilidad de jugar a la distancia, combinada con la increíble cantidad de estrategias cuerpo a cuerpo de Clive, hacen que el combate de Ryota Suzuki se sienta mejor que nunca. El veterano de Capcom deja este combate como su opera prima, y demuestra que el “estilo Devil May Cry” lo puede lograr en cualquier escenario.
Pero, no tenemos el esperado cambio en el final, que conceptualmente está bien que no suceda, pero como fan aun así esperaba la sorpresa. Quizá son las palabras de Ultima al final lo que nos deja en claro por qué no sucedió, pero entre tanta belleza gráfica, y más de lo que me gustó de Final Fantasy XVI, debo admitir que esperaba un poco de servicio a los fans.
En The Rising Tide volvemos a enfrentar una aventura corta, con más de lo que hizo muy bien y poco de lo que hizo mal Final Fantasy XVI. En la forma de algo más parecido a lo que vimos en el juego base, y no en Echoes of the Fallen, la experiencia ahora está completa.
En sus aciertos y en sus errores, personalmente disfruté muchísimo la interpretación de Naoki Yoshida de lo que debería ser un nuevo Final Fantasy numerado. The Rising Tide es una forma segura de despedirse de este mundo, pero que ahora completo se va a disfrutar más que nunca.
Si pienso en Final Fantasy XVI hoy como un paquete para jugar de principio a fin, pienso en una expedición inigualable con mucho para contar, con sus dos expansiones, sobre un mundo que lentamente se acerca a la ruina.
Quizá, ser esclavo de la emoción y el misterio de los plot twists japoneses me hizo esperar más de lo que debía. Quizá, el “terrible y perdido” Leviatán no era más que una esperanza para los jugadores, una que Clive sabía desde el primer momento que no modificaría su accionar y que, al final, debería despedirse de sus fanáticos.