Los servicios de suscripción en el gaming comenzaron tímidamente con Xbox Live y esta necesidad de justificar la suscripción de PS Plus. Por el lado de Microsoft cobraban por el acceso a una plataforma de juegos online que, de por sí, podríamos argumentar que valía la inversión. Mientras que la propuesta de Sony, claramente, no estaba a la altura en materia de voice chat, grupos, ni en estabilidad de conexión.
PlayStation necesitaba fidelizar la base de usuarios de PlayStation 3, Xbox 360 había arrasado en esa generación y comenzó a “regalar” una cantidad de juegos mensuales. Así, empezamos a acostumbrarnos a recibir juegos “gratis” que íbamos a poder mantener en nuestra biblioteca digital, siempre y cuando siga activa la suscripción.
Durante esa generación, PlayStation dio batalla a fuerza de exclusivos y regalos. No terminó tan mal, pero necesitaba asegurarse una generación a como dé lugar. Por eso, la “Instant Game Collection” siguió en PlayStation 4 y sirvió de puente para invitar a los usuarios a sumarse a PlayStation 5. Mientras tanto, Xbox ofrecía una biblioteca de juegos persistente, a fuerza de retrocompatibilidad, incluso ofreciendo mejoras de rendimiento en juegos de generaciones anteriores.
La respuesta de Sony era incluir clásicos de PlayStation 1 y PlayStation 2 a mansalva en PS Plus, pero la retrocompatibilidad real la abandonaron al discontinuar el legendario modelo temprano de PlayStation 3. Hasta este punto en la historia, teníamos los juegos “gratuitos” con Xbox Live Gold y con PS Plus, pero en un par de años iba a llegar el verdadero cambio.
Durante la siguiente generación de consolas, PlayStation 4 fue absolutamente arrasadora, pero no solo por mérito propio. Los traspiés de Microsoft y Don Mattrick salieron carísimos, tratando de forzar el accesorio Kinect al extremo de encarecer ridículamente el bundle básico y de perfilar a Xbox One como un centro de entretenimiento en lugar de una consola de videojuegos.
El hardware era inferior al de PlayStation 4, los juegos multiplataforma no alcanzaban los 1080p de la consola de Sony, ¿cómo iba Phil Spencer a dar batalla? La respuesta tenía dos puntos claves que se retroalimentaban: comprar estudios para desarrollar exclusividades y crear un servicio de suscripción de gaming superador que esté a la altura de Netflix.
Xbox One fue un fracaso estrepitoso, pero el plan a largo plazo de Phil tenía futuro. Una vez más, ante una generación perdida, el servicio de suscripción salía al rescate. Game Pass debutó en 2017 y pronto demostró su valor. Por una módica suma teníamos acceso asegurado al catálogo 1st party de Xbox que, con todos los estudios que estaban comprando, iba creciendo día a día. La promesa de tener los lanzamientos disponibles desde el primer día era demasiado buena para ser real, y ni hablar de la posibilidad de jugar desde la nube apenas con una buena conexión.
Las promesas de Xbox Game Pass se fueron cumpliendo, llegando también a PC y reposicionando a Microsoft dentro del complicadísimo y competitivo mercado de dicha plataforma. La respuesta de Sony fue seguir sumando juegos a su servicio de suscripción, hasta que eventualmente tuvo que ceder y ofrecer una suerte de Game Pass propio.
Hoy en día, nos encontramos en un escenario en el que ambas plataformas cuentan con su propio servicio de suscripción más o menos equivalente. Game Pass sigue siendo superior por donde se lo mire, no solo por la cantidad y variedad de títulos (haciendo hincapié en que Microsoft adquirió una bestial cantidad de estudios) sino porque garantiza lanzamientos desde el primer día y no solo de los juegos de la marca, sino que hace arreglos con estudios tercerizados también.
El resto de las grandes editoras han hecho lo propio, como Ubisoft+ y EA Access, la primera incluida en el tier más alto de PS Plus y la segunda en Game Pass Ultimate. Esto nos deja con una oferta abrumadora de títulos que jugar, que más que ofrecer confunde, algo similar a lo que nos pasa cuando queremos ver algo en Netflix y pasamos media hora navegando entre carátulas y tráilers.
La oferta de juegos nos hace sentir que tenemos mucho que jugar, sin embargo es una ilusión. No sabemos con certeza cuándo van a salir nuestros juegos favoritos del servicio de suscripción y, cuando finalmente avisan la fecha de retiro, salimos corriendo a aprovechar los últimos días. De cierta manera, al darnos tantas opciones con una fecha imaginaria de vencimiento, terminan generando más ansiedad que ganas de jugar.
Cada vez que se suma un nuevo título al catálogo lo celebro, lo instalo y lo pruebo unas horas, pero después vuelvo a jugar a lo que realmente quiero. A la vez, no me dan ganas de comprar el juego si ya está en una suscripción porque siento que “ya lo tengo”, pero en el fondo se que lo van a quitar y me voy a quedar sin jugarlo. Eso termina generando una suerte de FOMO (miedo de quedarse afuera de algo), me pasó cuando incluyeron Soul Hackers 2 a Game Pass, un juego que siempre quise comprar para jugar “cuando tenga tiempo” y ahora que lo sacaron no puedo conciliar la idea de comprar algo que “tuve” y elegí no jugar.
Entiendo y valoro los beneficios de las suscripciones. A fines prácticos, es la mejor forma de acceder a juegos que cuestan lo mismo que un salario mínimo cada uno. Pero también me pregunto: ¿Este es el futuro del gaming? ¿Sin juegos propios ni licencias digitales? Si el paradigma cambia y pasamos de comprar juegos a sumar suscripciones: ¿Vamos a seguir jugando lo que nos pongan en el servicio al que estemos suscritos? Siento que hay algo que no estamos analizando lo suficiente, que se nos pasa por el costado porque la relación entre precio y calidad es abrumadoramente satisfactoria.
Y ni siquiera estoy considerando el efecto de tales servicios con los costos de desarrollo y el modelo de monetización de los juegos, en especial aquellos que no tienen la banca de una editora gigante que los respalde. Tal vez sea la evolución natural de la industria, o quizás nos estén forzando a dar un paso evolutivo y no nos estamos dando cuenta. Lo cierto es que no imagino un futuro en el que los servicios de suscripción den un paso al costado, por el contrario, creo que se van a afianzar y en los próximos años serán la forma más popular de jugar.