Como el monstruo de Frankenstein, Bella Baxter (Emma Stone) es el resultado de un experimento médico que le infunde vida a un cadáver. Pero hasta ahí llegan las similitudes con el personaje de Mary Shelley y su clásica historia. Con plena consciencia de su origen y una voluntad de vivir arrolladora, Bella se convierte de a poco en la protagonista perfecta para esta sátira sobre el libre albedrío y las imposiciones sociales.
Willem Dafoe interpreta a su creador, un científico rechazado por la sociedad por sus deformidades y métodos poco convencionales. Dueño de una mansión gótica, un impresionante laboratorio y un gran prestigio académico, el Doctor Godwin Baxter se convierte -casi involuntariamente- en el padre de la criatura, a la que educa con verdadero cariño y ternura. Aislada de la sociedad, Bella tiene un carácter dulce pero bravo, que eventualmente hará imposible controlarla.
El crecimiento y aprendizaje de Bella es constante y gradual, al punto de que su padre decide reclutar a uno de sus alumnos (Ramy Youssef) para registrar los datos, como buen científico que se precie de tal. Pero el joven Max McCandles no puede evitar rendirse ante los encantos de Bella, una criatura extraordinaria en todo sentido que, poco a poco, se va transformando en mujer. Este fue uno de los puntos más discutidos de la película tras su estreno internacional, pero lejos está de ser sobre lo que la historia se trata.
El despertar sexual de Bella ocupa buena parte del segundo acto y la incongruencia de su cuerpo adulto con su mente juvenil da lugar a situaciones tan incómodas como desopilantes. Sin embargo, el mundo creado por Yorgos Lanthimos no funciona como el nuestro y el cineasta se encarga de dejarlo claro en numerosas oportunidades. El carácter casi onírico que reviste a esta fábula de ciencia ficción y fantasía hace que su alegoría sobre la evolución del ser humano resulte todavía más poderosa, al poder acercarse a lugares que en un relato realista no hubieran sido posibles.
Como en toda buena película, el despliegue audiovisual acompaña el relato. Y en este caso lo hacer con su paleta de colores, su impresionante diseño de producción y vestuario y decisiones narrativas como el uso del color y el blanco y negro. Cuando Bella es consciente del mundo que la rodea, la película explota en colores. Hasta entonces, el blanco y negro enmarca la historia en una limitada visión del mundo, mientras el director juega con distintos lentes para evocar diferentes sensaciones y puntos de vista (como es habitual en su filmografía).
Al salir al mundo exterior, los cielos reflejan continuamente el estado de ánimo de Bella, al igual que los deslumbrantes colores de sus vestidos. La simbología de los objetos también está presente en toda la película, desde una burbuja de aliento hasta un ventanal con forma de genitales masculinos. Pero el cine no solo entra por los ojos, sino también por los oídos. Y la banda sonora del debutante Jerskin Fendrix contribuye a la creación de climas que reflejan el mundo interno de Bella y su evolución ante los descubrimientos del mundo que la rodea.
Es una película brillante, arriesgada, con un guion sólido de Tony McNamara (habitual colaborador de Yorgos Lanthimos) basado en la novela del autor escocés Alasdair Grey y con un acercamiento a sus temas alejado por completo de la sensibilidad hollywoodense. Sin embargo, es una de esas historias con el potencial para volverse universales, un estudio sobre el ser humano y qué lo mueve a seguir aprendiendo, creciendo y evolucionando. Todo con un tono cómico que roza en el absurdo y con impecables actuaciones de Emma Stone, Willem Dafoe, Rami Youssef y un Mark Ruffalo que merece mucho más reconocimiento del que está teniendo por su papel.