Desde el museo del Louvre al Palacio de Buckingham, pasando por las alcantarillas de París al asedio de La Rochelle, en un reino dividido por guerras religiosas y bajo la amenaza constante de la invasión británica, un grupo de hombres y mujeres empuñarán sus espadas y unirán su destino al de Francia, en la continuación de Los Tres Mosqueteros: D’Artagnan, que vimos hace algunos meses.
La historia hasta ahora
Los Tres Mosqueteros: Milady vuelve a ser dirigida por Martin Bourboulon y continúa exactamente donde terminaba la primera parte. Pensada como una gran historia dividida en dos, este nuevo estamento continúa con los mismos elementos sin innovar. No es tanto una secuela, sino una segunda parte de una gran película de casi cuatro horas.
Así que es necesario tomarse los primeros minutos del metraje para (un poco alargadamente) contar los hechos que antecedieron: la presentación de D’Artagnan (François Civil) al grupo de Mosqueteros; su primer enfrentamiento con Athos (Vincent Cassel), Aramis (Romain Duris) y Porthos (Pio Marmaï) y su consecuente lazo atado en base al honor y la amistad; la presentación de la mortal Milady (Eva Green); el amor adolescente con Constance Bonacieux (Lyna Khoudri) y todo el enredado conflicto geopolítico entre Inglaterra y Francia con Louis XIII (Louis Garrel), Anne d’Autriche (Vicky Krieps), el Duc de Buckingham (Jacob Fortune-Lloyd) y Le cardinal de Richelieu (Eric Ruf) entre muchos otros.
La historia es la primera vez que se adapta en Francia e intenta de alguna manera trasponer de manera “correcta” la novela de Alexandre Dumas. El trabajo que realizaron Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière permite mantener los centros neurálgicos del texto original pero modificando ciertas situaciones para que sean más “cinematográficas”. Al terminar la primera parte, Constance era abducida por traidores al rey y cuando D’Artagnan va en su ayuda también es atrapado; con este gancho arranca la segunda parte que le dará más entidad y presencia a Milady de Winter.
Un clásico como nunca lo viste
Martin Bourboulon logra algo no tan común en estos tiempos: que una reinterpretación de un clásico sea sorpresiva pero, a la vez, mantenga un sentimiento de “fidelidad” con el material original. Quizás tenga que ver con el hecho que la historia siempre se contó por fuera del mundo gálico (en narrativas inglesas o estadounidenses) y eso llevaba a una focalización diferente.
Los Tres Mosqueteros: Milady es divertida, tiene un buen trabajo de arte y de maquillaje (da gusto ver que los protagonistas nunca están limpios como la gente se maneja hoy por las calles), los decorados son gigantescos y cautivantes, y las decisiones de cámara remiten a tiempos anteriores cuando no se necesitaba tanto corte de plano para las escenas de acción.
Aunque lleva el nombre de Milady, esta segunda parte sigue teniendo el protagonismo de D’Artagnan, y sobre todo de las traiciones y conspiraciones en la guerra entre Gran Bretaña y Francia. Destaca absolutamente la batalla de La Rochelle, que a pesar de no ser tan extensa logra acaparar la atención y sentirse épica al nivel de otras grandes batallas cinematográficas.
La base en la adaptación
Lo dicho, la historia sigue bastante al pie de la letra la estructura de la novela original (la primera de las tres que escribió el autor sobre estos personajes, le siguen Veinte años después y El vizconde de Bragelonne) pero cambiando algunas situaciones: el destino de Constance es similar, pero no sigue el lineamiento de la novela, las motivaciones y acciones de Le cardinal de Richelieu no llegan a ser tan malvadas, todo responde más a una situación gris, donde los malos y los buenos no están tan claramente delineados.
En esta dirección es que gana más carnadura el personaje de Milady de Winter, interpretado por la siempre hipnótica Eva Green. En el libro, sus motivaciones son más extremas, aquí juega todo el tiempo entre el mundo del bien y del mal, aunque a la postre las consecuencias por sus actos se materializan en muerte y tristeza. Nobleza obliga, esa constante danza sobre un hilo fino que realiza Milady, lo que hace que sea un poco confuso entender la toma de ciertas decisiones de ella y personajes que la rodean, en este aspecto se parece más a una película de contraespionaje que a una película de aventuras.
El papel del Cardenal pierde puntos al deslucirse tanto, un problema que no se desprende tanto de la narrativa diegética que plantea el material audiovisual, sino de lo que conocemos de la historia y del personaje. El villano es mucho más amplio que una sola persona malvada. Lo mismo ocurre con Louis XIII, un personaje histórico que sufrió ser el hijo de uno de los monarcas mejor puntuados en la escala social como fue Enrique IV, aquí toda la presión y la duda ante un legado demasiado grande que rellenar se hacen carne en una interpretación muy correcta de Louis Garrel.
Con grandes escenas de acción (la batalla final entre D’Artagnan y Milady en un edificio prendido fuego sin que la cámara corte nunca es una delicia para la vista) y personajes entrañables, Los Tres Mosqueteros: Milady es el complemento necesario para terminar de consumir la fábula de estos cuatro personajes como debe ser consumida. Con algunos problemas más estructurales (la historia es demasiado grande para menos de cuatro horas de metraje) y personajes que se separan y viven aventuras separadas como si fuese El Señor de los Anillos, mantiene un espíritu de clásico de antaño que ofrece un oasis entre tanta historia realizada frente a una pantalla verde. Saber que solo costó 70 millones de dólares (estamos hablando de ambas partes) demuestra que no siempre tener más presupuesto significa tener películas más grandes.
Si Eva Green cautiva, lo de Vincent Cassel -en un papel de un atormentado Athos- es la columna vertebral actoral de la película. Sus gestos, su presencia frente a la cámara y sus silencios le imprimen pedigree suficiente para que los otros tres héroes puedan jugar y divertirse. Una maravilla de un actor que siempre quedó fuera del star system estadounidense por sus raíces francesas.