Milton es un señor mayor de edad que está viendo su futuro resquebrajarse a través de pequeños olvidos y confusiones. Se vive quejando de los mismos temas en las discusiones barriales, tiene un hijo con el que no habla y una hija que lo visita regularmente. Pero la soledad en la que se encuentra en su casa de dos pisos se resquebraja con la caída de un ovni en su jardín, del que sale un malherido alien al que comienza a cuidar. Así comienza Jules, una comedia estrenada en Netflix que demuestra que nunca es tarde para cambiar de vida.
Un día en la vida de…
La nueva película de Marc Turtletaub (que como director tiene algunos títulos, pero es reconocido por ser uno de los productores de Pequeña Miss Sunshine - Little Miss Sunshine, 2006-) es una carta de amor a la tercera edad. Explota la capacidad del cine para contar, de manera extraordinaria, historias comunes que no tienen nada de ordinarias.
Aquí, la excusa de un encuentro cercano del cuarto tipo es la puerta de entrada a conocer el maravilloso mundo de Milton (Ben Kingsley), Sandy (Harriet Harris) y Joyce (Jane Curtin). Porque sin dudas Kingsley es el protagonista, ya que lo que sucede toca en su hogar, pero el triángulo entre los tres es lo que convierte la trama y a ellos mismos en el camino.
La vida de Milton es monótona, aburrida, gris. Se va degradando a medida que pasan los minutos y lo hace en soledad. Y ese mismo miedo a perderse a sí mismo por la senilidad hace que quiera alejarse de todo lo que lo rodea. También lo vuelve cínico y permeable a aceptar que un Objeto Volador No Identificado haya caído sobre el patio de su casa, continuando con su vida, negando ese hecho de la realidad. Al día siguiente, cuando descubre que de allí salió un alien, continúa su vida, negando nuevamente ese hecho.
Ya al tercer día decide tomar cartas en el asunto y comienza a dejarle agua al nuevo inquilino.
El simbolismo como forma de narrar
El cine de género, y sobre todo la ciencia ficción, siempre fue el motor capaz de dialogar con la coyuntura, siendo más digerible para el gran público. Así, en la década del cincuenta, el cine lograba colar en agenda el tema de las listas negras y el macartismo, a través de las películas de extraterrestres como La invasión de los ladrones de cuerpos (The Body Snatchers, 1955) sin que se note que iba por ese lado, saltando la censura.
Jules podría entrar en la misma categoría que otro clásico de ciencia ficción: Cocoon (1985), dirigida por Ron Howard (el mismo de Willow, Apolo 13, El código Da Vinci y Trece vidas, entre otras) que utilizaba el valor extraterrestre para conversar sobre la segunda adolescencia de la tercera edad. Jules navega por los mismos mares.
El trío protagonista vive separado uno del otro hasta la llegada de este ser. Se los ve apáticos, algo enojados o separados de la realidad, pero el secreto en común de esta presencia alienígena los une como una suerte de estudiantina revitalizante. El alien en cuestión no habla nunca, no tiene gestos pero, sin embargo, la resignificación y sobrevida que les dan estos tres personajes completa el simbolismo.
Que la situación del alien mudo sea el motor para que personas que no están acostumbradas a que nadie las escuche no paren de hablar y descubran cosas profundas en su existir, es de una belleza inmensa.
El humor y el verosímil
Jules es ante todo una comedia, aunque tiene una situación bastante turbia que se resuelve en su mayoría fuera de cámara, y al pensar sus implicancias puede ser devastadora. Pero no una comedia de chistes y risotadas, sino de esas que te permiten tener una media sonrisa constante, la nueva normalidad que inunda de esperanzas y nuevos horizontes a estos personajes.
Lo que come el alien, lo que necesita, la figura de los gatos, la tercera en discordia, todo se vuelve un panorama lúdico que inyecta buenas vibras a un relato que juega inteligentemente con el verosímil, dentro de los límites que da el presupuesto. Jules es una película barata: pocas locaciones, pocos personajes y casi nulos efectos visuales. La mayoría se gastó en el maquillaje de Jules (interpretado por Jade Quon) que permite convencernos de que es algo que podría existir, y en los efectos visuales del final, que igualmente se notan baratos y resueltos como si de una película cutre de hace algunas décadas hablásemos.
Pero eso permite meternos más en la historia. Al conocer sus limitaciones, el director Marc Turtletaub explota al máximo los elementos con los que cuenta. Incluso en los momentos más oscuros (que incluyen muertes de humanos y animales) todo se mantiene en el mismo tono. Hay un uso inteligente de los recursos para no desviarse nunca del centro de lo que se quiere contar
Jules es una propuesta para toda la familia, para desmitificar que “viejos son los trapos” y que existe una vida después de los setenta años. Está bellamente actuada y tiene mucho corazón. El final viene a reforzar eso que se mantuvo durante todo el metraje: terminamos con una media sonrisa y la certeza de que el cine y el arte, a través de bellas historias, son capaces de generarnos las endorfinas necesarias para creer siempre que el mundo es un lugar hermoso.