- REVIEW | ‘El Continental: Del mundo de John Wick’ - Episodio 1: Acción, asesinos y un pasado algo diferente
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La miniserie de El Continental fue un gran experimento: basada en la saga de John Wick, busco acercarse no sólo con una miniserie de tres episodios de más de 90 minutos (en lugar de apostar por una serie más larga o con un formato más “televisivo”, o en su defecto con otra película), sino además despegándose de la línea argumental madre para irse al pasado.
El primer episodio costó para introducirnos en este nuevo universo, para el segundo se asentó a base de buenas decisiones, para volver a caer en algunos problemas en el tercero.
La visión de un director
Las funciones y responsabilidades de cada área en una película son algo grises para el común de la gente, todos creen que el responsable absoluto es el director, o quizás el productor, pero es más complejo que eso.
Mientras que el guionista es el que escribe la historia, el productor es el motor que ayuda a que las cosas sucedan, o el director de fotografía es el que logra que todo lo que se propone para la pantalla se vea como es pedido; el director es el que aporta “la visión”. Este término algo remanido puede aplicarse a varios aspectos, pero en las generalidades aplica para: el tono, el verosímil, la propuesta estética…
Es de alguna manera el director técnico de un equipo de fútbol que conoce donde explotar mejor cada lugar de la cancha de acuerdo a los jugadores que tiene. Es difícil que lo que pida no se vea en la pantalla, puede haber jugadores más rebeldes que otros, pero a la larga todos se unen en pos de conseguir el objetivo final que es una obra comunicacional.
John Wick funciona porque su director (Chad Stahelski) se mantuvo durante las cuatro películas y fue imprimiéndole su visión, que cambió a medida que él fue creciendo y aprendiendo cosas nuevas, pero se mantuvo coherente a pesar de ello. La violencia explícita, las cuestiones de las habilidades casi sobrehumanas de supervivencia, los chalecos antibalas mágicos convertidos en trajes de alta costura, los colores saturados… todo forma parte de un verosímil que fuimos comprando. Si vemos la primera y luego la cuarta parte, podemos notar esa diferencia.
La serie tiene dos directores: Albert Hughes (Desde el Infierno, El libro de los secretos) en el primer y tercer episodio, y Charlotte Brändström (The Witcher, El señor de los anillos: Los anillos de poder) en el segundo. Las diferencias entre ambos son notorias.
El problema del verosímil
Mientras que Hughes viene más del mundo de los videoclips y los largometrajes, Brändström se desarrolló en el ecosistema de las series televisivas. Así, el primero se maneja mucho más visualmente y enfrascado en un relato único, cuando la segunda entiende el funcionamiento narrativo que requiere una historia separada en varios capítulos y tiene la capacidad de trabajar con menos presupuesto.
Dos formas diferentes de ver el cine, dos maneras de encarar un proyecto, dos visiones.
El tercer episodio destruye lo construido en el segundo: los personajes que forman el equipo que atacan el Continental de Cormac O’Connor (Mel Gibson) liderados por Winston Scott (Colin Woodell) dejan de ser personas para ser personajes que actúan para hacer avanzar la trama. Esto hace que uno pierda el interés y le quita emocionalidad a sus escenas.
Al perder el lazo de unión que comenzó a pergeñarse en el segundo episodio y al separarlos, tampoco nos involucramos tanto con ellos y comienzan a dispersarse en el relato. Es revelador lo de Lou (Jessica Allain), que vuelve a usar armas porque el guión la puso de manera arbitraria allí.
Pero ese no es el único problema con el verosímil en este episodio.
Ni santos ni pecadores
El clan de los asesinos que conocimos en John Wick tiene un código moral… abstracto. Al momento de convertirse en herramientas de la Mesa Alta dejan de lado lo que está mal o bien. Así mismo, evitan llegar al extremo de la parodia.
Son exagerados, pintorescos, o performáticos, pero se los toma en serio. No están desarrollados para generar risa o un halo de cercanía, son máquinas asesinas que a un simple pedido terminan con tu vida.
El tercer episodio comete ese error, cuela humor en las primeras peleas. Uno pensaría que podría ser una búsqueda, pero cuando vemos que Cormac -que en el capítulo anterior se había mostrado como un ser oscuro a temer- vuelve a ser un villano exagerado y próximo a la parodia, podemos vislumbrar que lo que falta es desarrollo de personajes.
Incluso “el plan” para tomar El Continental nunca se define como algo absolutamente pensado o completamente salvaje. Nunca se termina de entender si Scott tiene la situación controlada o no, si lo que sucede forma parte o no de su plan.
El asentamiento
La idea de esta historia estaba definida desde antes de arrancar: sabemos que en el presente Scott es el que maneja El Continental de Nueva York, lo interesante era saber cómo se había dado esa situación. Y al finalizar se siente como una posibilidad algo desperdiciada.
El capítulo final es divertido, tiene muchas peleas (algunas coreografías son visualmente espectaculares) y algunas sorpresas. Pero nuevamente, esas sorpresas no se maceran a fuego lento, se escupen a último momento para cambiar el curso de la historia hacia donde todos sabemos que va a ir. Incluso uno de los clímax más importantes, se vuelve completamente anticlimático.
Sí, vuelven a ponerse en valor cuestiones de la mitología: las monedas de oro, el sistema de seguridad del hotel (que volvimos a ver en la tercera entrega de las películas) o el modo de manejo de la Mesa Alta. Pero terminando el tercer episodio nos quedamos pensando que con lo mismo, pero mezclado de otra forma, el resultado hubiese sido mucho más positivo.
Lo importante es que Winston Scott ya se encuentra en lo más alto de la torre y le quedan algunas decenas de años para encontrarse con su amigo John Wick.