Mike Flanagan es hoy uno de los referentes del cine de terror moderno, compartiendo ese lugar con figuras como James Wan. En el caso del primero, más acomodado a un tipo de horror emparentado con Stephen King (desde lo narrativo y desde lo formal / realizativo), pero siempre buscando crear contenidos de calidad.
En este caso, de manera algo caprichosa, toma la prosa de Edgar Allan Poe para contar la historia de la familia Usher, una suerte de Kardashians del mundo progresista y la maldición que los va asesinando uno a uno.
El legado del cuervo
Edgar Allan Poe nació en Estados Unidos en 1809, desarrolló y perfeccionó el cuento corto utilizando géneros como el terror, el detectivesco o la ciencia ficción, y también indagando mucho en el gótico como estilo. Fue el padre de grandes autores como Franz Kafka, H. P. Lovecraft, Arthur Conan Doyle o los latinoamericanos Rubén Darío, Jorge Luis Borges y Julio Cortazar.
Uno de sus cuentos más reconocidos es La caída de la Casa Usher (The Fall of the House of Usher), que lanzó en 1839 y que tuvo diversas adaptaciones en el mundo audiovisual. Además de ser una de las primeras obras suyas en aparecer en cines (en 1912, en pleno auge del cine mudo), tuvo su versión definitiva en 1960, protagonizada por el ícono del terror Vincent Price y dirigida por Roger Corman. Esta adaptación fue guionada por Richard Matheson, el escritor de Soy Leyenda (I Am Legend, 1954) y El hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1956).
El hombre detrás del rojo carmesí
Mike Flanagan ha logrado consolidarse como uno de los grandes referentes del cine de horror de estos tiempos. El director tiene dos etapas bien marcadas en su carrera, una antes de sus trabajos en Netflix, y una luego de esto.
Su primer éxito fue Oculus (2013), le siguió una película de terror más chica y convencional llamada Silencio (Hush, 2016) y la extrañísima Somnia: Antes de despertar (Before I Wake, 2016) que tiene varios elementos que volvería a tomar cuando adapte a King. Cerrando esta etapa tenemos la secuela de terror Ouija: el origen del mal (Ouija: Origin of Evil, 2016).
En 2017 realizaría su primer trabajo para Netflix: El Juego de Gerald (Gerald’s Game) basada en un texto de Stephen King. Un año después lanzaría lo que sería la primera serie de su saga de “Maldiciones”: La maldición de Hill House (The Haunting of Hill House), basada -levemente- en la novela homónima de Shirley Jackson que se convirtió en un éxito total y absoluto.
En 2019 vuelve a adaptar a Stephen King con Doctor Sueño (Doctor Sleep), la secuela de lo que fue El Resplandor (The Shining) siendo mucho más respetuoso con el material original que Kubrick. Con La maldición de Bly Manor (The Haunting of Bly Manor, 2020) y Misa de medianoche (Midnight Mass, 2021) justificó toda la confianza que Netflix le dio para crear sus propios productos. Pero eso comenzó a resquebrajarse con El club de la medianoche (The Midnight Club, 2022), que tuvo críticas diversas.
La maldición de toda una familia
La historia de esta miniserie de ocho capítulos sigue a los hermanos Roderick y Madeline Usher, interpretados por Bruce Greenwood y Mary McDonnell respectivamente. Ellos han convertido una empresa farmacéutica en un imperio de riqueza, privilegios y poder; mientras que sus hijos se han diversificado, la familia se convierte en faro de la sociedad. Sin embargo, diversos secretos salen a la luz cuando los herederos de la dinastía Usher empiezan a fallecer.
La historia troncal se basa en el cuento que lleva el nombre de la miniserie, pero es casi a nivel proto estructural: la narrativa se siente más como un libro de Agatha Christie. Como una suerte de cajas chinas, vamos yendo del pasado al presente sin orden de continuidad para entender por qué van falleciendo los diversos miembros de la familia.
La conversación entre Roderick y Auguste Dupín (Carl Lumbly) es lo que va a llevar adelante lo más “explicativo” y “evocativo” de la trama. Pero la estructura, en realidad, se basa en toda la obra de Poe, ya que cada episodio toma un cuento del autor para adaptarlo a la lógica de la propia adaptación del primer cuento: nuevamente, una caja china.
Los diez indiecitos
Las reglas son más similares a un whodunit (expresión de “¿quién lo hizo?”) pero con las normas cambiadas: desde el inicio sabemos quienes fallecieron y quién fue el responsable. ¿Entonces? ¿Cuál es el centro de esa búsqueda? Entender el porqué.
La caída de la Casa Usher es una suerte de justificación en loop: los personajes dicen sus diálogos justificándose, cuando vemos situaciones del pasado tenemos otros personajes justificándolas, el villano realiza acciones malvadas justificándose… y el relato se arma para justificar lo que sucede. Al ser de carácter sobrenatural la explicación, basada en el verosímil pergeñado por Edgar Allan Poe, todo se vuelve más endeble.
Lo que vamos a ver es una suerte de obra de teatro en continuado con cada uno de los miembros de la familia Usher siendo asesinados sin que nada de eso pueda detenerse o alterarse. No existe sorpresa ni conflicto.
La falta del aspecto gótico
Uno de los elementos más significativos en la carrera de Mike Flanagan es la utilización del gótico en sus producciones. El concepto tiene varias aristas, la que utilizaremos aquí tiene más que ver con lo oscuro y siniestro, que se desprende de esas catedrales ampulosas y gigantescas. Con la utilización de sombras, ropa oscura y personajes que hablan con acentos precisos y consonantes.
El gótico fue muy utilizado por Edgar Allan Poe en su narrativa, así que el traspaso al audiovisual por Flanagan, que lo había sabido aprovechar muy bien en sus “maldiciones” y en Misa de Medianoche, daban cuenta de un maridaje potencial. Pero La caída de la Casa Usher tiene una búsqueda algo divergente.
Sí, las sombras están (sobre todo en la conversación base de la narrativa entre Roderick y Dupín) y también la oscuridad. Pero todo se siente más sepia, con elementos más agarrados al tiempo actual sin ese juego que el director siempre supo imprimirle a sus obras, que las convertía en atemporales. Aquí, que podía jugar con Poe, decide tomar otro camino.
Luego, los momentos terroríficos parecen salidos de otro producto: son potentes, son sangrientos, pero no se sienten encajar en el resto de la narrativa. El director parece buscar la creación de climas para luego llevar todo a un reguero de sangre que le quita fuerza y pone un poco en ridículo los momentos más gore.
Finalmente, sin un antagonista a combatir (los protagonistas son víctimas constantes) y sin un crecimiento dramático, la serie se siente más como un “veamos que tan sangrientamente muere cada miembro de la familia”, como si fuese un slasher (aquel subgénero donde un asesino con máscara asesina a jóvenes) sin alma. Quizás el desarrollo más interesante sea el de Frederick Usher (Henry Thomas), pero queda perdido en los graves problemas estructurales de la serie, que la vuelven aburrida.
Una historia con falta de conflicto, que se apoya en algunas buenas actuaciones y en secuencias de horror muy bien realizadas, que se mezclan con problemas en la estructura narrativa y algunas imprecisiones en la toma de decisiones, convierten a La caída de la Casa Usher en un producto muy irregular.