El peor enemigo es el interno. Como sociedad nos vamos construyendo desde nosotros mismos hacia afuera: la familia, los amigos, los vecinos, los compatriotas y finalmente como ciudadanos del mundo. Cuanto más cercano del primer círculo es el conflicto, más doloroso es.
As Bestas viene a contar una historia de xenofobia en dónde nadie (y todos) tienen la culpa.
La sangre joven del cine europeo
Rodrigo Sorogoyen aún no llega a los 45 años y ya revolucionó el cine del Viejo Continente. De linaje cinematográfico (su abuelo era el director Antonio del Amo, que llegó a ganar un premio a la mejor película en el Festival Internacional de San Sebastián), supo hacerse camino a fuerza de reconocimientos. Su cortometraje Madre (2017) fue nominado a los Oscar, mientras que su largometraje El reino (2018) acumuló siete premios Goya.
Con un estilo duro y concreto, no teme hablar de las miserias y vicisitudes de su nación, desnudando a través de los relatos cuestiones que muchas veces se esconden bajo la alfombra. En El reino se metió de lleno con la corrupción de los políticos desde un punto de vista incómodo, mientras que en As Bestas toma una discusión presente en toda Europa: la xenofobia.
Cuando el otro es el enemigo
As Bestas narra un momento específico de la vida de Antoine y Olga (Denis Ménochet y Marina Foïs), una pareja francesa que cultiva productos ecológicos y se niegan a vender las tierras a una empresa de energía eólica. La oferta es buena, pero ellos quieren vivir en ese lugar y que muchos otros vuelvan, lo que sería imposible con el asentamiento de esta empresa.
Esto los enfrenta con los hermanos Anta (Luis Zahera y Diego Anido) dos pueblerinos incultos y violentos que también son víctimas del sistema: sin el dinero de estas empresas nunca podrían comenzar una vida de desarrollo.
El problema no es sólo que Antoine y Olga no quieran firmar, lo que más les molesta es que sean franceses decidiendo en tierras gallegas. El lugar donde se desarrolla la historia es Orense, una provincia del noroeste de España, situada en la parte sureste de la comunidad autónoma de Galicia. Los paisajes paradisíacos se tensan en conflicto con los problemas de convivencia entre ambas familias.
El guión, escrito por el director junto a Isabel Peña, se basa en una historia real que ocurrió en 2010 cuando Martin Verfondern y Margo Pool, una pareja de holandeses que tenía el sueño de alejarse de las restricciones y complicaciones de la vida en Amsterdam y vivir de la tierra en la naturaleza se asientan finalmente en un pequeño y remoto pueblo en ruinas en la Galicia profunda. Allí sólo existía una familia de nombre Rodriguez. Desde 1997, cuando la pareja se asentó hasta 2010 hubo varias rencillas que terminaron en el asesinato de Martin.
La violencia implícita y explícita
El título de la película hace referencia a la fiesta de ‘A Rapa das Bestas’, que se lleva a cabo en Sabucedo, una aldea de Galicia; allí varios hombres inmovilizan a caballos salvajes para desparasitarlos y marcarlos.
Con esa imagen arranca la cinta, y con esas construcciones simbólicas se va a llevar adelante todo el relato. En una suerte de mezcla entre Relatos Salvajes (2014) y Una historia violenta (A History of Violence, 2005) que va subiendo peldaño a peldaño en la interminable escalera de la violencia. Pero sin espectacularidad, de la manera más “real” y “encarnada” posible, lo que termina generando sentimientos de mucha (im)potencia.
Desde su idioma, a su trabajo, a su familia y finalmente a su cuerpo, los hermanos Anta van atacando secuencia a secuencia todos los elementos que conforman el universo de Antoine, que por sus características más sumisas y su deseo explícito de querer vivir hasta la ancianidad en esos páramos no reacciona violentamente.
Ante los pedidos de ayuda que caen en saco roto, comienza a documentar todo con una cámara de video. Mientras tanto Olga intenta convencerlo de dar vuelta la página y continuar la vida en otro lugar; mientras que Antoine se mantiene inalterable en sus objetivos, Olga va mutando lentamente hasta el tercer acto, llegado ese punto, parece otra persona. El odio modifica, altera… transforma.
Contar como registro de vida
As Bestas no es un registro documental de lo sucedido, lo utiliza como detonante y excusa argumental. Rodrigo Sorogoyen decide sumar un acto más a lo ocurrido en la historia real, alterando el tono de la película hasta ese momento puntual y agregando una capa más a la violencia implícita que genera la situación.
El concepto de la revictimización.
Olga sabe que los sexistas, sucios y malintencionados hermanos Anta tuvieron que ver con todo lo ocurrido, pero al no haber pruebas, ellos siguen viviendo su vida campantes, desafiando a una mujer que no tiene nada más que perder.
As Bestas podría haber sido una gran adaptación de un hecho policial que sorprendió a toda España, pero es algo más: es un manifiesto sobre la xenofobia, la falta de respuesta de quienes se supone nos protegen y sobre la falta de justicia. La bronca que genera cada una de las situaciones alimentan un peso metafísico en el cuerpo que es difícil de extirpar una vez salidos del cine.
Con una fotografía precisa, que cuando se debe detener en los paisajes lo hace y cuando tiene que apuntar a lo oscuro de una situación en particular también lo logra; As Bestas es un ejercicio de relojería suiza de guión. Pasados quince minutos del arranque, estamos absolutamente alineados con el matrimonio francés y odiamos a los Anta, pero cuando escuchamos el punto de vista de los irrespetuosos hermanos todo se desmorona como un castillo de naipes. Todos tienen razón y a la vez nadie la tiene. Solo gana la violencia, la batalla de pobres contra pobres.
Porque cuando lo vemos en un relato audiovisual puede ser más doloroso y efectivo que un titular perdido en algún diario local. Un registro de lo que somos como sociedad.