Pocas franquicias tienen tan mala reputación como la saga cinematográfica del detective Hércules Poirot, el célebre protagonista de las novelas de misterio de Agatha Christie. El director irlandés Kenneth Branagh, famoso por sus adaptaciones de Shakespeare e infame por su posterior asociación con Disney, se cargó al hombro la interpretación en pantalla del detective belga que protagonizó más de ochenta aventuras literarias de la autora inglesa. También la dirección de sus tres películas, que recién ahora con Cacería en Venecia alcanzan quizás su punto más alto, y no precisamente por las razones que uno esperaría.
Poirot es un personaje que, al igual que los grandes detectives del género, antepone la razón y la lógica por sobre todo. Es así cómo puede hacer conjeturas prácticamente imposibles para otras personas, a través de la observación y la deducción. Con un pasado como militar y policía, sus métodos pueden parecer poco convencionales y bruscos, y no hay nada excepto su talento que compense esa falta de tacto. Ni carisma, ni empatía, ni un mínimo del magnetismo que suelen tener estos personajes tan enigmáticos y antisociales para justificar su presencia en pantalla.
El protagonista de Kenneth Branagh es tan aséptico que roza lo aburrido, recayendo en el elenco de turno para mantener al espectador enganchado con el misterio. En la primera película, Asesinato en el Expresso Oriente (2017), la lista de nombres era impresionante: Penélope Cruz, Willem Dafoe, Judi Dench, Johnny Depp, Josh Gad, Michelle Pfeiffer y Daisy Ridley, entre otros. Pero quedó a años luz de distancia de su predecesora, la película de Sidney Lumet que adaptaba la historia por primera vez al cine en 1974, con Albert Finney, Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Jean-Pierre Cassel, Jacqueline Bisset, Sean Connery, Anthony Perkins y Vanessa Redgrave.
En la segunda parte, Muerte en el Nilo (2022), se unieron a Branagh estrellas como Annette Bening, Gal Gadot, Letitia Wright, Armie Hammer, Emma Mackey, Rose Leslie y Russell Brand. La historia ya había tenido también una primera adaptación en 1978 con Mia Farrow, Jane Birkin, Peter Ustinov, Bette Davis, Maggie Smith y Angela Lansbury, entre otros. Más allá de las comparaciones entre una y otra, la película de Kenneth Branagh se siente como una historia fuera de su tiempo, algo que ya de por sí se había intentado evitar en las primeras adaptaciones, apenas a cuarenta años de su primera publicación.
Branagh no tiene ningún reparo en caer en todos los lugares comunes del género, casi como reivindicando a su autora en lugar de aggiornar la historia. Las tramas mecánicas y predecibles, los personajes unidimensionales y todos los vicios de un buen misterio a la antigua, tantas veces visto, están presentes en ambas películas. Incluso Branagh compone a su personaje casi como una caricatura, con un acento ridículo, un mostacho exagerado y una frialdad claramente impostada. El problema es que se toma tan en serio que por momentos resulta casi cómico, como una parodia de sí mismo.
Si hay algo que eleva ciertas escenas por encima de otros exponentes del género es la mano experta de Branagh en la cámara, aunque en muchos casos el exceso de CGI arruina una toma hermosa. Algo similar ocurre en su nueva película, Cacería en Venecia, que retoma muchos de estos vicios (principalmente los personajes caricaturescos). Pero deja atrás otros, en una búsqueda de género dentro del género, que por momentos se adentra de lleno en el terreno del horror. Esto convierte a la película en un raro exponente dentro de la trilogía, con elementos sobrenaturales y jumpscares dignos del terror más pochoclero.
El misterio gira en torno a la muerte de una joven en una mansión veneciana, catalogada por la policía de suicidio tras una pobre investigación. Su madre convoca a una médium para una sesión espiritista, en un intento de comunicarse con la hija desde el más allá, y Hércules Poirot es arrastrado por la curiosidad que le genera el caso. En realidad, es arrastrado por una vieja amiga escritora que lo convirtió en un personaje famoso de sus novelas, interpretada por Tina Fey. Pero una vez dentro del misterio, el detective deberá probarse a sí mismo -y a los demás- que los fantasmas y las maldiciones no existen.
En esta entrega, la fotografía logra generar un ambiente opresivo de climas oscuros y terroríficos, apenas iluminados por la luz de la luna o un candelabro. El diseño de arte recrea una mansión acechada por los espíritus de niños vengativos y recupera los elementos del terror gótico para retratar una percepción europea acerca del mal. Mientras la cámara juega un ingenioso juego de sugestiones, para hacernos creer -y hacerle creer a sus personajes- en cosas que quizás no están ahí. Sin embargo, hay algo demasiado moderno que se cuela en algunos aspectos visuales y rompe con la teatralidad de la propuesta.
Con sus aciertos y errores, Cacería en Venecia es -lejos- la mejor de esta trilogía. Basada libremente en la novela Las Manzanas (Hallowe’en Party) de 1969, no solo se trata del menos predecible y más original de los misterios dirigidos por Kenneth Branagh, sino que además la elección del tono juega muy a favor de la propuesta. Incluso la decisión de dejar algunos aspectos sin explicación racional y plantear una resolución ambigua para algunos de los personajes principales. Esta vez, el elenco de figuras menos conocidas -a excepción de la mencionada Fey, Jamie Dornan y Michelle Yeoh) le permite al protagonista brillar un poco más y no ser un simple observador de su propia historia.