El destino del joven australiano de origen malayo llamado James Wan estaba predestinado. Su búsqueda, su visión y sus aciertos lo convirtieron en una referencia para el mundo mainstream de los grandes estudios. ¿Cómo llegó desde un cortometraje precuela de El juego del miedo a los grandes tanques de Warner?
La búsqueda insensata
La historia de orígenes de James Wan no es solitaria, existe otro nombre adjunto: el de Leigh Whannell, otro director y compañero de tropelías. Éste comenzó como escritor y actor (tuvo una pequeña participación en la tercera de Matrix, y fue uno de los protagonistas del primer gran éxito de ambos), conoció a Wan estudiando y juntos escribieron lo que fue El Juego del Miedo (Saw, 2004).
Para poder “vender” el proyecto (en la jerga se dice pitchear) realizaron un cortometraje que terminó siendo Saw 0.5 (2003). Todo lo que sería el proyecto estaba consolidado en esa pieza corta, y eso llevó a que el proyecto se apruebe y se estrene al año siguiente con características bien claras: una estética rota y asfixiante, la laceración descarnada y la sorpresa del final. Entre los protagonistas estaba Whannell, que ofició de actor y guionista.
El juego del miedo recaudó más de cien millones de dólares habiendo costado menos de tres: básicamente, habían encontrado la fórmula definitiva con una película de género que iba a supurar secuelas hasta veinte años después. Al ritmo de una película por año, produjo la segunda y tercera parte en 2005 y 2006.
En 2007 dirige dos películas que van a ser fundamentales en lo que viniese a futuro.
Misticismo y violencia
El juego del miedo era una pulsión adolescente, una suerte de ejercicio de guión diseñado a fuego, que partía de la tracción a sangre de un dúo de jóvenes con ganas de comerse el mundo. Era momento que James Wan comience a mostrar su visión, que comience a escucharse su voz.
La primera muestra vino por el lado de El títere (Dead Silence, 2007) una suerte de reversión de Chucky aún más oscura. Se trataba de la historia de un muñeco mediante el cual el fantasma de una ventrílocua, llamada Mary Shaw, corta la lengua a cualquier persona que grite en su presencia. La película buscaba hacer hincapié más en la figura terrorífica del muñeco Billy y no tanto en lo sangriento, algo que siguió desarrollando en su carrera. Éste se convirtió en su primer traspié, costando 20 millones y recaudando 22.
La experiencia no fue la mejor, porque tanto él como Whannell (que volvieron a escribir juntos) admitieron que fue una idea de su productor y que ellos no estaban tan convencidos.
Ese mismo año estrena una película en solitario que se mete más con lo visceral y violento, y que tiene algunos puntos más en común con su ópera prima: Sentencia de Muerte (Death Sentence, 2007). Esta película divide aguas, en su estética es muy moderna pero en su espíritu se siente mucho más setentista; es muy violenta y apela a situaciones que resuenan como las películas de Charles Bronson. En tiempos de violencia social, el tomar las armas y la violencia por encima del estado de derecho se vuelven discusiones molestas.
El protagonista (Kevin Bacon) es un padre que buscaba venganza por su hijo asesinado por una pandilla local. Está basado en una novela de 1975 que fue la secuela de Death Wish (novela que fue adaptada como El vengador anónimo en 1974, protagonizada por Bronson) y fue otro fracaso en taquilla: recaudó 17 millones y costó 20.
El horror del control creativo
James Wan decide tomar un respiro y ponerse a escribir (lo único en el medio que realizó fue un trailer para el juego Dead Space), llegando a concretar un proyecto que realizó de manera independiente. Quiere decir: Wan tomó cada una de las decisiones sin una productora o distribuidora detrás. En 2010 estrenó el éxito de horror La noche del demonio (Insidious) en el Toronto International Film Festival, la adquirió Sony y comenzó la leyenda… La película costó 1,5 millones de dólares y recaudó 100 millones. Tuvo dos secuelas: La noche del demonio 2 (Insidious Chapter 2 ,2013), y La noche del demonio: La puerta roja (Insidious The Red Door ,2023); y dos precuelas: La noche del demonio 3 (Insidious Chapter 3, 2015) y La noche del demonio: La última llave (Insidious The Last Key, 2018).
¿La fórmula? Personajes tridimensionales y sufridos que viven las situaciones y nos las hacen sentir, un grupo de personajes secundarios que mezclan el comic relief (ponen los chistes en los momentos que es necesario descontracturar) con las explicaciones paranormales y sobre todas las cosas: saber donde poner el elemento que genera terror. A diferencia del terror sofisticado -donde todo se da menos directo-, James Wan no teme al jump scare (ese momento donde algo aparece frente a la cámara de un salto con un sonido fuerte) ni a mostrar en primer plano al demonio en cuestión. No hay medias tintas, es terror puro y duro.
El siguiente escalón lo posicionó como el rey Midas del terror moderno: con el conocimiento en la fórmula terrorífica que aprendió con La Noche del demonio, el estilo visual descarnado y setentero que usó en Sentencia de muerte y El juego del miedo, y la figuras iconográficas que apelen al terror más primitivo como el muñeco de El títere, nació El conjuro (The Conjuring, 2013).
Franquicias al por mayor
La primera película de El Conjuro sentó las bases de todo lo que sería este universo, con una historia basada en hechos reales (un elemento que siempre suma para empatizar y hacer crecer los decibeles horrorosos), personajes queribles (la familia Warren con Patrick Wilson -heredado de La noche del demonio- y la magnífica Vera Farmiga como protagonistas absolutos), una estructura que inicia con un preámbulo con un caso reconocido (de la primera nace la muñeca Annabelle) y situaciones que apelan a un equilibrio justo entre el mundo real y rutinario, y lo que hay más allá.
Podemos encontrar a Patrick Wilson tocando en la guitarra un tema de Elvis, como podemos ver a Vera Farmiga teniendo una visión demoníaca y creemos que son posibles ambas cosas.
Esta película costó 20 millones y recaudó casi 320. Teniendo en cuenta los presupuestos que manejan los grandes tanques hollywoodenses y sus retornos financieros, entenderán porqué el mainstream decidió rendirse a los pies de este director australiano.
Y además, logró algo extrañísimo: estrenar un spin-off antes que una secuela, ya que Annabelle llegó a los cines en 2014 y la secuela de El Conjuro recién en 2016.
Tan seguro estaba Wan de sus trabajos, que el mismo año que salió El Conjuro dirigió la secuela de La noche del demonio, lo que significó su alejamiento como director de esta franquicia. Ambas dirigidas por él, ambas con demonios, y ambas protagonizadas por Patrick Wilson. Sin embargo, a nadie pareció molestarle ya que el segundo estamento de Insidious costó 5 millones y recaudó 161 millones.
Para 2016, la dirección de la continuación de la historia de los Warren establecía un patrón de todas las buenas prácticas aplicadas aún mejor por lo que la segunda parte de El Conjuro obtuvo mejores críticas y ganancias por más de 320 millones de dólares, convirtiéndola en ese momento en la segunda mejor película a nivel recaudación de terror, detrás de El Exorcista (The Exorcist, 1973).
La etapa tanque de Hollywood
Un buen director es aquel que puede mantener su visión o, de lo contrario, entregar un producto manufacturado en tiempo y forma. Con los cánones que impone Hollywood, las presiones, los contratiempos, los cambios en decisiones de peso de un momento a otro, la tarea de un director nunca es sencilla.
Para este momento, James Wan no necesitaba demostrar nada, y se tomó un reto personal: acomodarse a las grandes franquicias de los estudios.
En 2015 hace un cambio de timón fuertísimo y dirige la séptima iteración de la historia de Dom Toretto y su familia, Rápidos y Furiosos 7 (Furious 7). Las conversaciones con Universal comenzaron en 2013 cuando Justin Lin, el director de las anteriores, confirmó que se retiraba por un tiempo de la franquicia. No vamos a especular sobre las razones de la decisión de llamar a Wan, pero no salió mal.
James Wan se acomodó completamente a la maquinaria, ofreció un espectáculo que estiraba las cuerdas del verosímil aún más, y le agregaba varias capas de relación entre personajes. Además, tuvo una situación complicada que atravesar: el fallecimiento de Paul Walker; lo que llevó a usar diferentes técnicas para suplir la falta, a la vez que tuvo que dirigir la película en una situación anímica complicada.
Un director todo terreno
Y la cuenta matemática también cerró: la película costó entre 190 y 250 millones y recaudó la friolera de más de 1.500 millones. Un éxito total, con una silla de dirección que quemaba y podría haber llevado todo a un caos absoluto.
La recompensa llegó en 2018 con la dirección de Aquaman. La decisión de llamar a Wan para esta película también fue extraña, pero impuso sus condiciones: tuvo injerencia en cambios del guión y convocó al mismo director de fotografía que había trabajado junto a él en El Conjuro 2. La película se estrenó posteriormente a todo el gate de la Liga de la Justicia (con la lucha entre Joss Whedon y Zack Snyder) e igualmente logró buenos resultados en taquilla habiendo recaudado más de 1.150 millones de dólares.
Quizás no existía una bajada muy precisa de la visión de James Wan en estas dos películas, pero lo que demostró el director es que podía hacerse cargo de proyectos mastodónticos llevándolos a buen puerto y que sigan funcionando en la taquilla. Y esto es algo que no muchos pueden decir.
La experimentación de la experiencia
El camino del héroe siempre tiene el retorno. En el gran esquema de las cosas uno se puede desviar pero igualmente va a encontrar el hilo de regreso. Y en la vida de James Wan llegó en 2021.
Con una cantidad inmensa de proyectos que lo tienen como productor, vuelve a la dirección con un proyecto de lo más extraño: Maligno (Malignant, 2021).
Estamos ante esas obras imposibles de explicar, si el Wan de 2003 hubiese querido pitchear esto, no existiría cortometraje que lo pudiese comprimir. Maligno es una carta de amor al terror de los setentas (con sus sorpresas y violencia explícita), y por sobre todas las cosas al giallo -ese subgénero que explotó en los setentas en Italia y que apela a planos barrocos, colores saturados e historias con sorpresas que pueden pecar de arbitrariedades-, con su consecuente sorpresa final.
La búsqueda no es tanto el terror, sino algo más splatter que escapa del gore, pero que lo contiene. Un ejercicio fuera del tiempo, una cápsula de experimentación en tiempos de fórmulas gastadas.
James Wan tuvo un capricho y lo llevó a cabo. Tiene con qué, su cine le da la razón.