Nadie podía pensar que en 2013 iba a estrenarse una película capaz de crear un universo terrorífico a su alrededor con diferentes entidades demoníacas. Ciertos personajes específicos del cine de horror tuvieron su momento en los ochentas (Freddy Krueger, Chucky, Jason Voorhees, Michael Myers), pero ninguna cinta había logrado lo que logró El Conjuro (The Conjuring, 2013).
Todo esto lleva un nombre impreso a fuego, el de James Wan. El director, productor y guionista australiano de origen malayo se fue metiendo de a poco en la industria a fuerza de éxitos comerciales, es decir: películas con un presupuesto acotado que tienen grandes recaudaciones y permiten continuar con secuelas. La fórmula perfecta para Hollywood.
El juego del Miedo (Saw, 2004), La noche del demonio (Insidious, 2010) y Aquaman (2018) son ejemplos de películas que comenzaron con Wan sentado en la silla de director y continuaron con secuelas. El caso de El conjuro es otro cantar.
El conjuro: la historia de los Warren
La película que dio origen a todo presenta a Ed Warren y Lorraine Warren, investigadores paranormales, con libros editados y casos conocidos por la opinión pública. Sí, la saga de El Conjuro está basada en hechos reales. Y ese fue uno de los elementos que más caló en la taquilla en general: la posibilidad de estar ante posesiones demoníacas reales, algo heredado de lo que fue la locura de El Exorcista (The Exorcist, 1973) en los setentas.
Pero hubo un hecho narrativo y brillante por parte de James Wan: al comienzo de El Conjuro se metió con un caso aislado en forma de prólogo, que no tenía que ver con el conflicto de la película pero ayudaba a recrear el mundo en que nos íbamos a introducir. Es así cómo aparece la muñeca Annabelle. Tan grande fue el recibimiento que antes del estreno de la segunda parte de El Conjuro se lanzó el primer spin-off de la saga protagonizado por la muñeca.
Se había creado una franquicia antes de estrenar una secuela.
Las dos partes siguientes de la historia de los Warren se encargaron de llevar adelante casos muy significativos para los estudiosos de lo paranormal: el caso del poltergeist de Enfield en la segunda entrega (con una intro a propósito del caso de Amityville -una historia con muchísimas películas en su haber-), y el de Arne Cheyenne Johnson en la tercera parte (primer caso en Estados Unidos que usa la posesión como argumento para la inocencia).
Los demonios y sus historias
¿Dónde se subvertía el concepto? En la historia troncal veías la solución por parte de los Warren a las posesiones demoníacas, y luego conocías la historia de origen de estos seres oscuros en sus propias películas.
Annabelle fue quien dio el puntapié inicial, generando una trilogía que conectaba con los Warren en su tercera película; en 2019 se estrenó un híbrido bastante extraño: La maldición de la llorona (The Curse of La Llorona), una película basada en una leyenda autóctona de México que se conecta con este universo por la aparición en un momento de la muñeca de Annabelle, pero nunca se terminó de establecer como algo fidedignamente canónico.
Y quien nos convoca en esta oportunidad: La Monja. El personaje surge también de la segunda parte de El Conjuro y era una de las formas físicas que adoptaba Valak, el demonio que atacaba a la familia. Tan fuerte fue la iconografía de esa mujer con sotana, la cara blanca, los ojos ennegrecidos y las pupilas amarillas encendidas que fue inevitable armar otro desprendimiento cinematográfico.
La Monja: el origen
La Monja (The Nun) se estrena en 2018, en plena efervescencia por el universo cinematográfico de El Conjuro. Era un momento álgido del Universo Cinematográfico de Marvel y ambos lados del mostrador (productores y público) estaban ansiosos por relatos que uniesen diferentes películas y personajes.
Lo extraño de esta primera parte es que la historia se remonta a 1952, en el monasterio de Cârţa, en Rumanía. Todo lo que vamos a ver es histórico y responde a momentos demasiado desagregados de la familia Warren. La sangre de Cristo, monjas con voto de silencio y una protagonista (Irene, interpretada por Taissa Farmiga -hermana de Vera Farmiga, protagonista del buque insignia madre-) con visiones y poderes divinos. Un combo demasiado alejado de la realidad de los Warren, lo que llevó a que la película no tuviese buenas críticas.
La Monja 2: y aquí vamos de nuevo
Al final de la primera película descubríamos que la entidad siniestra no había sido derrotada, todo esto a través de una explicación de los Warren en su presente y con una visión por parte de Lorraine.
Ya sabiendo de antemano eso, la película tiene un gran problema: separa la historia entre los dos protagonistas sobrevivientes de la primera parte, la ya nombrada Irene y Frenchie / Maurice (Jonas Bloquet). Éste había vuelto a salvar la vida de la monja buena y al hacerlo terminó poseído por la monja mala, algo que conocemos y sabemos.
Pero sin embargo, el director se encarga de contar las dos historias de manera separada como si existiese alguna sorpresa o hilo invisible que las una y nos lleve a sorprendernos. Para Irene el tema con Maurice ya estaba finalizado, no había razón para estar unido a él de alguna manera; por otra parte, Frenchie trabaja en una escuela donde antes había una capilla (que ahora se encuentra cerrada) y en la que pasan “cosas raras” (Spoiler que no es spoiler: sí, es por su culpa).
Así que por un lado vemos una “investigación” por parte de Irene y una nueva monja buena llamada Debra (Storm Reid), a propósito de una nueva tanda de asesinatos que se dirigen desde Rumania en línea recta hacia esta escuela, desde el minuto uno sabemos a dónde apunta; y luego unos hechos extraños en un colegio, que ya sabemos a quien adjudicárselos.
Sin sorpresas y sin coherencia, el demonio pierde la paciencia
Aunque Taissa vuelve a demostrar su buen hacer interpretativo y la adición de Storm suma mucho a la dinámica, volvemos a un escenario de repetición de fórmulas sin sorpresas ni valor agregado. Cada uno de los personajes que están en la escuela son potenciales víctimas que no podrán hacer nada más que correr y gritar; mientras que la tarea investigativa de la segunda historia paralela carece de emoción: si ya sabemos de antemano quién fue, y la razón… ¿por qué nos preocupa? Es como si un narrador en tercera persona al comienzo de un libro de Agatha Christie nos diga quién es el asesino y luego la historia continúe.
Y luego: el problema del verosímil. Sabemos que un demonio puede tomar varias formas, lo vimos en El Conjuro. Pero no toma formas al mismo tiempo y ataca en conjunto con esas personificaciones. En La Monja 2 en un momento aparece “el diablo”, una suerte de hombre lobo mezclado con cordero en plan asesino serial que no se explica de dónde sale. ¿Es otro demonio que se alía a La Monja / Valak?
Hacia el tercer acto, nos enteramos el quid de la cuestión: el elemento Mcguffin (excusa argumental que motiva a los personajes y al desarrollo de una historia) que buscaba el demonio y que guiaba la investigación de Irene, una reliquia que podría unir a Dios con los Warren. Esto cierra varias “casualidades” de la franquicia y hasta la elección del elenco, pero al aparecer hacia el meridiano final del relato carece ya de potencia y no le insume la fuerza suficiente para que nos importe lo que estamos viendo.
Las muertes no ofrecen tanta originalidad, exceptuando algunas situaciones muy específicas (si odian las cucarachas, puede que la pasen mal en un momento) y los efectos visuales son bastante correctos. Lamentablemente Michael Chaves (que dirige esta película y dirigió también la de La llorona) vuelve a tener elementos interesantes a disposición, que conforman un mal relato en su completitud.
Al final volvemos a ver a los Warren, y todo queda listo para una cuarta parte que siga haciendo crecer este universo terrorífico.