El mundo otaku tiene un problema, y ese problema se llama Live Action. Las representaciones con personas reales de nuestros anime favoritos nunca dieron en el clavo. Efectos que se ven de baja calidad, actuaciones que dejan mucho que desear, o incluso producciones que nunca están a la altura de las expectativas. Así y todo, no todos los productos son Death Note o Dragon Ball Evolution, pero incluso icónicas series como Cowboy Bebop fracasaron en la longevidad y el éxito que la N roja busca.
One Piece es una excepción. Incluso cayendo en errores y problemas difíciles de escapar en una producción live action, acá todo se nota de calidad y nos deja con ganas de ver más. El mundo pirata tiene mucha fantasía, poderes y transformaciones, pero eso son problemas del futuro de esta producción. La saga del East Blue está muy bien retratada, resumida, y en 8 capítulos que abarcan los primeros 50 del anime, y los primeros 100 tomos del manga, aproximadamente. One Piece hace las cosas bien, con un humor al que la plataforma nos tiene bastante acostumbrados.
Lo mejor de esta propuesta es su cast, y fuera de las similitudes visuales que cada uno pueda tener con los originales, la elección de actores y el guión están perfectamente en sintonía. Iñaki Godoy entendió perfectamente el humor del hombre de goma y, sin caer en copiar o retratar lo que hizo Mayumi Tanaka en la animación, personificó a su versión de Luffy con todo lo que eso implica. Las formas de ser, las respuesta, la indescriptible sensación de hambre y la intensidad del personaje aparecen sin tener una sobre actuación heróica o una comedia forzada.
El resto de los sombrero de paja responden mucho más a los personajes originales, con una sinergia en la tripulación que se sostiene con la interpretación de su capitán. Emily Rudd como Nami tiene una personalidad misteriosa y muy acertada, que se apega a lo que vemos hasta el final del arco del East Blue. Jacob Gibson y Mackenyu (Ussop y Zoro) son tal cual vemos en la serie: un mentiroso crónico con aires de grandeza y un perdido en el mapa que no engendra confianza, pero ama pelear y justificar el uso de sus espadas. En este apartado, Taz Skylar nos regala un gran Sanji, pero saliéndose de su estereotipo mujeriego y no deja caer más que algunos cumplidos para Nami.
La sobre actuación en estas adaptaciones, especialmente cuando venimos de un anime shonen, está a la orden del día. One Piece tiene algunos personajes que tienen mucho que mejorar, como Mihawk, o las versiones más pequeñas de la tripulación. Estos no son siquiera errores de guión, pero los contextos y las escenas no se terminan viendo bien, acompañadas muchas veces de dudosos efectos visuales, que se disocian viendo el resto del buen trabajo en la serie por ese lado. Por suerte, esto solo se limita a algunos momentos en la serie que no opacan a su gran reparto de actores, sin evitar del todo un grave problema visto en el live action en general.
Las escenografías y los vestuarios también son otro gran acierto. La gente con pelo de color, como vemos en todo el anime y principalmente en One Piece, muchas veces no pueden escapar de la sensación de que estamos viendo un cosplay. Aquí no hay mucho por hacer, y junto a algunos efectos dudosos y diálogos cuestionables (los menos), son estas las representaciones a las que le son difíciles de escapar. Personalmente, lo sentí como una barrera, que superada y entendida, nos deja con trajes, escenarios y props muy interesantes en los villanos, héroes y hasta personajes secundarios.
Los productores de la serie trabajaron con mucha atención los planos y tomas de cámara, pero lamentablemente en los primeros capítulos el uso de estos lentes especiales puede sentirse un poco abrumador. No hay una intención de recrear el anime, aunque eso digan puertas para adentro. Acá se buscó una filmación angular que nos deja un resultado interesante, aunque sobreexplotado de primeros planos que dan protagonismo a todo lo que se ve en pantalla, y por suerte, aún sintiéndose de más, permite una buena ejecución de los efectos visuales.
Las frutas del diablo son elementos del mundo de One Piece que brindan poderes a quienes las comen. Luffy y El Capitán Buggy son los primeros usuarios que vemos en este arco, con la Fruta Gum Gum y Chop Chop. Dos desafíos sin lugar a dudas para esta producción, que con los 17.3 millones de dólares que tiene de presupuesto cada capítulo, se sienten bien gastados para no caer en otro típico error del mundo del live action. La separación en partes del cuerpo de Buggy, o los brazos estirados de Luffy, se ven sorprendentemente bien y están muy cuidados con aquellos planos angulares y la poca cantidad de peleas (aunque efectivas) que vemos a lo largo de sus 8 capítulos.
Eichiro Oda hizo muy bien en supervisar su trabajo, y en entrevistas previas al lanzamiento, comentó que siempre vio cómo muchos creadores de manga fallaban en sus adaptaciones. Él quería ser el primero en lograrlo, con un producto que hace más de 25 años no deja de liderar las estadísticas de ventas, y para eso se involucró de lleno y acordó con Netflix a que nada iba a pasar sin su aprobación. La adaptación de esta historia, a pesar de un tener un humor “menos anime” y más “de serie estadounidense”, responde a la visión de Oda, y con sus libertades y recortes dentro de cada arco, se nota la mano del sensei en cada decisión.
La temporada nos deja justo antes de que One Piece despegue, y el viaje de los sombrero de paja por la Gran Línea comience. Los desafíos visuales, de efectos y adaptación, comienzan ahora, pero lo visto hasta el momento quita los estigmas que teníamos de las producciones live action y nos deja con un producto bastante satisfactorio. Con mucho para mejorar, pero siempre arreglable, la supervisión de Eichiro Oda y la excelente elección del reparto principal hace que nos olvidemos de los inevitables problemas de llevar el anime a personas reales y nos deja con ganas de ver mucho más. ¿Podremos ver a Iñaki Godoy convertirse en el rey de los piratas?
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