El logo de PlayStation Productions ya nos pone en tono. Sabemos lo que vinimos a ver. La historia de la película se basa en Jann Mardenborough, un jugador de Gran Turismo que llegó a competir de forma profesional “en la vida real”, por así decirlo, luego de haber sido un corredor destacado en el juego de simulación que le da nombre a la película. Si bien los guionistas y el director se toman muchísimas licencias creativas, los hechos reales que le dan forma a esta cinta son, de por sí, increíbles.
En la dualidad de comprender cómo se puede adaptar de forma fiel un videojuego que no tiene como punto fuerte su narrativa, sino las carreras y la simulación, la película nos ofrece una clara explicación en el primer minuto de metraje: el sueño de un hombre, que quería que todos podamos acceder a las carreras de autos, crea un avanzado sistema de simulación al que llama Gran Turismo. De esa forma, cualquiera, sin ser piloto, puede acceder a este tipo de competencias desde la comodidad de su casa. Ese hombre es Kazunori Yamauchi, director de Polyphony Digital y productor de Gran Turismo.
La posibilidad de tomar datos reales, teniendo la impronta de una franquicia muy exitosa de videojuegos, es lo que le da la libertad creativa tanto al director (Neill Blomkamp) como a los guionistas. En ningún momento la película se siente bajo la presión de tener esa línea de argumento que replica “basada en hechos reales”. Queda en claro que la búsqueda es otra, y con inspiración en clásicos como Rocky o Top Gun, la historia se centra en cómo nuestro protagonista cumple su sueño más preciado. Neill Blomkamp, que tuvo éxitos como District 9, Elysium o Chappie, se desenvuelve muy bien en una película que es completamente diferente a todo lo que venía haciendo, donde la impronta visual y creativa era determinante. Acá, junto a grandes efectos especiales, los pies los mantiene sobre la tierra.
Luego de la introducción, se nos presenta al personaje principal: Jann Mardenborough, un adolescente fanático de los autos, que acaba de conseguir un nuevo volante para su simulador. De la mano, llega la problemática de todo buen cliché gamer: el padre que no entiende que su hijo pase horas jugando videojuegos encerrado en su pieza, y pretende del hijo algo más, como si ser quien es no fuese suficiente. Jann, el hijo, está interpretado por Archie Madekwe (Midsommar, Heart of Stone), y a su padre lo encarna Djimon Hounsou (Stargate, Gladiador, Constantine), un actor que siempre cumple. Por si se lo están preguntando, la madre es Geri Horner, la Ginger Spice del grupo Spice Girls, éxito mundial allá por los años 90s.
En este aspecto, y con tanto personaje dando vuelta, no hay tiempo para desarrollar demasiado al personaje principal. Estamos frente a un joven que ama las carreras de autos, pero sus padres no lo apoyan, les cuesta aceptar su sueño. En contraparte, su hermano es un atleta con un futuro más que prometedor, lo que se convierte en otra piedra en el camino para nuestro protagonista, si lo miramos desde el contexto familiar. Las charlas de los padres para con su hijo culminan todas con la misma frase: “esto ya lo hablamos muchas veces”, como forma de sentenciar que se trata de un problema recurrente en la familia. Este recurso narrativo complementa la falta de desarrollo del personaje hacia su pasado. Sin hacer hincapié en cómo llegó hasta ese momento, una seguidilla de imágenes nos hacen entender por dónde pasa la vida de Jann.
A continuación, marcando un ritmo bastante dinámico, la película nos introduce a otro personaje: Orlando Bloom, quien representa al director de marketing de NISSAN. Él es quien va a plasmar una idea revolucionaría para que la pasión por los autos vuelva a ser lo que solía ser. ¿De qué forma? Creando un torneo virtual de Gran Turismo que le permita a los ganadores correr en un campeonato real, con autos reales y conductores de carne y hueso. Con todo lo que eso implica.
La idea se pone en marcha con una condición: encontrar a un experto en la materia, un técnico mecánico que certifique que todo esté en orden en el momento de la competencia real y pueda entrenar a estos chicos. Y ahí es cuando llega David Harbour, nuestro querido Jim Hopper en Stranger Things. David se suma a la lista de personajes que se introducen con un mandato bajo el brazo, y nos obligan a aceptar y entender que son grandiosos en lo que hacen sin saber el por qué. Todos tienen algún que otro problema a resolver, generalmente intrapersonal, pero nada demasiado grave como para quitar el foco al eje central de la historia.
Se establece, entonces, la locura de la idea. Chicos que tienen experiencia jugando videojuegos ahora montados en autos reales. Pero ese no es el problema. El problema llega en el hincapié que se hace a la hora de rebajar al gamer solo por ser gamer. El bullying. Está claro que una película así, que se inclina más a ser un producto que una obra de autor, no se va a arriesgar a proponer nada nuevo porque, justamente, lo que quiere es llegar no solo a su público objetivo, sino a la mayor cantidad de personas. Ahí es cuando nacen los clichés típicos de esta clase de historias, todos a la vista y previsibles, sobre todo ese punzante maltrato del entrenador hacia los participantes, haciéndolos sentir mal como parte de su formación, y con otros personajes de corte más clásico que no creen, en ningún momento, que Jann pueda lograr su objetivo.
Entre el entrenador y el comportamiento del padre de nuestro personaje principal, se logra lo que tanto se busca: generar empatía con Jann. Cualquiera que esté sentado detrás de una pantalla invirtiendo horas en un videojuego, soñando con volverse profesional, puede sentirse reflejado. Las historias que solemos escuchar en este contexto generalmente son siempre las mismas o muy similares, y si bien pocos juegos pueden llevar su jugabilidad a la vida real, la impronta sigue siendo válida. Esto también nos permite no pensar en lo poco coherente que resulta toda la idea. La película no está hecha, justamente, para pensar demasiado, sino para dejarnos llevar por esa lucha que tiene nuestro protagonista en cumplir su objetivo. En el medio, personajes que van y vienen, un interés romántico, un competir a modo de “villano” al que hay que superar, y una familia a la que convencer.
Como dije antes, si dejamos de lado lo inverosímil de la propuesta, la película es llevadera. Tiene un buen ritmo, una edición muy particular que la hace, por momentos, verse como un videojuego, y la selección de la banda sonora es muy acorde a los tiempos que corren. Técnicamente, estamos frente a una película correcta, que muchas veces ofrece algunas escenas muy bien plasmadas. Se nota que hay un presupuesto considerado, utilizado de forma consciente, con todas las marcas y empresas necesarias para darle mayor credibilidad a los torneos y eventos, y un despliegue visual muy acorde a la empresa que produce la película. Las carreras están muy bien filmadas, y te ponen, como espectador, en el lugar que necesitamos estar a cada momento, siendo público de la carrera desde lo lejos y siendo parte de la emocionalidad que transmite el protagonista desde adentro de la cabina.
El papel de David Harbour es vital en la historia. No solo porque su personificación está muy bien lograda, manejando varios matices actorales, sino porque es el personaje que logra complementar a nuestro protagonista. Es duro cuando tiene que serlo, es comprensivo cuando se necesita, y es motivador cuando Jann no puede consigo mismo. Orlando Bloom le saca el jugo a la perfección a su papel, como un especialista en marketing desesperado por mostrar todo lo que vende y dejar de lado lo que no vende, incluso cuando es lo correcto. Si bien es un personaje que nunca se termina de definir, sirve como contraparte de David Harbour.
Respecto a Jann, a lo largo de la película nos vamos a encontrar con algo muy parecido al camino del héroe, si me permiten, y si puede aplicar a esta historia en particular. Hay un camino recorrido, hay fracasos, hay aprendizaje. Incluso se nota en cómo se desenvuelve el personaje, con un crecimiento personal a medida que se va afianzando, a medida que va creyendo en sí mismo. La narrativa comienza mostrando a un chico algo tímido, introvertido en gran parte, completamente inseguro, no solo por sus propias cuestiones sino por el contexto familiar. Volcados en esa construcción, Jann ya no es el mismo cuando llegamos al final de la película. Hubo un camino y un resultado, hubo una madurez mental y emocional, más allá de los autos, del sueño y de las victorias. Esa es la búsqueda de la película. No redunda tanto en el hecho de cumplir los sueños, sino en el camino recorrido.
Para no ser tan rígida desde su tono, Gran Turismo se permite tener sus momentos de comicidad. Son pocos, espaciados, pero llegan en el momento justo. El drama es, quizás, el género que más la identifica. Drama se asocia generalmente con tristeza, pero no siempre responde a tropos con esas características. El drama también puede representar una historia de vida, relaciones, sucesos puntuales en esa historia. Como también dije antes, tiene una cualidad que abraza el hecho de caer y levantarse. De vivir situaciones complejas a una corta edad, de enfrentarnos a la vida sin experiencia, pero con ganas de darlo todo. Y en ese carril es donde se hace interesante la relación entre Jann y el personaje de David Harbour, que se convierte en un tutor, en un amigo, incluso, en un referente.
Gran Turismo no tiene grises. Aceptas o no aceptas su verosímil. Pero si nos metemos de lleno en la película, se deja disfrutar y lo hace bastante bien. Tiene una historia simple, que nos deja un mensaje claro y nos permite transitar por la redención de un sueño imposible hecho realidad. Por momentos se siente un poco lenta, es como que pierde su eje central y se vuelca demasiado al drama existencial, perdiendo un poco el foco de que Gran Turismo es un videojuego de simulación de carreras y, por más básico que suene, carreras es lo que uno espera ver. Más allá de eso, cada aspecto que toca lo hace de forma correcta. No brilla, no sobresale como producto, pero es entretenida y todo está hecho de forma muy concisa si hablamos en términos cinematográficos. Convence en su totalidad como reimaginación de una saga muy complicada de adaptar.
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