A primera vista, resulta fácil decir que el Universo Cinematográfico de Marvel viene ganando la carrera contra su histórica editorial rival, DC Comics, y sus adaptaciones a la pantalla. Al fin y al cabo, tiene una construcción de mundo sostenida a lo largo de quince años, con personajes que se instalaron en la cultura popular a nivel masivo, mientras que DC nunca logró construir un universo sólido en el cine, a pesar de sus múltiples intentos y reinicios.
De hecho, la “distinguida competencia” funciona mucho mejor cuando sus películas son independientes unas de otras, como en el caso de The Joker (2019) de Todd Phillips y The Batman (2022) de Matt Reeves.
Sin embargo, históricamente, la popularidad de los personajes de DC Comics fue muy superior a los de Marvel, con la santísima trinidad de Superman, Batman y la Mujer Maravilla erigiéndose como los superhéroes por antonomasia en el olimpo de la cultura pop. Décadas de adaptaciones televisivas y memorables ediciones en formato historieta se encargaron de eso. Pero en algún punto -allá a principios del nuevo milenio- DC se durmió en los laureles y Marvel salió a darle batalla con la artillería pesada. Entre las adaptaciones live action de X-Men, las Spider-Man de Sam Raimi y el comienzo del MCU adquirido por Disney se preparaba el contraataque.
Veinte años después, además del favor del público y una galería de personajes envidiable en la pantalla grande, Marvel ostenta las dos únicas nominaciones a mejor película para una de superhéroes en los Oscar (para Black Panther en 2017 y el premio de Spider-Man: Into the Spider-verse en 2019). Sumado al hecho de que sus estrenos son considerados eventos cinematográficos y mantiene indiscutidos récords de taquilla, con la primera de Avengers (2021) junto a Avengers: Endgame (2019) y Avengers: Infinity War (2018) firmes en el TOP 10 de películas con mayor recaudación de todos los tiempos.
Sin embargo, hoy Marvel está atravesando la mayor crisis desde los comienzos de su universo cinematográfico y las razones son muy distintas a la de su competencia. Como un cuento con moraleja, la desmedida ambición del estudio está destripando a su gallina de los huevos de oro en la esperanza de que les dé aún más ganancias. La estrategia cinematográfica de la Saga del Infinito, con sus tres fases de películas interconectadas por pequeños detalles y grandes arcos narrativos, se dejó de lado en pos de un modelo que le da prioridad a las producciones para la plataforma de streaming Disney Plus.
Desesperados por contenido original para ganar suscriptores, los ejecutivos del estudio dieron luz verde a un nuevo plan con hasta cinco series por año. Entre todas construyeron una narrativa llena de promesas a futuro con intrincadas líneas temporales, conceptos gigantescos como multiversos y mutantes mezclados con mitologías como la egipcia y la hindú, nuevos villanos más prometedores que cumplidores y esperados regresos que terminaron en decepción. Además, estrenaron cuatro películas por año en el cine y se aseguraron de dejar tantas historias abiertas que hasta los más fans perdieron el hilo.
Lo que se hizo famoso como un universo construido con cuidado, tiempo y amor al detalle, dio paso a una desprolijidad narrativa que fue perdiendo adeptos mucho más rápido de lo que atrajo a un nuevo público. En el afán de querer presentar nuevos personajes para la audiencia juvenil, se descuidó a la que había crecido con la saga, dando por hecho que seguirían consumiendo título tras título del ambicioso plan, independientemente del nivel de la propuesta.
El resultado empezó a reflejarse también en el aspecto visual de sus producciones, grandes apuestas televisivas y cinematográficas con efectos digitales cada vez más cuestionables a simple vista. Esta evidente baja en la calidad no solo le restaba credibilidad a un universo ya de por sí sobrecargado de propuestas difíciles de digerir, sino que también puso bajo la lupa problemas de explotación laboral en las empresas de efectistas contratadas por el estudio.
Con Ant-Man and the Wasp: Quantumania (2023) llegó el punto de quiebre en un escenario prácticamente insostenible. La película fue un fracaso de taquilla y de crítica, con pobres efectos visuales y una historia aún más precaria. Especialmente, porque se trataba del comienzo de la Fase 5 del Universo Cinematográfico de Marvel, que presentaría a su nuevo villano, una amenaza “a la altura de Thanos”. Por su parte, las series siguieron decayendo en calidad y audiencia, una tras otra.
Mientras tanto, el Universo de DC se encuentra en una etapa muy prometedora, aunque todavía tiene mucho por demostrar. Después del fracaso de The Flash (2023), todavía quedan algunos estrenos pendientes antes de resetear el universo extendido previamente conocido como el DCEU y dar marcha al nuevo plan narrativo de James Gunn. El director de Guardianes de la Galaxia le dio a Marvel uno de sus más grandes éxitos y ahora se convirtió en co-presidente y director creativo de DC Studios. Su plan a diez años propone resetear algunas de las historias y personajes más importantes de DC en la pantalla para armar un nuevo universo.
La primera gran apuesta del director es una película que tiene a su personaje preferido en el centro: el mismísimo Superman. Enfocado en el lado más humano del personaje, Superman: Legacy promete recalibrar el tono del universo DC en la pantalla, así como lo hizo previamente con su trabajo en Marvel. Si nos guiamos por su excelente versión de Peacemaker (2022-), que rompió récords de audiencia en HBO Max, el prospecto es prometedor.
Sea como sea, Marvel y DC están en un momento clave de su historia en la pantalla, que podría dar vuelta el tablero e inaugurar una nueva etapa para los superhéroes. Aunque también cabe la posibilidad de que el género en su totalidad se esté agotando, después de una saturación de títulos durante los últimos años. Su mayor esperanza es una reinvención completa, con apuestas rupturistas que dejen las fórmulas de lado, o al menos, les den una vuelta ingeniosa y arriesgada. Con creativos al frente, como el mismísimo Gunn, que puedan jugar con los límites de los personajes y plasmar sus propias visiones, libres del yugo de los estudios y sus algoritmos.
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