El cine comenzó como espectáculo. Desde las ferias y circos, poniendo una moneda llegabas a conocer un mundo en movimiento muy similar a la magia.
Con el tiempo, se fue configurando en un objeto artístico para entrar en la dicotómica discusión sobre si es arte o espectáculo. Pero ¿qué tiene que ver esta introducción con el estreno de El Clon de Tyrone en Netflix? Les juro que ya vamos a llegar.
En esta película dirigida por Juel Taylor, tres afroamericanos (dato de vital importancia) que no se conocen entre sí descubren una conspiración que involucra diferentes niveles de complejidad.
Protagonizada por John Boyega, Jamie Foxx y Teyonah Parris (el trío en cuestión), El Clon de Tyrone profundiza en la comedia, la ciencia ficción, la crítica a la sociedad y el consumismo con una estética que remite al cine de los años setenta (otro dato de vital importancia).
El cine como reflejo de la sociedad y su tiempo
Juel Taylor viene de escribir la segunda parte de Creed, otro eslabón en la mitología del boxeador italoamericano más conocido del mundo: Rocky. En esta nueva saga, se hace hincapié en la familia de Adonis: un afroamericano que tuvo que pelear desde lo más bajo para encontrar su lugar, siempre a la sombra de su padre. En lugar de centrarse en la familia inmigrante de italianos, se hace foco en la idiosincrasia de un núcleo familiar afrodescendiente. Cada una con sus especificidades y situaciones.
El cine, además de arte y espectáculo, es también un vehículo para visibilizar estructuras y momentos sociales. Y esto siempre fue así. Algunas veces más solapadamente (como en Los Usurpadores de Cuerpos, cine de ciencia ficción durante el macartismo) y otras de manera más subrayada (como el caso del movimiento del Nuevo cine argentino durante la crisis que atravesó luego del 2001 o el caso del Neorrealismo italiano de postguerra).
Los nichos y el cine de explotación
Pero claro, si nos basamos y profundizamos en esa teoría terminaríamos empantanándonos en algo muy similar al documental. Y la idea es abrevar más en los bordes, en la periferia.
El cine de “género” (terror, ciencia ficción, bizarro) siempre fue considerado menor, quizás bajo el microscopio de los dos grandes de la narrativa desde los inicios de la cultura occidental: el drama y la comedia. Tanto así que el teatro se representa con la máscara de esos dos géneros y no los demás.
Pero el cine de “género” (sigo utilizando comillas porque es un término bastante discutible, pero útil para este análisis) en contraparte se volvió más popular. El terror convocó siempre a un público joven con ansias de gastar dinero en popcorn y gaseosas, la ciencia ficción se volvió religión a través de grandes sagas y bueno… hoy el mundo de los superhéroes, pero ese es otro tema a analizar.
Y como el cine también es espectáculo, los productores entendieron que esos nichos van a consumir con más facilidad en las salas algo más “genéricamente estandarizado” e incluso en comunidad; hasta repitiendo la experiencia en algunos casos.
Esto generó la categoría de exploitation. Algunos lo toman como género, otros como categoría, otros como modelo de producción. Incluso la mayoría podría considerarlo cine “clase b” (otro concepto que coloco entre comillas, porque requiere otro tipo de análisis).
El cine de explotación (así su traducción literal) se caracteriza por tocar temas que el mainstream no osaría: el erotismo, la violencia, el consumo de drogas, identidades culturales o étnicas específicas, personajes (hubo todo un exploitation alrededor de Bruce Lee), cultos satánicos, desastres naturales… nada queda fuera del paraguas de estas producciones que con muy bajo presupuesto buscaban atraer los nichos que ya tenían cautivos. Una suerte de marketing pre-world wide web.
El blaxploitation y la voz de una comunidad
Durante los setentas surgió un subgénero con afroamericanos que llevó el nombre de Blaxploitation (¿vieron que iba a llegar?).
En estas películas con música funk de fondo (un elemento muy propio de la comunidad), peinados afro y mucho swing buscaban llegar al nicho afrodescendiente de entorno urbano que esperaba narrativas que lo interpelen y le hablen de sus problemáticas y sus lugares comunes.
Piensen en una suerte de comida rápida del cine: tienes por seguro qué buscar, un presupuesto bajo y que te entretiene durante el tiempo que dura. A pesar de no contar con mucho dinero, algunos títulos se volvieron icónicos por el consumo de la misma comunidad.
Aquí podemos encontrar clásicos como Shaft (1971) -la más reconocida por el gran público-, pero también a Blacula (1972) y Blackenstein (1973) mezclando también a los monstruos clásicos, Willie Dynamite (1974) o Dolemite (1975).
De escuchar como cortina musical a James Brown a maravillarse con la despampanante Pamela Grier (musa inspiradora del director Quentin Tarantino y protagonista de Jackie Brown -1997-). Este corpus de películas que se contabilizan en casi doscientas que marcaron una época y siguieron siendo faro para un movimiento que tenía mucho de social (estaban dando vueltas los Panteras Negras en ese momento) y de visibilizar a una gran comunidad en Estados Unidos.
El clon de Tyrone y una leyenda que continúa
Shaft tuvo varias reversiones (incluso una hace relativamente poco con Samuel Jackson), o el caso de Mi nombre es Dolemite (2019) y Black Dynamite (2009). El blaxploitation siguió vivo como bandera y estandarte.
Si analizamos la propuesta estética de El clon de Tyrone con colores y texturas como las películas de los setenta, sus protagonistas afroamericanos, su director -quien viene de escribir Creed II y la segunda parte de Space Jam, protagonizada por uno de los deportistas afroamericanos más conocidos hoy- y su temática, una conspiración con ribetes de ciencia ficción y comedia, nos encontramos con el nuevo exponente de un movimiento que no deja que nadie lo silencie.
No se pierdan El clon de Tyrone, se estrenó en Netflix el pasado 21 de Julio.
Seguir leyendo: