Yo soy de los que dudaron. Del club de quienes no tenían la fe de creer que íbamos a vivir, otra vez, un cambio radical dentro de cómo podemos entender los videojuegos. Dentro de mi eterno amor hacia esta franquicia que, a mi gusto, ha demostrado en reiteradas ocasiones hasta qué punto puede llegar un videojuego. Hace meses que me encuentro en la duda de qué tanto se podía replantear una fórmula tan perfecta como la que se implementó en The Legend of Zelda: Breath of the Wild. El origen como DLC de aquel título tampoco me generaba tantas expectativas como para pensar que con Tears of the Kingdom iban a patear el tablero. Por suerte, qué equivocado estaba.
Jugué todo el fin de semana The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom y no puedo dejar de pensar en lo que representa. Todo es apuesta constante, sorprende con los límites de hasta dónde van a llevar las capacidades del título. Tiene la delicadeza de ser una obra que amplía y mejora todo lo que se había propuesto en su anterior entrega, pero también, es completamente autosuficiente para el usuario que juega un Zelda por primera vez. Aún me falta mucho recorrido en este resistente Hyrule, y por eso la semana que viene publicaremos el análisis final, pero, a decir verdad, hay mucha tela para cortar en este camino recorrido. Antes de meternos de lleno en estas primeras impresiones, es bueno aclarar que están basadas en las primeras quince horas de esta obra. Este lapso temporal me permitió, aproximadamente, completar el primer dungeon y su bossfight. Si bien en este tipo de experiencias las horas resultan una medida muy relativa, creo que es un tiempo prudente para realizar este primer tramo sin ahondar en las misiones secundarias ni intentar cambiar el orden “sugerido” para las quest principales.
La diferencia de gameplay entre esta obra y su predecesor es radical: mientras que antes empezábamos prácticamente desnudos y sin saber quiénes somos, en esta ocasión, comenzamos con pleno conocimiento de todos los elementos del mundo y con las habilidades máximas que podemos tener. De ahí en más, comienzan a mostrarnos todo lo que aún no conocíamos, como el cielo y qué papel juega dentro de la historia, las nuevas mecánicas, y mucho más. Al ser un análisis de las primeras horas solamente, voy a reducir la jugabilidad en dos grandes grupos. Por un lado, las mecánicas que mostraron en los trailers y, por otro, aquellas que no mostraron y ¡que no voy a spoilear!
Ese grupo de mecánicas que se mostraron en los trailers son de lo mejor hasta ahora, y son las que hacen que las posibilidades dentro de este universo sean, literalmente, infinitas. Con Ultrahand y Fuse como bandera, la libertad que representa poder mezclar cualquier objeto con otro da una sensación, sin precedentes, de poder resolver las cosas a tu manera. Por otro lado, la mecánica para subir entretechos y retroceder el tiempo responden a las nuevas necesidades de poder moverse más fácil por el mapa, ya que este Hyrule es prácticamente tres veces más grande que el que conocíamos.
Es totalmente un agrado informar que lo que vimos en los avances es solamente una pequeña porción de todas las nuevas ideas que proponen las Lágrimas del reino. Si bien, como dije antes, prefiero no spoilearlas ni hablar en profundidad hasta el análisis final, es importante destacar que prácticamente todas las aristas sufren alguna modificación: hay nuevas formas de transportarse, de interactuar con el mundo y con otros personajes, de abordar los conflictos y nuevos enemigos a vencer. También, la manera de vivir las “quests” es diferente: lo que antes eran las bestias, hoy son lugares mucho más complejos. Todo es funcional a la idea de ser una nueva experiencia para quienes jugaron Breath of the Wild y, mantener así, la esencia para quienes no lo pudieron disfrutar aún.
La historia comienza poco tiempo después de los hechos que ya conocemos. Debajo de Hyrule comenzó a emanar una aura de maldad que empieza a pudrir las armas y, tanto Zelda como Link, van a investigar qué es lo que está sucediendo. Lo que van a encontrar va a cambiar sus vidas para siempre y dará inicio a esta nueva aventura.
Realmente no puedo hablar mucho de este tema en estas primeras impresiones y estimo que tampoco podré hablar mucho en el análisis final. La narrativa es una pieza fundamental e infinitamente más presente de lo que estaba en Breath of the Wild.
Si hay algo importante a remarcar, es que cambia el paradigma del gameplay por completo: mientras en Breath of the Wild te decían “ahí está Ganon y cuando quieras podes ir a buscarlo”, en Tears of the Kingdom la consigna es: “va a suceder algo terrible y hay que prepararse para ese momento”. Ni el objetivo ni el plot están tan claros y eso no sólo le da la misma sensación de libertad sino que también provee la expectativa de mezclar ese feeling con el interés que genera la narrativa.
Hyrule es un personaje más en esta aventura. Está completamente vivo y es completamente diferente al que conocíamos. Mientras que antes nos encontrábamos ante un continente en depresión por haber vivido cien años bajo los efectos del cataclismo, en esta ocasión, nos encontramos con una región dispuesta a darlo todo para detener a una amenaza latente. Se encuentran muchos más personajes, se encuentran muchas más interacciones y es una experiencia mucho más social que la que conocíamos previamente.
Si bien no hay una diferencia radicalmente superior en cuestiones gráficas, hubo un incremento muy grande en el uso de las luces y en cómo eso repercute en todo el aspecto visual.
Las nuevas secciones le dan frescura a este tema y hacen que, siendo un entorno familiar, termine pareciendo un lugar completamente nuevo. Cabe destacar que, al igual que en Breath of the Wild, en zonas cargadas de elementos los frames caen en cantidades. Afortunadamente, no me sucedió muchas veces en estas primeras horas.
Desde los primeros momentos, las referencias explotan en esta obra: Skyward Sword, Minish Cap, A Link To The Past, Ocarina of Time, Majora’s Mask. Tears of the Kingdom es una celebración absoluta a todo lo que The Legend of Zelda representa y es también un hito histórico para una franquicia que varias veces pudo reinventar su fórmula o pulir la rueda.
Más allá de esto, funciona muy a la par de la famosa “fórmula Marvel” y no necesitamos saber absolutamente nada de antemano para poder jugarlo, entenderlo y disfrutarlo. Se vale por sí solo y es un viaje único, narrativo y libre. Y todo esto es en base a lo que posiblemente represente un quinto del título. No me quiero ni imaginar todo lo que queda por delante pero me muero de ganas por descubrirlo. Voy a sumergirme en Hyrule durante varias horas más (seguramente teniendo pesadillas relacionadas a ese tal Rey Demonio) y les cuento la semana que viene, cómo concluye este viaje.
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