Era aún un adolescente cuando Mateo Rodrigo se dio cuenta que la persona que veía en el espejo no lo representaba. No era el nombre que él quería, tampoco el cuerpo que tenía. “Es lo que me toca”, decía. Su cuerpo, su identidad, era una cárcel en la cual estaba encerrado. Encierro que nadie comprendía. Su familia no aceptaba que no se sentía a gusto con ese adolescente de 15 años. Durante esos años, su padre se acogió al cristianismo y rechazó con mayor énfasis la identidad de género de su hijo. La oscuridad que embargaba a aquel joven parecía nunca encontrar la luz. La desesperación y miedo lo impulsó intentar quitarse la vida en dos ocasiones.
“Lo intenté dos veces. Una a mis 15 años, otra a mis 18 años. Pensé que esta era la vida que me había tocado vivir. Pensé en darme la oportunidad una sola vez más y, si no funciona, acabo con todo”, contó.
Mateo decidió empezar lo que sería la lucha más importante de su vida: el camino hacia su cambio de identidad. El boliviano inició un proceso legal para cambiar su nombre. Mientras se desarrollaba este proceso, dejó atrás el rechazo que cargaba de su familia e inició de cero en otro país. Inició una nueva vida en Argentina. Se mudó solo y se inscribió en la carrera de Psicología.
Revictimización en el proceso
Pero el procedimiento de cambio de identidad que afrontó no fue fácil. Aunque quiso dejar detrás todo aquello que le recordaba a su género anterior, las autoridades bolivianas traían al presente los temores, inseguridades de dicha etapa una y otra vez. La revictimización con la cual tuvo que lidiar era parte de este proceso. Incluso, tuvo que someterse a exámenes psiquiátricos y psicológicos para cambiar su nombre.
“Mi juicio demoró cinco años y y eran juicios sumamente humillantes, degradantes. Tenías que mostrar fotos de antes, tenías que llevarte testigos, tenías que llevar un certificado médico, certificado del endocrinólogo, del cirujano plástico, de psicólogos, de psiquiatras. Era sumamente patologizante. No había ningún respeto por la identidad y la dignidad de las personas trans. La carga emocional era muy fuerte”, dijo.
Como parte del cambio de identidad, Mateo se sometió a un proceso hormonal para cambiar su aspecto físico. Ante ello, las autoridades pidieron evaluar y comparar cada rasgo que había sido modificado. Recordar las características físicas de su cuerpo anterior era duro. Aquel cuerpo le generó dolor, inseguridad, traumas y temor. Sin embargo, ello no fue tomado en cuenta por los operadores de justicia y se exigió detallar cada modificación realizada.
“El cambio físico era muy fuerte. Si alguien ve mi foto anterior, puede asegurar que no soy yo. Es otra persona totalmente distinta. Entonces, que me pidan las fotos anteriores para revisarlas es morboso. El argumento que ellos utilizan o utilizaban es que esa era una manera de comprobar que efectivamente yo era mujer”, explicó.
Para Mateo, el trámite judicial para cambiar su nombre resultó denigrante y humillante por los requisitos del proceso. Por ejemplo, el hecho de pasar por un examen psiquiátrico y psicológico. Además, cuenta que los jueces fallaban en contra si las personas que solicitaban el cambio de identidad no se habían realizado la cirugía genital.
“Solamente 20 personas han logrado cambiar su nombre, del 90% que lo que querían o solicitaban. Desde 1986 hasta el 2016 solamente se registraron entre 15 y 20 casos de cambios de nombre y yo he sido uno de esos. He tenido la suerte, soy muy muy privilegiado, de haber podido obtener ese cambio de nombre porque yo te soy sincero, si a mí no me hubieran cambiado el nombre, no estaría vivo ni hubiera hecho todo lo que he hecho en mi vida”, relató.
Vivir sin miedo
En uno de los tantos viajes que hizo Mateo para escapar de la dura realidad que le tocó vivir, viajó a Argentina por la vía terrestre. Sin embargo, no salió como se esperaba. Fue retenido durante ocho horas en la frontera, pues la imagen que tenía no iba acorde con la identidad que figuraba en su DNI. En un principio, creyeron que se trataba de un delincuente que quería suplantar la identidad de otra persona para salir del país.
Pero no era la primera vez que sucedía algo similar. El temor de ser rechazado por las autoridades o por el resto de personas se convirtió en una sensación común. “Era muy difícil, muy duro, encontrar un trabajo el miedo con el que vas”, señaló.
Muchas veces, esta situación venía acompañada de discriminación. El miedo de ser expulsado por su orientación sexual se volvió parte de él. Las emociones negativas lo acompañaban. No obstante, esta situación cambió con el cambio de nombre.
“Antes todo era una limitación. Pensaba que se iban a dar cuenta de la identidad legal y mi físico. Pensaba que me iban a hacer algo. Pensaba que no me iban a dejar entrar a algunos espacios. En los trabajos pensaba que no iba a lograrlo. Me acostumbré a eso, hasta que salió el cambio de nombre”, expresó.
Más que un nombre
Mateo tiene 35 años, pero, para él, su vida comenzó en el 2010, cuando por fin las cortes de Bolivia aprobaron el cambio de su identidad. “Yo sentí que mi vida cambió por completo. Yo cuando doy talleres digo: ‘tengo 35 años, pero realmente de estar vivo tengo 12, porque antes de eso no, yo no puedo decir que vivía’. Realmente era muy doloroso tener que explicar todo esto a todo el mundo. Pero ahora soy otra persona he aprendido a vivir. Me he vuelto una persona positiva, alegre, feliz. Amo la vida”, describió.
“Con el cambio de mi identidad empecé a vivir de verdad. Me aboné conmigo mismo, con mi país, con la vida. Quise volver a mi país porque no me había permitido disfrutar la vida. y hacerlo. Quise darme el gusto de conocer a mi familia, que mis amigos me conozcan de verdad. Extrañaba a mi país. Fue ahí cuando decidí involucrarme con trabajar a favor de la identidad de género en Bolivia”, mencionó.
Mateo no eligió nacer trans. “Nadie en su sano juicio decide sufrir de esta manera”, afirmó. Ahora que cuenta con la identidad por la cual tanto luchó, pide a las autoridades tomar en cuenta los derechos de las personas trans y garantizar que estos se cumplan en los diferentes Estados.
“Ojalá las autoridades puedan sensibilizarse un poco y gestionar esta ley porque es muy importante para muchas personas. Le van a dar vida, como a mí me ha dado la vida cambiar mi nombre”, manifestó.
“Enséñenos su antigua cédula”
El vuelo de Gabriel De Prada estaba programado para el jueves. Viajaría de Ecuador —su país natal— a Perú para una conferencia de la organización Raza&Igualdad donde participaría. Era primera vez que salía de su país con su nueva identidad. Llegó al aeropuerto y pasó por el área de seguridad. Allí tuvo problemas.
— ¿Usted ha viajado antes? —preguntó el agente de migraciones.
— Sí, pero soy un hombre trans e hice un cambio de nombre.
— No entiendo. Aquí me salen dos nombres. No son la misma persona.
— Soy la misma persona. Mi DNI dice exactamente lo mismo con excepción de los nombres.
— Si yo lo dejo pasar, eso se consideraría suplantación de identidad. No es la misma persona.
El personal de seguridad llevó a Gabriel a las oficinas internas de migración, donde esperó durante 40 minutos que todos los efectivos conversen sobre lo sucedido. Cuando este regresó, le pidió que les explique a ocho personas más qué significaba ser trans, pese a que en Ecuador sí existe una ley de identidad de género.
— Enséñenos su antigua cédula
— No la tengo. Cuando hice el cambio de nombre, nos retiraron nuestra antigua cédula y nos quedamos con la nueva.
“En Ecuador, cuando hacemos el cambio de género, nos retiran la cédula la antigua y nos quedamos con la nueva porque nos sacan nuevos documentos. No entiendo por qué pero nos la quitan, porque, al final, nosotros no hacemos nada con eso. Hay un documento donde dice que cambiamos el nombre, pero es un documento que no es oficial. Es un papel en blanco que dice que hubo un cambio de nombre. Hasta podría ser falsificado”, informó.
Tras 40 minutos más, los agentes dejaron a Gabriel viajar, pero era muy tarde. El avión había partido.
En Ecuador esta situación suele ser recurrente en las personas trans. Cuenta que, pese a la Ley de identidad de género, las licencias de conducir aún mantiene el campo “sexo”. La licencia de Gabriel lleva el título de femenino, pero en su cédula dice género masculino. Por ello, en las intervenciones de tránsito, los efectivos policiales suelen interrogar al joven para conocer acerca de su identidad sexual.
“Tengo que estar repitiendo y repitiendo y repitiendo mi historia para explicarle a todo el mundo lo que soy. No debería ser. El hecho de ser trans es tener que revictimizarse constantemente explicándole qué es lo que has hecho con tu cuerpo”, manifestó.
El dolor de la indiferencia
Ser trans es experimentar una serie de problemas al momento de interactuar con empresas, entidades y hasta el sistema estatal. Aunque en muchas ocasiones el trato que se les ofrece a las personas trans no viene acompañada de violencia, Gabriel cuenta que sí se percibe un clima de indiferencia ante la problemática que enfrentan.
“No siempre somos violentados. No le podemos decir violencia, al menos, no directamente. Recibimos actitudes indiferentes, como si no quisieran entender lo que les explicamos de nuestros procesos, como si no quisieran ayudarnos. No es que nos traten más, es como si les diera igual. Esa indiferencia también duele”, indicó.
Según Gabriel, para muchos trans que no están acostumbrados a ese tipo de trato, suele ser muy frustrante aprender a vivir con ello. Sobre todo, porque las personas trans ya son víctimas de malos tratos, violencia y discriminación de parte de sectores conservadores y antiderechos de la sociedad.
Discriminación
Hace algunos años atrás, Gabriel acudió a una entrevista de trabajo para el puesto de atención al cliente. El reclutador revisó todos los perfiles que llegó a él. Sobre todo, el de él.
— ¿Me puedes explicar por qué tu cédula dice género y no sexo como el resto de personas?
— Porque soy una persona trans. Tramité mi cambio de identidad.
— Entiendo. No estoy seguro que puedas ocupar el cargo. Pasa que necesitamos a una persona que sea 100% hombre. No sé si puedas lidiar con todos los requisitos que estamos pidiendo en estos momentos.
Los actos de discriminación hacia personas trans no solo hace referencia a su género, también son rechazados por su capacidad intelectual y hasta por sus necesidades. Gabriel cuenta que el personal de salud tiene un manual de atención específicamente para recibir a personas LGBT, pero este no es utilizado. Por ello, muchas personas que acceden a tratamientos hormonales lo hacen sin supervisión médica.
“Es complejo poder llevar una transición sana, una transición segura, una transición en la que tengamos una guía que nos cuide, porque los que pueden acceder a una transición de ese tipo son los que tenemos el privilegio de poder contar con recursos y poder costearnos los procedimientos. De ahí, el resto de chicas se compran las hormonas sin saber si esas son las que tienen que usar”, sostuvo.
De acuerdo a Gabriel, muchas personas trans no logran acceder a estos tratamientos médicos, por lo cual suelen padecer cuadros de depresión y ansiedad.
Asimismo, precisó que ser un país conservador, como muchos de Latinoamérica, las familias de las personas trans no toman importancia a estos casos. El joven afirma que muchas personas con esta identidad de género son sometidas a clínicas para erradicar esta “homosexualización”, donde son violentados para no continuar con dichas conductas.
Ley de identidad de género en Latinoamérica
Los derechos de la comunidad LGBT aún son discutidos en América Latina. Las familias LGBT se encuentran en estado de desprotección de parte del Estado y están expuestas a padecer discriminación y violencia por no contar con normativas que garanticen sus derechos. En el caso de la Ley de identidad de género, esta solo está aprobada en ocho países de Latinoamérica.
Hasta la fecha, solo Colombia, Ecuador, Chile, Argentina, Costa Rica y Uruguay cuentan con una Ley de identidad de género. En el caso de México, solo algunos estados cuentan con esta normativa aprobada. Estos son: CDMX, Michoacán, Nayarit, Coahuila, Colima, Hidalgo, Chihuahua, Oaxaca, Tlaxcala, San Luis Potosí, Sonora y Jalisco.
La educación, la clave
Los principales problemas que enfrentan las personas trans, al momento de relacionarse con otros individuos o entidades, es la falta de conocimiento sobre su identidad de género, además de la discriminación hacia ellos. Para Kit Huayas, activista de Amnistía Internacional Perú, la solución a estas problemáticas es la educación.
“Los discursos de odio se manejan mucho con el tema de la desinformación. Se apropian de esto. Entonces, ¿Qué mejor herramienta que la educación para acabar con la desinformación? También ayuda a romper con los mitos en torno a la diversidad sexual”, describió.
De acuerdo a la activista, la educación contribuirá a la creación de lazos sin tomar en cuenta el género de la persona con la que uno se relaciona. Kit mencionó que esta fuente de conocimiento debe ser inculcada en infancias y adolescencias para evitar que se continúe desinformando sobre temas relevantes vinculados a educación sexual, identidades y personas LGBT.
“Es importante desterrar estos mitos. Creo que en la sociedad se siguen perpetuando estereotipos, creo que eso es algo que daña mucho a la sociedad. Hay que romper con los estereotipos. Eso ayuda y amplía la mente. Ahí es donde ingresa la diversidad. Si tú sigues viendo a las personas solo como blanco y negro, no reconoces a las identidades no binarias, tampoco estás reconociendo todo el paraguas de colores. Creo que eso es chévere, que dentro de hasta los mismos colores hay diversidad, no hay una pared infinita”, explicó.
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