Antes de que el partido nazi ascendiera al poder en Alemania en 1933, el primer movimiento por los derechos LGBT+ comenzó a gestarse en múltiples ciudades de Europa, con mucha fuerza en Berlín. Este ambiente de cambio, protagonizado mayormente por hombres homosexuales, no se registraba solo en bares y cafeterías gays: también se hacían oír algunas voces prominentes del mundo científico o cultural, entidades de investigación y decenas de publicaciones que visibilizaban la homosexualidad en la capital alemana.
En 1897 el sexólogo judío alemán Magnus Hirschfeld, activista por los derechos de los homosexuales, había fundado junto con otros defensores de la causa el Comité Científico Humanitario, considerada la primera organización homosexual del mundo, con el propósito de derogar el artículo 175 del código alemán, que tipificada como delito los actos homosexuales entre hombres.
Durante los años veinte proliferaron cafés, restaurantes, librerías y clubes para homosexuales en ciudades como Berlín, París, Viena y Florencia. Algunas películas representaban personajes homosexuales, y medios de comunicación se dieron cuenta de la existencia de un público homosexual de clase media al que podían atraer. Los médicos y científicos, impulsores de aquella época de tolerancia que sería truncada pronto, consideraron la homosexualidad y el travestismo como un rasgo natural con el que nacían algunas personas, y no como un “trastorno”.
La crónica Adiós a Berlín, del escritor inglés Christopher Isherwood, constituye un espejo de la euforia de esa época y por eso incluye, entre una galería de personajes diversos y seductores, a un par de jóvenes homosexuales. La pintora Lili Elbe, cuya vida fue llevada al cine en la famosa película La chica danesa, fue uno de los casos más visibles de ese momento. Magnus Hirschfeld –también médico principal del Instituto de Investigación Sexual, fundado en Berlín en 1919– supervisó una de las múltiples operaciones a las que Elbe, de forma arriesgada y pionera, se sometió para cambiar de sexo.
El Comité Científico Humanitario encabezado por Magnus contaba con ramificaciones en las principales capitales de Europa. Bajo el lema “Justicia a través de la ciencia” difundieron la igualdad de derechos y buscaron la legalización y reconocimiento de la homosexualidad mediante la eliminación del artículo 175 y la información sobre las personas LGBT+, entonces consideradas “invertidas” o “aberración de la naturaleza”.
Ese primer movimiento homosexual empezó a extenderse por toda Europa Occidental y Estados Unidos con la fundación de la Liga Mundial para la Reforma Sexual, creada en 1928 durante un congreso en la ciudad de Copenhague. Sin embargo, la llegada de la Segunda Guerra Mundial y del fascismo internacional estropeó sus objetivos, entre los cuales estaban la comprensión de la homosexualidad y la descriminalizacion de los actos sexuales que no violaran los derechos de otra persona.
En materia legislativa, lo más lejos que llegó el grupo de Berlín fue recomendar la derogación del artículo 175 al gobierno general. En ese camino que marcaría la lucha LGBT+ moderna no todo fue aceptación: las publicaciones LGBT+ fueran consideradas “obscenas”, los funcionarios políticos se alertaban por lo que llamaron una “crisis moral” y se aceptó la expulsión de las personas LGBT+ en nombre de la pureza o la normalidad de las costumbres. También hubo atentados con bombas de olor durante una de las conferencias del Comité Científico Humanitario en Viena.
Cabe recordar que el movimiento homosexual alemán tuvo como precursor al suizo Heinrich Hössli (1784-1864), considerado el primer activista por los derechos de esa población y autor de Eros, una obra en defensa del amor gay. Hössli comparó la persecución homofóbica con la caza de brujas y criticó el exterminio de homosexuales en un tiempo en que eran condenados en toda Europa.
La persecusión
“El varón que cometa actos lascivos con otro varón o permita que lo maltraten por actos lascivos, será castigado con prisión”, decía una de las versiones del artículo 175 del Imperio Alemán desde 1871.
A partir de 1969, la norma se limitó a aplicarse a quienes sostuvieran relaciones con menores de edad y los homosexuales ya no fueron procesados por “fornicación”, pero se mantuvo vigente hasta el 11 de junio de 1994, más de 140.000 hombres procesados después. Al menos 100.000 de ellos fueron arrestados por los nazis, quienes recrudecieron las penas y ampliaron las prohibiciones. De hecho, Adolf Hitler usó el artículo 175 para llevar a la cárcel a sus opositores.
La persecución, que desde luego incluía a todos los despreciados por el régimen (judíos, gitanos, opositores políticos, y más) no se hizo esperar. El 6 de mayo de 1933, días antes de la quema de libros en la Plaza de la Ópera, el Instituto de Investigación Sexual de Berlín fue atacado: su biblioteca, con miles de volúmenes acerca de la homosexualidad, el género y el erotismo, fue tirada al fuego. Su director, Hirschfeld, ya conocido como el “Einstein del sexo”, se encontraba de gira y aprovechó para exiliarse en Francia, donde murió dos años después.
El Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos señala que durante la guerra, entre 5.000 y 15.000 homosexuales fueron llevados a campos de concentración. Así como los presos políticos llevaban un triángulo rojo o los judíos estrellas amarillas, a los gays se les cosía un triángulo rosa para identificarlos. Esta seña, que devendría en los setentas en un símbolo de orgullo LGBT+, los hizo objeto de torturas particulares: fueron castrados y utilizados para experimentos médicos que pretendían acabar con la homosexualidad, aislados y maltratados por los otros prisioneros.
El comerciante Friederich-Paul von Groszheim, oriundo de la ciudad de Lübeck, al norte de Alemania, es considerado uno de los últimos homosexuales víctimas del nazismo. En 1937 fue encarcelado en medio de los arrestos masivos que se llevaba a cabo bajo el artículo 175. Permaneció 10 meses en prisión. Al año siguiente volvió a ser arrestado y torturado. Los nazis lo liberaron bajo la condición de ser castrado, y él aceptó. La humillación no terminó ahí: en 1940 se presentó al servicio militar y por su operación fue rechazado como “físicamente incapacitado”. Más tarde fue detenido por ser partidario del emperador Guillermo II.
Como Friederich-Paul hubo decenas de miles de casos de la cacería que la Gestapo desplegó contra los homosexuales en toda Europa, enviando a la cárcel o a campos concentración, e interrogándolos para acusarse entre sí, a hombres LGBT+ en Austria o Francia, como paralelamente lo hacía la Italia fascista durante la guerra. Para evitar ser capturados, muchos se ocultaban o contraían matrimonio para alejar cualquier sospecha, pero si eran miembros visibles de la población, se les encerraba como parte de la pretensión de “purificar” la raza, un concepto que Hirschfeld recomendó eliminar por no poder obtenerse de él nada de valor científico.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Alemania no reconoció a los homosexuales como víctimas de las persecusiones nazi y les negó reparaciones. Cuando en 1994 la homosexualidad dejó de ser ilegal, ya otras naciones como Italia, España y Francia habían dejado de penarla. El país llegó relativamente tarde a estos cambios, pero en los últimos años ha intentado ponerse al día: en 2017 el Parlamento alemán aprobó la legalización del matrimonio igualitario; el país legalizó las uniones civiles en 2001 sin beneficios de igualdad jurídica en temas de impuestos y adopción, que hoy son posibles.
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