Editó videos de Lali, Jimena Barón y Pimpinela, filmó publicidades de medicamentos contra la acidez, realizó tres cortos, hizo book trailers para algunas de las más talentosas escritoras contemporáneas argentinas. Durante 2022, mientras escribe una película, ha dirigido tres videoclips, dos de Marilina Bertoldi y otro de Javiera Mena, cantautoras que han dejado una estela inacabable en el mundo musical LGBT+ latino.
Miche me recibió en su departamento de Chacarita, en un quinto piso de un edificio con cierto aspecto brutalista. Convive con sus dos gatos, que parecen leones pequeños debido a sus pelos largos, suaves y brillantes, en un espacio con una mini selva de plantas en el balcón y un sillón marrón que diseñó ella misma.
Hablamos de por qué las películas LGBT+ estuvieron durante largo tiempo ancladas a la temática del coming of age (personajes jóvenes que llegan a la madurez) y de la importancia de llevar las narrativas de los personajes queer más allá de conocer a alguien y enamorarse o estar en un vínculo: que tengan tridimensionalidad para que los matices no sean un privilegio heterocis. Y por supuesto charlamos sobre el cuerpo audiovisual queer de toda su obra, que tiene como centro intentar siempre captar una sensación.
—Miche, contame tu recorrido vital.
—Tengo 28 años pero me siento vieja desde hace mucho. Nací en Buenos Aires aunque la mitad de mi familia es del sur, de Chubut, Playa Unión. Empecé a estudiar cine los últimos dos años de la secundaria, y tuve como tarea hacer un videoclip de un tema existente. Hice uno de Kings of Convenience. En ese momento no me reconocía bisexual, a pesar de que tenía muchos compañeros en la escuela que me gritaban “torta” en el pasillo. Dije bueno, voy a filmar un videoclip sobre un tipo que está en su casa, que se levanta temprano, que cocina, otro tipo que está andando en bici y una mina que está bailando en la calle. El video todo el tiempo te lleva a pensar que el chico y la chica se van a encontrar pero los que se encuentran son los dos pibes, se dan un beso, almuerzan y bailan. Tenía 14, 15 años cuando lo hice.
—¿Y gustó?
—La gente estaba impresionada porque éramos pibes de 15 años haciendo videoclips y todos los videoclips eran tipo ‘estoy tomando vodka del pico y quemando billetes’. Esto era otra historia y a mí me hizo flashear mucho con la sensación de poder decir algo que claramente el resto de mis compañeros no lo tenían en la cabeza, o porque no les interesaba o porque no era su realidad o no les intriga o lo que fuere. Después me fui a estudiar cine a la ENERC, que es la Escuela del INCAA. Ahí hice un corto, Los cuerpos flotantes, al que le fue muy bien.
—¿De qué se trata Los cuerpos flotantes?
—De una pareja de lesbianas que está unida desde hace muchos años, pero la relación está estancada, en las últimas. Una le organiza a la otra una fiesta sorpresa por su cumpleaños y aprovecha para exponerla en un video que muestra que la otra la engañaba. Los cuerpos flotantes fue el primer corto que hice, todavía estaba en la facultad. Me pasaba que veía muchas películas LGBT+ que eran todas sobre coming of age, todas “tengo una relación extraña con una persona nueva que entra en mi vida y me doy cuenta de que estos sentimientos pueden ser amor”. Y yo, que estaba saliendo con mi primera novia hacía un año, pensaba, “Che, quiero hablar de otros problemas que tengo en mi relación”.
—Suscribo. De todos modos, las películas de descubrimiento son valiosas.
—Obvio; hay películas re valiosas que a mí me encantaron ver y me hicieron crecer mucho. Pienso en Water Lilies de Céline Sciamma; incluso La vida de Adele, toda esa serie de pelis de 2013, 2014, 2015, años de mucho contenido LGBT+. Y si bien esas pelis cumplen un rol re importante y está buenísimo contar el descubrimiento porque siempre hay alguien que necesita verlas, nosotras tenemos otra experiencias complejas además de descubrir. Hablo de películas, pero también lo pienso en cualquier cuerpo audiovisual, de un videoclip, de lo que sea.
—¿Por qué pensás que el descubrimiento suele ser el lugar en el cual se ancla la narrativa LGBT+ en representaciones audiovisuales, y no profundiza demasiado en otros aspectos de una relación o bien en personajes no anclados a vínculos amorosos?
—Quizá porque “me sentí atraído por alguien” es una experiencia fácilmente identificable para todo el mundo. Tal vez hasta ahí llega el espectro de identificación. O tal vez una persona que es heterosexual y se considera muy férreamente heterosexual igual sintió atracción por un amigo o una amiga. Esa, siento, es la razón por la cual en un momento no había tantas películas que se abrieran a una experiencia queer más allá del descubrimiento.
—El riesgo de no abrirse a otras representaciones es perder los matices que implican las tantas esferas de una persona que no son el sexo o el estar atravesada por el amor o lo vincular.
—Pareciera que los matices son un privilegio heterocis. Por eso me parece importante construir personajes que sean reales, que tengan la tridimensionalidad que los seres humanos tenemos, necesitamos y ansiamos también cuando queremos conectar con lo que está pasando en una pantalla. Querés ver a alguien con cosas que no te cierren. Que haga una cosa que parece que está buena, pero al final tiene una actitud medio rara. Eso es lo que nos engancha cuando vemos algo: cuando no lo entendemos, cuando nos muestra que tiene aristas.
—Tenés 28 años y un largo recorrido audiovisual hecho tanto como directora, editora y diseñadora. ¿Cómo se fue concatenando todo?
—Una vez que terminé la facultad empecé a trabajar en una productora de publicidad y a formarme como montajista. Estuve un tiempo hasta que empecé a trabajar freelance haciendo pelis, mucho videoclip y bastante publicidad.
—Y todo regado con temáticas muy diversas. Desde books trailers hasta videos de Lali y Jimena Barón.
—Y desde dirigir publicidades de detergente hasta editar películas de sectas religiosas en Tucumán y videoclips de Pimpinela. Entonces en algún momento sentí que la creatividad que una le puede dar a los proyectos de los otros es hermosa, pero para que fluya todo eso yo necesito también estar en la mía para que no se me corte el flujo creativo.
—Necesitaste proyectos propios.
—Y el primer video que filmé fue para Paula Trama.
—Helados verdes.
—Exacto. Paula es una mente brillante que no puedo ni describir, y hablamos muchísimo de hacer un video que no hablara de amor, muy sensorial, con mucha tensión. Para mí, eso es lo más importante de los videos que hago. Digo, no sé si tiene necesariamente que ver con la diversidad en el término más LGBT+ de la palabra, sino con la respuesta a los estímulos diversos, porque vos ves Helados verdes y, si bien no hay una situación de amor, hay una piba que está teniendo una relación casi erótica con la ropa, tocando las telas, y de golpe se encuentra con una señora y tienen un momento de conexión. No voy a decir que eso es LGBT+, pero pasan un montón de cosas cargadas de erotismo.
—¿Intentas plasmar una mirada queer en todos los proyectos en los que te involucras?
—Más que intentarlo es lo que me sale. No es que si filmo algo de lesbianas es un contenido lésbico y si filmo a alguna pareja heterosexual es un contenido paqui: sino que todo lo que yo filmo está atravesado por mi identidad, entonces es un contenido queer, siempre, más allá de lo que estoy filmando.
–Contame las sensaciones de haber filmado, este año, tres videos que dejaron una estela importante en el mundo LGBT+ latino: Amuleto —que codirigiste— y La cena, ambos temas de Marilina Bertoldi, y La isla de Lesbos, de Javiera Mena.
— En principio incrédula y maravillada de estar trabajando con esas artistas. No lo puedo creer. Porque hacen la música que yo escucho cuando estoy en mi casa y porque las admiro. Lo que terminó saliendo en pantalla fue creación conjunta y estuvo mediado por un montón de charlas, pensamientos, reflexiones. Desde cómo se va a ver La isla de Lesbos, quiénes van a estar, hasta las mil conversaciones que hemos tenido con Marilina sobre qué cosas queremos decir con la narrativa lésbica. Es un lujo estar trabajando con artistas así, como con Paula también en su momento. Hay satisfacción en producir videos que están un poco más en la mira, que pueden tener más llegada a distintas personas; al mismo tiempo es abrumador, en el sentido de que una quiere ser muy cuidadosa con lo que muestra y cómo lo muestra. Es un montón poder salir a producir imágenes que una necesitó y que no obtuvo...
—Saldar la propia deuda.
—Saldar la propia deuda y cumplir fantasías con las imágenes; no te voy a mentir. Por darte un ejemplo concreto, en La isla de Lesbos hablamos mucho con Javi de que no queríamos que la isla fuera un lugar fantasioso, onírico, una gruta con ninfas hegemónicas. No, no. Queríamos que fuera un lugar que pudiera existir, un lugar real al que vos pudieras llegar y que adentro hubiera un montón de chicas distintas. Y a la vez no queríamos que fuera —si bien el video es súper erótico— un lugar en donde estén todas amándose todo el tiempo y chapando y cogiendo: algunas están fumándose un pucho, otras están bailando o tomando sol, ¿se entiende?... No es una fantasía construida por una visión heterocis de chicas aceitadas acariciándose en la gruta, no, es otra cosa.
—¿Sentís que estás creando algo así como las nuevas imágenes del pop lésbico en español?
—No me lo había planteado como posibilidad, aunque sí es cierto que algo de esta pregunta me hace entender un poco por qué a las lesbianas y bisexuales les gusta mi trabajo: quizá porque es una posibilidad de ver algo que es pop y bello y sexy y no denso. Soy una persona muy densa en todos los otros aspectos de mi vida, y con mi trabajo es con la única cosa que no lo soy, entonces siento que lo que yo puedo dar quiere responder a un deseo, a una demanda de ver imágenes que conmueven, que electrifican. Me parece hermoso y brillante que así pueda ser porque siento que estoy jugando con mis propias fantasías y pasándola bárbaro, y si eso encima está bueno y hay gente le gusta, me parece hermoso.
—¿Y cuáles son los estímulos a partir de los cuales creas estas imágenes frescas, divertidas y brillantes?
Supongo que hay algo que se explica en la forma en la que yo pude vivir mi sexualidad. Yo viví toda mi vida mi sexualidad con un nivel de libertad y de poca crítica o poco cuestionamiento que fue casi lúdico, yo me daba besos con mis compañeras en el secundario y no me preguntaba qué significaba y cuando vi una chica que me gustó y quise salir, la invité a salir y no me pregunté si eso me hacía más o menos lesbiana o bisexual o no sé qué. Cuando le tuve que avisar a mi mamá que tenía que salir con alguien, me preguntó “¿con quién?”, le dije y respondió: “Listo”. Entonces el hecho de que hoy, con 28 años, pueda producir imágenes que se sientan livianas, hermosas, divertidas, frescas, es porque ese es el acercamiento que tengo hacia la sexualidad. Obviamente, pasé momentos de mierda, todas vivimos violencias; pero cuando vos tenés unos años formativos tan contundentes de tu propia identidad es muy difícil que alguien te haga sentir mal con eso. Me siento un poco culpable por decirlo, porque es como decir: “Che, la verdad que tuve una vida re privilegiada respecto de mi diversidad sexual”. Pero a la vez siento que si eso me permite reparar cierta deuda histórica, de darles a las lesbianas y bisexuales que no han tenido tan buenas experiencias las imágenes “livianas” que no pudieron tener, que así sea y puedan acercarse a esto, un ratito para pasarla bien.
—Pasarla bien como respuesta.
—Hay una frase que dicen mucho en las marchas LGBT+ que me encanta: “Nuestra venganza es llegar a viejas, ser felices”. Para mí es muy poderosa; es como decir que no pudieron con nosotras, estamos viviendo la vida que nos negaron, la vida que nunca nos pudimos imaginar porque nadie nos mostró. Pero la estamos viviendo, y las imágenes las estamos creando ahora.
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