El reconocimiento a la identidad transgénero no es un fenómeno reciente: algunos médicos ya consideraban a las personas disconformes con su género mucho antes de lo que pensamos.
Quizá el más importante pionero fue el doctor Magnus Hirschfeld, nacido en 1868. Como historiadora de la sexualidad y el género en Alemania me resulta fascinante la manera en que allanó el camino para el reconocimiento legal de las personas disconformes con su género.
En los últimos años, las profesiones relacionadas con la medicina y la psicología han llegado a la conclusión de que la asignación del sexo en el momento del nacimiento no favorece la comprensión de la identidad sexual y de género de los individuos, lo que puede suponer un impacto devastador.
Hirschfeld fue el primer médico en investigar y abogar por las personas cuyo género no se correspondía con la asignación del sexo que recibieron al nacer.
A menudo se le recuerda como defensor de los derechos de las personas homosexuales. Al principio del siglo XX, su activismo jugó un rol fundamental al intentar anular la ley alemana que penalizaba las relaciones entre hombres del mismo sexo, aunque finalmente no lo consiguió.
Pero la visión de Hirschfeld iba mucho más allá de la homosexualidad. Definía su especialidad como intermedios sexuales, concepto que incluía a cualquier persona que no encajase en el “arquetipo” de los hombres y mujeres cisgénero heterosexuales.
Según Hirschfeld, los intermedios sexuales albergaban numerosas categorías. Una de ellas estaba conformada por las personas cisgénero gay, lesbianas y bisexuales. Otro tipo eran travestis, es decir, personas que se sienten cómodas con el sexo que les fue asignado pero prefieren vestir con prendas que se consideran propias del sexo opuesto.
Otros eran trans de una manera más drástica: aquellas personas que quieren vivir plenamente acorde a su sexo no asignado y que, incluso, querían someterse a un cambio de sexo.
Como hombre gay, Hirschfeld era consciente del peligro tanto legal como social al que enfrentaban los intermedios sexuales. Dado que a menudo acudían a la consulta para pedir ayuda, Hirschfeld se esforzó por educar a la comunidad médica. Elaboró publicaciones médicas, como el Anuario de los Intermedios Sexuales o la Revista de la Ciencia Sexual.
En los tribunales, Hirschfeld testificó a favor de hombres que fueron acusados de violar la ley alemana que prohibía las relaciones entre hombres del mismo sexo. En 1897 creó el Comité Científico Humanitario para la defensa política de los derechos sexuales y de género. En 1919 fundó en Berlín el Instituto para la Ciencia Sexual con la intención de promover las investigaciones acerca del tema.
Incluso coescribió y tuvo un pequeño cameo en el primer largometraje de la historia con un protagonista homosexual: la película muda de 1919 Anders als die Anderen (Distinto de los demás).
Hirschfeld trabajó para despenalizar las relaciones entre hombres del mismo sexo en Alemania. Consiguió reunir más de 5.000 firmas de ciudadanos que querían mostrar públicamente su apoyo a la campaña, entre los que se incluían genios como Albert Einstein y Thomas Mann.
El proyecto de ley que buscaba descriminalizar estos actos consiguió un apoyo minoritario cuando llegó al Parlamento en 1898, pero otro proyecto de ley devolvió la situación a sus orígenes tras la Primera Guerra Mundial. Ya en la República de Weimar, en la que se respiraba un ambiente más progresista, el proyecto de ley avanzó hasta el comité parlamentario, pero quedó estancado en 1929, cuando la Gran Depresión golpeó al país.
La defensa de Hirschfeld se extendía mucho más allá de la descriminalización del sexo gay masculino.
Como muchos países europeos, Alemania tenía (y aún hoy tiene) una identificación emitida por el gobierno que los ciudadanos deben llevar siempre consigo. Los alemanes cuyo pasaporte interno indicaba que su sexo era masculino pero vestían con ropa de mujer eran víctimas de acoso policial y podían ser arrestadas por desorden público.
En 1910 Hirschfeld y un compañero lograron convencer a la policía de Berlín para que aceptase un “certificado de travesti” firmado por un médico para anular los cargos. Después de la Primera Guerra Mundial logró que el poder judicial prusiano legalizara el cambio de nombres específicos de un género a otros neutrales, lo que permitía a las personas trans presentarse acorde al género que más se ajustaba a ellas.
No todas las minorías sexuales del país respaldaron el punto de vista de Hirschfeld. La Alemania de principios del siglo XX era política y culturalmente diversa, y esa diversidad se extendió hasta las personas gay.
Algunos hombres homosexuales, por ejemplo, argumentaban que, lejos de ser intermedios sexuales, ellos eran los hombres más masculinos ya que, al fin y al cabo, no mantenían lazos estrechos con mujeres. Estos masculinistas dejaban fuera del debate a las lesbianas, los bisexuales y a las personas trans.
En cambio, el enfoque de Hirschfeld era inclusivo. En su opinión, todos los intermedios sexuales, ya fueran L, G, B, T, Q o I (lesbianas, gay, bisexuales, transexuales, queer e intersexuales, por las siglas que se han adoptado en el lenguaje contemporáneo) merecían el mismo grado de reconocimiento y protección. En una ocasión calculó que existían 46.046.721 posibles variantes de sexualidad humana.
“El amor”, decía, “es tan diverso como lo son las personas”.
Cuando los nazis llegaron al poder en 1933, Hirschfeld, que era judío, se encontraba impartiendo conferencias sobre la ciencia sexual. Seguía las noticias desde el extranjero cuando se enteró de que el Instituto para la Ciencia Sexual que él mismo había fundado fue incendiado por las tropas nazis. Miles de registros médicos, publicaciones, fotografías y utensilios únicos fueron destruidos.
Hirschfeld falleció dos años después, y los nazis se sirvieron del material confiscado para perseguir a las personas disconformes con su género y su sexualidad en el Tercer Reich.
Las relaciones homosexuales entre hombres no fueron despenalizadas hasta 1968 en Alemania Oriental, y hasta 1969 en Alemania Occidental. La igualdad a efectos legales tuvo que esperar aún más.
Cerca de un siglo después de que el instituto creado por Hirschfeld fuera destruido, solo se han dado pequeños pasos para acabar con la discriminación basada en la identidad de género. Y hasta ese pequeño progreso sigue en peligro.
Elizabeth Heineman es profesora de Historia y Estudios de Género, Mujeres y Sexualidad, Universidad de Iowa. Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.