Es un referente gay español. En su nuevo libro, ajusta cuentas con quienes hicieron de su vida un infierno

Paco Tomás, reconocido comunicador, activista y escritor, acaba de lanzar su novela “Coto privado de infancia”, que incluye duros episodios de acoso escolar similares a los sufridos por él mismo. Infobae habló con él sobre la dificultuad de emprender ese viaje emocional al pasado y el dilema que enfrentan las personas LGBT+ al intentar superar el maltrato sufrido a lo largo de sus vidas.

El comunicador y escritor español Paco Tomás (Foto: Jesús Ugalde)

Hace 39º a las 19:30 en Madrid que está soportando una demasiado extensa ola de calor que quema las plantas y sofoca a las personas. Nos citamos en una esquina de la Plaza España donde la sombra de los edificios nos protege del sol y una cierta corriente de aire nos golpea la cara. Aire templado, pero aire al fin. Paco Tomás sostiene un abanico del arcoíris en su mano y viste una camiseta que dice “¡orgulloso!” No hay dudas: el verano no derrite su impronta. En un segundo ya estamos hablando de cuestiones del activismo LGTBI+ de España, de la retransmisión de RTVE (Radio y Televisión de España) de la manifestación del Orgullo del 9 de julio pasado, de las nuevas y viejas caras que se postulan como referentes del colectivo de la diversidad, del edadismo y de muchas cosas que nos tocan como maricas cincuentonas con más de una coincidencia a cuestas.

Con una amplia experiencia como periodista en prensa que comenzó en el Diario de Mallorca, al que le siguieron medios de comunicación como El Mundo, Agencia EFE, Shangay, durante el año alterna la conducción de “Wisteria Lane” (programa de radio que se emite por Radio Nacional de España desde 2010) su participación en la Cadena Ser (la emisora más escuchada del país, con alrededor de cuatro millones de oyentes diarios), y su rol de tertuliano en televisión donde visibiliza en el prime time de la sobremesa muchas de las cuestiones que atañen a las personas LGTBI+

Muchas cosas hemos hablado en off, pero lo que nos ocupa en esta entrevista es su reciente novela “Coto privado de infancia”, que publicó Planeta hace unos meses en España, la segunda luego de “Los lugares pequeños”, en el año 2015. Se trata de una ficción y a la vez un texto abrumadoramente personal, cercano a la autoficción (una referencia podría ser la reciente película-memoria de Almodóvar “Dolor y gloria), en el que un alter ego de Paco, Tomás Yague, un hombre gay cincuentón, repasa su vida y especialmente su historial de violencias y rechazos durante su infancia y adolescencia. Literatura como ajuste de cuentas, pero también como exorcismo terapéutico y terreno liberador.

¿Cuál fue tu inspiración para decidirte a escribir esta novela?

—Creo que todas las personas LGTBI+ deberían escribir sobre sus infancias, más allá de si se publiquen o no, o dónde se publiquen. Lo importante es que debemos empezar a contar nuestra historia. Porque nos han contado tantas veces y nos han contado tan mal, nos han estigmatizado con esas narraciones y esos relatos, que creo que ahora que ya hay varias generaciones que tenemos voz propia tenemos el deber de contar nuestra historia y nuestra infancia, y explicarle a esa parte de la sociedad cishetero lo que nos hicieron. No es una cuestión de venganza ni de hacer justicia. Es simplemente que sepan cómo vivimos, cómo nos hemos construido los que hemos llegado a construirnos, porque muchos se quedaron por el camino. Siempre tuve la idea de contar esta historia y nunca lo hice porque pensé que no tenía un final, porque yo aún estaba en un proceso. Luego sucedió algo -que no voy a desvelar porque forma parte del giro de “Coto privado de infancia”- que me hizo pensar que ese era el final de la historia y entonces me decidí a contarla.

¿Sentís que estás en un momento especialmente reflexivo de tu vida adulta?

—Claro, y eso te exige mucho. Al final de la novela hay un texto de Paco Vidarte (filósofo, escritor y activista español LGBT+ fallecido en enero de 2008, autor del mítico ensayo “Ética marica”) que precisamente habla de esto y que dice que “las personas LGBT+ en el pasado sucumbimos”. Nosotros tenemos una parte de nuestra historia, especialmente mi generación que es la de los niños maricas de la España de los años ‘70, que guardamos toda nuestra memoria en un trastero con la intención de no volver a entrar ahí en nuestra vida. Decidir volver a entrar es muy importante porque no nos damos cuenta de que ahí está todo lo que nos ha marcado en el adulto que somos. Hasta que no empecé a ir a terapia no fui consciente de cómo me habían marcado todos aquellos años de infancia y adolescencia, de homo odio internalizado, de silencios, de hostilidades, de agresiones, en mi manera de ser como adulto frente a jefes, mis compañeros de trabajo, mis relaciones, mi relación con el deseo. Todo eso está profundamente condicionado por esos años. Me parece que cuando lo encerramos y no lo volvemos a visitar, nos estamos equivocando. Porque cuando necesitamos entender por qué nos pasa lo que nos pasa, por qué hemos reaccionado de tal o cual manera, posiblemente la respuesta esté ahí.

¿Pensás que las nuevas generaciones no son conscientes de las dificultades y batallas que se libraron para llegar al lugar en el que estamos?

—Esa generación posterior al matrimonio igualitario en España es una generación que no es consciente de la trayectoria de nuestro colectivo. Cuando hicimos la serie “Nosotrxs somos” en Televisión Española, de repente la gente joven alucinaba con cosas que pasaron hace 40 años, que como siempre digo, en términos históricos es ayer. ¡Y desconocían esa historia por completo! Creo que hay mucha gente joven que piensa que hay derechos que no pueden volver para atrás, que poder salir con unos roles o expresiones de género o identitarios es algo que han conseguido ellos mismos. Y no. Es una consecuencia del trabajo que han hecho mucha gente antes. Que por supuesto es muy importante que estos jóvenes hagan su activismo y continúen con su visibilización. ¡Pero no es su logro personal!, y lo asocio al individualismo de esta sociedad que ha contaminado hasta al activismo; que ahora mismo es muy personal y menos comunitario. Por eso me parece importante que entiendan que ser un niño marica en los años 70 era extremadamente complejo y muchísimo más difícil que ahora. Lo que no significa que ahora no sea difícil. Pero ahora existe internet, está Google, puedes crearte un perfil en Twitter y buscar aliadas aunque en tu casa sean una bichas. ¡En nuestra época no había nada! Nada absolutamente.

¿Funciona “Coto privado de infancia” como incentivo para mirar hacia atrás?

—La gente que la lee me dice que he contado una historia que les toca. Gente de otras generaciones y de otros sitios que me dicen “es que esta es mi historia”, con lo cual me he dado cuenta que hay un conjunto de vivencias comunes que precisamente es lo que nos hace ser una comunidad. Somos una comunidad porque tenemos vivencias comunes. Y ese tipo de vivencias suceden con gente de mi edad pero también sucede con gente mucho más joven. Lo importante es que nos demos cuenta de que nos ha pasado o nos pasa lo mismo, y por eso creo que la novela puede ayudar a esas otras generaciones más jóvenes. Por lo menos a entender que el silencio no es bueno. Todos los errores que nosotros cometimos, pues que no los cometan. El silencio no es una coartada, no es un refugio. Hay que luchar contra ese homo odio internalizado que te impone el entorno. Si hay acoso o violencias, inmediatamente pedir ayuda. Un montón de cosas que se pueden hacer y que mi generación no hizo.

Si bien tú has dicho que la novela no es una biografía, cuentas cosas que has sufrido, como la homofobia y la falta de cariño de tu entorno debido a tu sexualidad. ¿Cuán duro fue para tu familia leer la novela?

—Confieso que no quería que mi madre leyera la novela; les dije a mis dos hermanas que impidiesen que mi madre lo hiciera. Mi hermana que me sigue, que es lesbiana y que ahora vive con mi madre porque se ha separado, compró dos novelas: una para ella y otra para nuestra otra hermana, la menor. La menor dijo que no se veía con fuerzas para leerla ahora y que se la guardarse hasta que tuviera intención de leerla. Pues la cosa es que en casa de mi madre quedaron esos dos ejemplares. Cuando mi hermana se iba a trabajar, mi madre buscó y buscó hasta que encontró una de las novelas y la fue leyendo sin que nadie lo supiera. Cuando se acabó la novela me llamó teléfono y esa llamada fue muy difícil, muy dura. Pero a la vez muy emocionante. Fue una conversación donde la mayor parte del tiempo estuve llorando, tanto es así que no me pude despedir, tuve que cortar y seguí llorando. Mi madre volvió a llamar y yo no pude atender porque lloraba a mares. Entonces ella dejó un mensaje en el contestador donde decía “por favor, no llores, que ya has llorado bastante. Quiero que estés tranquilo y que sepas que te quiero más que a mi vida”. Yo de repente sentí que habíamos hecho un viaje los dos. Porque éramos dos tipos de víctimas del cisheteropatriarcado desde lugares completamente distintos. Mi madre desde una generación crecida y adoctrinada bajo el franquismo, y yo desde el de un niño marica que lo que quiere es que lo quieran. ¿Y qué hay que hacer para que me quieran? Pues estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para que me quieran. Si me tengo que odiar a mí mismo, si me tengo que reprimir a mí mismo, si me tengo que silenciar a mí mismo, pues lo haré. A cambio de que me quieran. Fuimos dos víctimas y nos hicimos mucho daño por el camino. Me parece que es muy bonito pensar que nunca es tarde para que las cosas vuelvan a tener otras posibilidades. Mi madre y yo ahora nos estamos diciendo “te quiero” cuando no nos lo dijimos nunca. Yo con 55 años y ella casi con 80. Me jode porque hemos perdido mucho tiempo, pero las cosas llegan cuando llegan.

Tomás es uno de los principales referentes de la comunidad LGBT+ en España, y "Coto privado de infancia" es su segunda novela. (Foto: Jesús Ugalde)

¿En algún momento de la adultez marica hay que sanar con nuestro pasado?

—La novela es una sanación en sí misma. Pero no es una sanación tipo que viva el arcoíris y todos debajo del arcoíris somos felices. No. Es una sanación con heridas. La novela en ese sentido no es amable. Porque cuando esas heridas te las infringen a una edad muy temprana, van a estar contigo el resto de tu vida. Lo que si sucede es que podemos conseguir que no duelan. Y podemos conseguir que ese dolor sirva para construir. Porque muchas veces desde esa identificación con la víctima, y esto es algo que aparece bastante en la novela, nos construimos un personaje que a veces es muy cruel, no solo con uno mismo sino también con todo lo que le rodea. Eso le sucede a Tomás Yague, el protagonista de Coto privado de infancia, cuando habla con sus amigos, cuando habla de lo que espera de sus amigos, porque continuamente estás esperando que la vida te compense. O sea, tu piensas ¡me jodiste la vida y no hay una recompensa! Pues no. La vida no se caracteriza ni por ser amable ni por ser justa. Ni por mirar los equilibrios. No podemos esperar que la vida se justa para intentar disfrutar de ella. Coto privado de infancia tiene su parte sanadora pero también tiene una advertencia de ¡ojo! No quería que fuera un happy ending.

Hablemos de los victimarios de “Coto privado de infancia”.

—Es un poco como lo que decía Carrie Fisher, “coge tu corazón roto y conviértelo en arte”. Pues a veces tenemos historias muy tristes y nos han pasado cosas muy jodidas, pero ¿qué hacemos con ese dolor? ¿construimos o destruimos? Podemos construir. O sea, tenemos tanta rabia adentro que podemos convertirnos en armas de destrucción masiva. Podemos ser eso. O podemos decidir construir. Construir una obra de teatro, una canción, una novela, una asociación. Tomás Yague decide construir. Evidentemente los victimarios están. Y Yague regresa a su casa familiar para pasar navidades en un estado de vulnerabilidad porque viene de romper una relación afectiva, al barrio de esos acosos y a ese entorno familiar donde no encontró protección y al que tiene muchísimo rencor porque considera que no estuvieron para ayudarle. Como autor tuve la opción de volver a enfrentar al protagonista con los victimarios. Pero decidí no hacerlo. No me interesaba nada. A mí los victimarios me importan una mierda. Como dice Roberto, uno de los personajes “posiblemente ellos ni se acuerden de ti”. Entonces qué hacer para afrontarlos ¿entrar en sus casas y matar a todas sus familias? O sea, ¿qué es lo que compensaría esa balanza?.

Sanar y construir pero no olvidar…

—Ahí está la clave cuando hablo de la herida. ¡Claro que la herida permanece! Y si te la hacen cuando eres pequeño, imagínate, tienes muchos años con esa cicatriz. Lo que tenemos que hacer es que no duela aunque la cicatriz no desaparezca nunca. Porque ahí están los victimarios. Los tengo clarísimos, tengo sus caras, sus nombres. No los olvido. Pero no me duele ya. No me amilana ni me derrota, ¡que lo hicieron! Ahora ya no. Me sirve para desde ahí, construir y para tener clara cuál es mi posición política. Porque es que cada vez que veo una injusticia esa injusticia me lleva a ese patio de ese colegio donde mandaban los victimarios y donde tanto he sufrido. Cuando yo veo una injustica contra una persona migrante, contra una mujer, contra una chica o un chico trans, inmediatamente me transporto a ese patio. Entonces, inmediatamente me posiciono políticamente en la defensa de esas víctimas. Que es lo que me hubiera gustado que hiciesen por mí para evitar tanto daño. Por eso es muy importante no olvidarme de eso. Mi infancia, que se transforma en “Coto privado de infancia” en un regalo envenenado para Tomás Yague, sucede en un barrio de Madrid llamado Ciudad Pegaso en el distrito de San Blas-Canillejas, que fue construido bajo la dictadura de Franco para trabajadores de la empresa estatal ENASA (Empresa Nacional de Autocamiones, S. A.) lo que significa que los victimarios estaban en mi vida las 24 horas. Vivían en el barrio porque eran los vecinos de mi casa. No era que esa violencia se acababa en el espacio del colegio. Eso continuaba en mi entorno más cerrado. Por eso fui un niño muy introvertido, que no tenía amigos. ¡Cómo iba a salir a jugar a la calle si estaba la agresión ahí fuera!.

La familia tampoco fue un lugar de apoyo, sino de silencio. Estoy convencido de que se daban cuenta pero no sabían qué tenían que hacer. Ellos pensaría que si su hijo era marica debería hacer algo para que se “curase” que era lo que decía los médicos más prestigiosos como López Ibor (psiquiatra considerado el mayor referente de dicha disciplina en España durante el siglo XX) o Gregorio Marañón (médico al que se consideró el padre de la endocrinología española y cuyo nombre bautiza hospitales, paradas de Metro, calles de ciudades e incluso centros institucionales). Al día de hoy, y esto es algo que le cuesta entender a mucha gente de la política, la familia sigue siendo el lugar donde un padre o una madre pueden ser los enemigos de sus hijos. Porque esos padres y esas madres que escuchan que “a los maricas se los pueden curar” con terapias de conversión y llevan a sus hijos a esas terapias, lo que están haciendo es torturando a esos hijos. Consciente o inconscientemente estos padres están adoctrinados para hacerles daño a sus hijos.

¿Olvidaste a esas personas que fueron hostiles contigo y que te discriminaron?

—Los he desterrado de mi cabeza. Los tuve que recuperar para la novela, para construir. Sé quiénes son. Sé lo que me hicieron. Pero no les voy a dar la oportunidad de controlar mi vida. Cuando me di cuenta de eso, los alejé. Podría haberlos buscado por redes sociales, pero nunca tuve el interés de saber de sus vidas. Algunas personas famosas que han sufrido violencia y acoso de niños, me han contado que alguna vez se cruzaron con sus victimarios y estos ni recordaban su crueldad. Que sólo hablaban de la admiración que sentía hacia esas personas de las que te hablo. Si yo tuviera esa oportunidad, y alguno de mis victimarios se me plantara a brindar su admiración me encantaría poder decirle “tú me has jodido la vida”, como una especie de justicia divina, que de todas formas no pierdo el tiempo en buscar. Mira, Tomás Yague es un personaje que además de llamarse como yo, tiene la misma profesión que yo. Y eso explica muchas cosas que quería que se explicaran. Yague viene de una familia de la clase obrera y eso también es determinante. Porque el entender mi orientación sexual también está marcada por ese origen, con unos padres con pocos recursos económicos. No es lo mismo ser un niño marica en una posición social privilegiada a ser un niño marica cuyo padres no tiene dinero. Mis padres no tenía los recursos ni para pagarme la carrera, que la hice a base de becas y por la suerte de que mis hermanas no quisieron estudiar más.

¿Cómo sigues ahora después de escribir esta novela tan personal?

—Pues ahora no lo sé. Sí sé que es intencionado que la novela empiece y acabe en un aeropuerto. Es un trance que hace Yague, y en el final de la novela sabe dónde va e intuye lo que le espera, pero no sabe qué va a pasar. Y a mí me pasa igual, intuyo lo que me espera pero no sé qué va a pasar.

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