El tiempo ha dañado un poco la foto y a la derecha se pueden ver las manchas. Cerca de una de ellas está una mujer trans. Aunque la foto es en blanco y negro, el blanco ya es amarillento. Al ver a esa mujer de cerca se pueden distinguir sus cejas delgadísimas, el rímel fuerte y la sombra rodeando el ojo, así como el vestido con brillantes que lleva. Ella se peina y tiene un anillo en el dedo meñique. En la mesa hay bocadillos, trago y unas botellas con un logo de hace décadas de Pepsi. Tres personas ríen al centro y a la izquierda dos personas con melenas y vestuario característico de la época ven directo a la cámara.
La mujer de la foto es Alma Violeta, una mujer trans que apoyó al movimiento diverso de Honduras en la década de los 80′s, cuando aún era muy incipiente. El lugar de la foto probablemente sea una cantina o bar de la Zonal Belén, un área marginal que desde los 70s acogió la disidencia sexual en Tegucigalpa. Una “zona de tolerancia” en donde habían sitios en los que las personas LGBT+ ejercían labores sexuales sin que les perturbaran. De esos primeros lugares en los que las personas empezaron a juntarse en público, cuando antes todo era más discreto: reuniones en casas.
Todo esto me lo explica Dany Barrientos, un fotógrafo basado en Tegucigalpa, con estudios en arte contemporáneo en La Fototeca (Guatemala) y una trayectoria como fotógrafo documental y editorial, que antes de llegar a estos archivos dedicó varios años a documentar la migración de centroamericanos LGBT+ hacia Estados Unidos.
“Pasé bastantes meses conociendo personas y abriendo conversaciones. Alguna vez en una organización de la diversidad, me prestaron un ejemplar de fotografías y otro libro, un texto descriptivo que narraba la historia de las organizaciones acá”, narra el fotógrafo.
Se dio cuenta que habían detalles que faltaban, versiones diferentes y poco a poco fue llegando a más fotografías. “Sabía que quería trabajar con ellas, pero no sabía cómo. Al principio pensé en intervenirlas, pero sabía que eran un material muy valioso”. La conservación fue la respuesta. “Debía hacerlo con premura”, explica sobre cómo nació el archivo.
Una historia de persecución y criminalización, pero también de resistencia
En 1985 se diagnosticó el primer caso de VIH en el país centroamericano y ante la falta de respuestas del Estado, se empezaron a organizar los primeros grupos, como la Asociación Hondureña de Homoses contra el Sida (AHHCOS), con sede en San Pedro Sula, al norte, y filial en Tegucigalpa, al centro.
Años después, las dos sedes tuvieron que independizarse. Es así como el 20 de agosto de 1995 la Asociación Colectivo Violeta se funda en Tegucigalpa. ¿Por qué Violeta? Por Alma, la mujer de la foto. Esta historia la explica tanto Barrientos, del archivo, como el colectivo mismo.
Ella rompió esquemas al comenzar a denunciar públicamente las violencias que sufría. Una prueba de ello es una noticia publicada en 1980. “Me violan derecho a ser marica: Alma Violeta”. En esa época, le pidieron a una persona abandonar un evento de caridad por ser un “vestido de mujer”. El artículo además la califica como líder del “tercer sexo”, a lo que ella denuncia como no les permiten el derecho de participar ni siquiera cuando son obras a beneficio de alguna institución, una historia que documenta el Colectivo Unidad Color Rosa, de mujeres trans, en su informe “No muero, me matan”.
En la actualidad, el Archivo Honduras Cuir se compone de un acervo de 700 imágenes, cartas, exámenes médicos, certificados, recortes de noticias, fotografías y revistas. Recién fundado, el archivo es solo un espacio digital que espera en el futuro ser un espacio abierto. “Hemos tenido la suerte de encontrar a personas que se suman al esfuerzo de gestionarlo para que esté disponible en la web para quienes quieran trabajar con él”, explica Barrientos.
Por el momento, se concentran en preservar las historias de las personas que vivieron esas primeras épocas de vida pública de la comunidad. “Para mí preservar es también activismo. Sería interesante que en el futuro sirva como una prueba para reparaciones históricas” a estas personas que vivieron en marcos jurídicos que violentaban derechos, en condiciones más peligrosas que hoy, contextualiza el fundador del archivo.
Dany Barrientos narra una historia de criminalización. Décadas en las que existía un marco legal que habilitaba que, ante el encuentro con un policía, te llevaran a la cárcel. “Las mujeres tras denunciaban que les quitaban la ropa y las dejaban desnudas, que las violaban” durante una época en que Honduras era gobernada por militares.
Con la llegada de la democracia al país en 1982, el marco jurídico cambió, aunque seguía siendo delicado ser un homosexual afeminado o una mujer trans y caminar por la calle. Pero en los noventas, las personas ya no eran enviadas a la cárcel por “ser así”. “Sigo encontrando relatos de personas que denuncian asesinatos y violencia por miembros de la Policía, en esos años y el también en el presente”, dice Barrientos sobre un país que apenas el año pasado fue declarado responsable y sentenciado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos debido al asesinato de Vicky Hernández, una lider trans, tras evidencia de la participación de agentes estatales en su muerte, ocurrida durante el Golpe de Estado del 2009.
Una región que resignifica su memoria
El archivo de Honduras se suma a otras expresiones similares en la región. Hace varias semanas, durante las mesas redondas de Historias Trans de Latinoamérica, co-patrocinado por el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de la University College de Londres (UCL) varios de estos archivos contaron su experiencia.
David Aruquipa, del Archivo Q’iwa, de Bolivia contaba cómo desde una mirada colectiva y muchos archivos personales de travestis, se han publicado libros sobre la China Morena - el personaje tradicional de baile en los carnavales bolivianos que reivindica el papel de travestis como íconos- y sobre la historia del movimiento LGBT+ en el país. Cuentan con 20 mil fotografías, 40 archivos personales y grupales y 500 elementos de trajes históricos.
Florence Belladonna, del Acervo Pajubá de la Universidad Federal Rural de Rio de Janeiro hablaba de cómo en las fotos de estas personas “el afecto actúa como una guía” para descubrir la historia. Y que para su trabajo, se guiaba preguntándose cómo incide en una sociedad la felicidad de una persona trans.
Desde Argentina, María Belén Correa, la precursora del Archivo de Memoria Trans ahondaba sobre la relación de respuesta al Estado que estos documentos ofrecen. “Estas fotografías fueron resguardadas del peligro que representó el Estado. Hubo una persecución constante de personas trans. Hubo un genocidio trans”, explicó. También relató cómo el publicar un libro funcionó como un incentivo para que más personas trans y travesti confiaran en este proyecto.
Patricio Simonetto es un historiador de las sexualidades en Latinoamérica y es autor de libros sobre la historia del Frente de Liberación Homosexual en Argentina (”Entre la injuria y la revolución”) y la compra y venta de sexo (”El dinero no es todo”). Organizó el taller que juntó a académicxs, activistas y archivistas para discutir la historia trans de la región, y que recorrió experiencias del Archivo Q’iwa de Bolivia, el Museo Transgénero de Historia y Arte de Brazil, el Archivo Pajubá de Río de Janeiro y el que talvez es el más conocido de la región, el Archivo de la Memoria Trans de Argentina, que desde 2012 se dedica a proteger fotos, videos y recortes, para así, proteger esa historia.
Viendo a la región, Simonetto considera que estamos viviendo “un momento bisagra” para la historia LGBT+ del continente. “Estos archivos están transformando nuestra noción de qué es archivable, cuál es el valor de un documento y quién merece dejar registro para la posteridad”. Así, en su tarea de encontrar, contextualizar y preservar estos materiales, los archivos operan “contra una narrativa heterosexual que redujo a estas personas a las crónicas policiales o al exotismo y nos habilitan otros relatos que no solo se definen por la violencia, sino también por la alegría”.
Al revisar esas experiencias colectivas, este historiador rescata “la potencia enorme” que tienen para que las personas de la diversidad se identifiquen con su pasado y piensen las situaciones complejas de la historia, pero también cómo en medio de ellas “nuestras comunidades lograron encontrarse con el afecto y el placer”. Una activación política del pasado en el presente que permite desarmar mecanismos de exclusión.
Y al igual que otros archivos, el de Honduras evidencia tradiciones nacionales. El mayor ejemplo es el Baile de las “palillonas”, como le llaman a las muchachas vestidas con uniforme militar de fantasía y bailan agitando un bastón en los desfiles de independencia. Entre estas mujeres, reconocidas por su ritmo y su belleza, hay una tradición longeva de mujeres trans. “No sé como se volvió cuir, pero las chicas han tomado esto”, explica Barrientos.
Las dinámicas locales de discriminación también se evidencian. Este acervo cuenta con una serie de 3 reportajes de prensa de los noventas sobre un mismo hecho delictivo: a una mujer trans la discriminan también por ser afrodescendiente. “Muestra que cuando se cruzan las capas de discriminación, este país es recalcitrante”, explica el fotógrafo hondureño, “y habla de cómo el poder político ve a las disidencias sexuales y a las personas racializadas”.
Para su fundador, el archivo es “el uso de lo doméstico para recrear la historia macro”. ¿Su sueño? Un espacio físico en donde miembros de la comunidad laboren en el rescate de la memoria.
“Mi mayor añoranza es que vengan otras personas a trabajar con estos archivos. La labor es conservar el acervo, pero eso es apenas nada, lo que quiero es que lleguen investigadores y más personas curiosas que vayan llenando esas dudas y curiosidades que hoy solo podemos intuir”. Cómo fueron los noventas, cómo se vivió el golpe de Estado, cómo fueron las dictaduras. Esas son las preguntas que Barrientos quisiera que se respondieran desde una mirada cuir en su natal Honduras.
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