“Scholem aleijem, estoy en el corazón de Munich”, dice Noah Barrera mirando a cámara. Vestido con una remera negra cruzada por una franja con la bandera del arcoiris junto a unas palabras en idish, y con una cerveza en la mano, se lo nota contento, orgulloso de la declaración de resilencia que está por hacer: “Hitler alguna vez estuvo aquí y muchísimas personas lo escucharon. Hitler se fue hace mucho tiempo; sin embargo, los judíos seguimos aquí y nuestro lenguaje está vivo. ¡Lejaim!”.
Este video, que fue subido a TikTok, es solo uno de los tantos que produjo para su canal que ya tiene más de 50.000 seguidores y que lo llevó a autoproclamarse como “el rey del idish”. Además de producir contenido para las redes, lanzó su propia línea de ropa y da clases de manera virtual para estudiantes de distintos niveles. Todo en idish, por supuesto. Desde Alemania, donde se encuentra terminando una gira de dos meses, le cuenta a Infobae que el proyecto que más lo entusiasma por estos días es el de las clases de conversación de “idish gay”, destinadas al público LGBT+, y del que surgirá un manual de texto hacia fin de año.
Nacido de una madre estadounidense y de un padre mexicano que no estuvo muy presente, Noah Barrera creció en una familia judía laica del norte de California. Su pueblo natal, de apenas 15.000 habitantes, estaba desconectado de los grandes centros judíos de San Francisco y Los Ángeles. A la pequeña sinagoga reformista que quedaba cerca de su casa, por ejemplo, a veces le costaba conseguir el minián, el umbral de diez personas que la tradición judía establece como necesario para poder desarrollar una ceremonia religiosa cada shabat, cada viernes por la noche.
Fue a los quince años, en el que hasta ahora fue su primer y único viaje a Israel, cuando Noah se conectó con su propio judaísmo. Tras terminar el secundario, cursó Estudios Judíos en la Universidad de California en Santa Cruz y se volvió un apasionado del idioma idish, al punto de que cada verano, en vez de descansar, se iba hasta Nueva York para participar de los cursos intensivos del YIVO, el instituto que estandarizó la enseñanza del idioma a nivel global y que también tiene sede en Buenos Aires. Ahora, tras varios años de estudio, y con apenas 29 años, ya puede pensar, escribir y hasta soñar en idish. El nombre que eligió para su vida pública es Reb Noyekh, que, contrariamente a lo que pueda parecer a simple vista, no significa que sea un líder religioso. “No soy un rabino”, aclara entre risas.
“Entiendo que mucha gente se pueda confundir el título de Reb con el de rab, rabino. El tema es que en la cultura idish y en la cultura ashkenazi es tradicional referirse a una persona con el título de Reb delante. Es como decir mister, o señor. Por ejemplo, si están familiarizados con El Violinista en el Tejado, el protagonista, Tevye, que era lechero, es Reb Tevye”. A pesar de que Noyekh no sea oficialmente rabino, y no manifieste deseos de serlo, mucho de lo que dice tiene puntos en común con lo que hace un rabino: transmitir conocimientos, rituales y tradiciones de una generación a otra. Es que la definición de rabino, justamente, es esa: un rabino es un maestro, alguien que estudió un poco más que el resto y disfruta de enseñar y aprender con otros.
En esos viajes de verano a Nueva York, Reb Noyekh se sorprendió al ver que un número significativo, y creciente, de sus compañeros de idish eran personas queer. Y en ese momento supo, o más bien intuyó, que había una conexión entre este idioma y la identidad LGBT+. “A veces la mitad de mis compañeros eran queer, y a veces incluso más de la mitad. Yo no salí del closet hasta mi último año de la carrera universitaria, o sea que un poco tarde, pero creo que mi encuentro con el idish me empujó un poco a salir del closet”.
—¿Por qué?
—Porque el idish me mostró que podía ser un lugar muy amigable y seguro para la comunidad queer. Es difícil de explicar, pero me parece que la comunidad se identifica con el idish porque es un idioma que estuvo reprimido y en los márgenes. Es algo con lo que como personas queer nos podemos conectar.
—Otro elemento que puede conectar a las personas LGBT+ con el idish puede tener que ver con que, al ser un idioma hablado por tan poca gente, se puede convertir en una especie de lenguaje secreto que permite estar a salvo de las mayorías. Lo pienso sobre todo en relación a lo que marcaste en torno a cómo te ayudó en tu propia salida del closet.
—Sí, es así. Me parece que no soy la única persona queer que sintió esto. De todos modos, debo decir que hay gente que habla idish, más allá de los ultraortodoxos, que tiene sentimientos negativos hacia la comunidad queer. Pero nosotros dominamos la escena, así que va a ser difícil que se puedan librar de nosotros (risas). Tengo amigos, judíos y no judíos, que hablan idish y lo que los conecta es que son todos queer: son gays, lesbianas, bisexuales, trans.
—¿Cómo surgió tu idea de dar un curso de “gay idish”?
—Bueno, conectando todos estos puntos es que se me ocurrió dar un curso de conversación para principiantes al que le puse así, gay idish. Por ahora, lo di dos veces por Zoom, y está centrado en enseñar cómo se puede expresar la propia identidad queer a través del idish. No estoy diciendo que el idish es queer por naturaleza, estoy diciendo que tenemos que ser capaces de expresar nuestra identidad queer en cualquier idioma, incluso idish. Hay palabras que están ahí y que necesitan ser preservadas y alentadas. Por eso es que estoy trabajando en la redacción de un manual de gay idish, que se enriquece a su vez con las discusiones que se dan en el aula virtual de Zoom. Ya terminé la mitad y la idea es que salga hacia fin de año. Es un trabajo interactivo: la tarea de los estudiantes tiene que ver con tuitear en idish, grabar videos para Instagram en idish, hacer posteos de Facebook en idish.
—Un elemento central de la cultura LGBT+ tiene que ver con tomar palabras que fueron usadas como insultos hacia nosotros -dyke en inglés, puto en español, por ejemplo- y cambiarles la carga negativa; hacer que el insulto se vuelva una palabra con un significado distinto al que quisieron darle, cargado de orgullo. ¿En el idish pasa lo mismo?
—Sí, pasa con la palabra “feigele”. Aunque literalmente signifique pajarito, fue usada como insulto hacia nosotros porque en inglés suena parecido a faggot (marica). Antes era una palabra que se usaba solamente para hombres gay, y ahora también se aplica a otros integrantes de la comunidad LGBT+. Estamos reclamando la palabra para usarla con una carga de afecto. Cuando hago videos en TikTok usando esta palabra, veo que prende bastante en mucha gente.
—¿Cómo llegaste a participar tan activamente de TikTok?
—En 2020, durante el confinamiento por la pandemia, me enteré de la existencia de esta red social y empecé promocionando mis clases de idish que doy de manera virtual. ¡Nunca podría haber imaginado la repercusión que iba a tener! Al poco tiempo, aumenté la cantidad de seguidores cuando empecé a hablar sobre cosas gay en idish. Después, cuando empecé a hablar exclusivamente en idish, el algoritmo pensó que hablaba en alemán y les mandó los videos a los alemanes. Hoy, la mitad de mis 50.000 seguidores son alemanes, y ahora que estoy de paso por acá me pasa que me para la gente por la calle y me preguntan si soy el de TikTok, ya sea en Berlín, Frankfurt o en Weimar. Y muchas de estas personas, que son jóvenes y queer, me cuentan que empezaron a estudiar idish gracias a mis videos. También viene siendo una oportunidad para enseñarles a los alemanes todo lo que el idish ha contribuido a la cultura de su país. En Alemania, todo lo que tiene que ver con lo judío está centrado en el Holocausto, y falla en contar cómo vivíamos y vivimos los judíos. Yo puedo hablarles de historia y puedo mostrarles que somos diversos, pueden ver que soy un judío que también es gay y no hay nada malo en eso.
—¿Cuáles son tus metas como maestro de idish?
—Mi misión es traer a la gente joven al idish, porque las nuevas generaciones van a ser las que mantengan el idioma y la tradición. Quiero inspirar a los jóvenes a pensar, escribir y leer en este idioma tan rico y que tiene tanto para darnos.
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