Cómo la transfobia se convirtió en uno de los requisitos para suceder a Boris Johnson

Los dos finalistas para liderar el Partido Conservador y encabezar el gobierno británico manifestaron durante sus campañas posturas contrarias a los derechos de las personas trans, en línea con las iniciativas del Partido Repúblicano en EEUU y los comentarios de la escritora J.K. Rowling.

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Rishi Sunak y Liz Truss, los dos finalistas para suceder a Boris Johnson al frente del Partido Conservador y el gobierno británico.
Rishi Sunak y Liz Truss, los dos finalistas para suceder a Boris Johnson al frente del Partido Conservador y el gobierno británico.

La campaña por la sucesión de Boris Johnson en el liderazgo del Partido Conservador británico trajo al centro del debate una guerra inesperada contra la comunidad LGBT+ y, en concreto, contra los derechos de las personas trans. En las últimas semanas, la discusión traspasó las redes sociales y se convirtió en un tema que enfrentó a los candidatos, con acusaciones cruzadas e intentos por demostrar a las bases conservadoras quién es más contrario a las demandas de una población históricamente estigmatizada.

Los dos finalistas, el exministro de Economía Rishi Sunak y la canciller Liz Truss, se pronunciaron durante sus campañas a favor de las “mujeres biológicas” y agitaron una campaña de temor ante el avance del movimiento queer, el lenguaje inclusivo y la autopercepción de género. Al tuitear una declaración sobre su apoyo a los “derechos de las mujeres”, Sunak compartió un artículo periodístico donde un asesor anunciaba que bajo su eventual gobierno defendería “poder llamar madre a una madre” y una educación sexual “sensible y apropiada para la edad”. Sunak ya había manifestado su oposición a que las mujeres trans puedan competir en eventos deportivos con mujeres cisgénero.

Por el lado de Truss el panorama es aún peor. Como ministra de Igualdad excluyó a la comunidad trans de la legislación que prohíbe las mal llamadas “terapias de conversión”, que no son otra cosa que una tortura apenas encubierta y sin aval científico. Además, Truss increpó a su compañera de partido Penny Mordaunt, ahora fuera de juego, por una reforma que ensayó en 2018 para eliminar el diagnóstico médico que se les exige a las personas trans a la hora de cambiar de género legalmente en las partidas de nacimiento. En ese entonces, Mordaunt ocupaba el ministerio que Truss encabeza hasta hoy.

Hasta hace poco Mordaunt defendía que “los hombres trans son hombres y las mujeres trans son mujeres”, aunque la semana pasada se desdijo frente a las presiones de sus compañeros. “Legalmente son mujeres, pero no biológicamente. Y no somos equivalentes en ese sentido”, sostuvo. A continuación aclaró que si bien estaba a favor de que se les otorgara “un documento legal con su nuevo género”, no aprobaba que las mujeres trans compitieran contra mujeres cis en el ámbito deportivo. De esta forma se ponía en sintonía con los postulados transfóbicos de Sunak, Truss y Kemi Badenoch, otra de las candidatas que rechaza los baños mixtos y la asistencia financiera a la comunidad trans.

Todos los candidatos cerraron filas alrededor del sexo biológico por sobre el derecho a la identidad de género. De hecho, el proyecto de Mordaunt nunca prosperó y la actual Ley de Reconocimiento de Género impone un diagnóstico de “disforia de género”, eliminado incluso por la Organización Mundial de la Salud en 2019.

Los conservadores británicos y las feministas trans-excluyentes coinciden, pese a la falta de evidencias, en que la autopercepción atenta contra los derechos de las mujeres biológicas. Y aunque no se trate de un trastorno psiquiátrico, el Partido Conservador parece poco preocupado por los efectos de las mal llamadas terapias de conversión sobre una comunidad que encuentra un sinfín de obstáculos para insertarse en casi todos los ámbitos de la vida: el mensaje es que el compromiso con el colectivo LGBT+ tiene límites.

La escritora J.K Rowling se ha convertido en la cara más visible en Gran Bretaña y en el mundo de las posturas excluyentes hacia las mujeres trans (John Phillips/Getty Images)
La escritora J.K Rowling se ha convertido en la cara más visible en Gran Bretaña y en el mundo de las posturas excluyentes hacia las mujeres trans (John Phillips/Getty Images)

Pero la obsesión con las personas trans no es un tema nuevo en Reino Unido. La autora de la saga de Harry Potter, J.K. Rowling, viene difundiendo una serie de comentarios discriminatorios contra las mujeres trans por considerar que simplemente no son mujeres. Lo que los candidatos conservadores pretenden es sobreactuar una postura ultramontana para diferenciarse de las posiciones más liberales y progresistas.

Esta idea parece importada de Estados Unidos, donde el expresidente Donald Trump impidió que las personas trans accedieran a los programas gubernamentales de vivienda, del Ejército y hasta de los baños de las escuelas, según la autopercepción de género. Y la intolerancia solo parece haber crecido. Solo este año, el Partido Republicano ha impulsado más de 300 iniciativas legislativas -a nivel federal y estatal- que tienen como blanco a las personas trans, y uno de sus principales candidatos para las presidenciales del 2024, el gobernador de Florida Ron DeSantis, ha firmado leyes como la llamada “No digas Gay”, que prohíbe a los maestros hablar en clase de cuestiones vinculadas a la orientación sexual y la identidad de género a los alumnos.

El caso argentino y español

Quienes se oponen a la autopercepción de género, entre ellos un reducido pero intenso movimiento de feministas radicales, sostienen que los derechos de las personas trans imponen en los hechos el “borrado” de las mujeres cisgénero y las pone en peligro frente a potenciales abusos en un vestuario o cualquier otro espacio de interacción. Este argumento es desmentido no solo por la realidad -no se necesita un documento de identidad ni una norma para cometer una agresión- sino por la ley argentina de Identidad de Género, aprobada por unanimidad en el Senado en 2012. La clave de esta legislación pionera en el mundo está en el concepto de autopercepción, o sea, el reconocimiento a la identidad como una vivencia íntima y personal, que no ha generado conflicto de ningún tipo en la sociedad.

El colectivo trans ha reclamado este año haber sido dejado afuera de lasprohición de las terapias de conversión en Gran Bretaña que impulsó Boris Johnson (REUTERS/Simon Dawson)
El colectivo trans ha reclamado este año haber sido dejado afuera de lasprohición de las terapias de conversión en Gran Bretaña que impulsó Boris Johnson (REUTERS/Simon Dawson)

La tendencia a la transfobia sobrepasa a los conservadores británicos y a los republicanos estadounidenses. Las feministas old school del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) boicotearon buena parte del año pasado y este una ley para la comunidad trans, que apenas pudo ser acordada el mes pasado, que era promovida por el presidente Pedro Sánchez, también del PSOE, y la ministra de Igualdad, Irene Montero, de Unidas Podemos.

La expresidenta Carmen Calvo apuntó, durante la acalorada discusión por la iniciativa, que la atormentaba “la idea de pensar que se elige el género sin más que la mera voluntad o el deseo” y que la autopercepción ponía “en riesgo los criterios de identidad del resto de los 47 millones de españoles”. Pese a la cruzada contra la teoría queer, la mayoría de las comunidades autonómicas españolas ya tienen legislación que reconoce la autopercepción. Y fueron aprobadas sin mayor controversia. La diferencia es que ahora el feminismo que postula el sexo biológico como condición dominante cobró fuerza y hasta gana influencia en espacios de izquierda.

En Reino Unido, sea Sunak o Truss quien gane la interna del Partido Conservador, se convertirá automáticamente en primer ministro. Así lo estipula el sistema parlamentario. Hasta las próximas elecciones generales, las personas trans británicas no contarán con un gobierno dispuesto a reconocer sus derechos. También quedarán en el centro de los discursos de odio y los argumentos insostenibles sobre cómo deben sentirse y asumir su identidad.

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