Los secretos de la primera librera LGBT+ de España

Una charla con Mili Hernández, dueña de la mítica librería“Berkana”, sobre las lecturas que la formaron como lesbiana, cómo la tienda ayudó a transformar a Chueca en el epicentro de la vida gay madrileña, y el rol social que cumple un librero para ayudar -en asuntos literarios y de la vida- a sus clientes.

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Mili Hernández, fundadora y una de las dueñas de la Librería Berkana, especializada en libros LGBT+ (Samuel de Roman/Getty Images)
Mili Hernández, fundadora y una de las dueñas de la Librería Berkana, especializada en libros LGBT+ (Samuel de Roman/Getty Images)

—¿Cómo empieza la historia de Mili Librera?

—Empieza cuando me voy de España a vivir a Londres en 1982. Mi inglés en aquel entonces era nivel medio; había estudiado francés en el Colegio Español. Y en el College de Londres donde iba a estudiar nos decían que teníamos que leer novelas románticas y ver series de televisión que así aprenderíamos más rápido. Era la época de series tipo Dallas. Y es verdad que viendo esas series se aprendían muy bien el idioma. En Gay’s The Word [pionera librería gay londinense] lo primero que hice fue comprarme las novelas de amor que -como digo yo- me sirvieron para dos cosas: para aprender inglés, y para aprender a amar a las mujeres. A mí nadie me había enseñado a amar a las mujeres en España. Ese país en blanco y negro de donde salí tenía dos canales de televisión y era profundamente heteropatriarcal, heteromachista, heteronormativo, ¡hétero todo!

—Fueron la llave a otro mundo.

—Es que de esos temas no se hablaba en España. Y referentes había muy pocos. Cuando en 1985 decido ir de Londres a New York mi inglés ya era mucho mejor, tenía mi Proficiency y empecé a leer ensayos que compraba en la librería Oscar Wilde, que me ayudaron a deconstruirme como mujer heterosexual y a construirme como mujer lesbiana y feminista.

¿Cuáles fueron esos libros que te ayudaron?

—Uno de los primeros que leí fue “Stonewall” de Martin Duberman, otro fue “Los matrimonios bostonianos” de Esther Rothblum y Kathleen Brehony, otro sobre la psicología de las lesbianas que aún tengo en casa y lo encontré hace unos días, y ¡está todo subrayado!

—¿Que tenían de especial esos libros, te acordás?

—Bueno, algo importante es que me hicieron conocer la historia LGBT+, que no conocía casi nada. Quiero decir, sabía que Safo había sido lesbiana, y que Virginia Woolf también, pero no conocía nada de nuestra cultura. De hecho, cuando conocí la historia de Oscar Wilde pensé que él había sido el primer activista del mundo. O sea, una persona que entra en la cárcel, a un juicio, y que no utiliza para su defensa decir que tenía mujer e hijos, ni tampoco oculta a su amante, o sea no niega su homosexualidad a pesar de la que le iba a caer. Eso es un activista. Es curioso que haya conocido la historia LGBT+ inglesa o la estadounidense antes que la española. Y es que, claro, en la España franquista era difícil de conocer.

—El regreso a España tiene que haber sido difícil.

—Sabía que el país había cambiado, lo sabía ya desde New York donde leía una versión de El País que llegaba dos o tres veces por semana. Ya sabía que Felipe González llevaba unos años gobernando. Otra cosa fue cuando llegué aquí y me encontré con la realidad. Pero tenía claro que no podía ir a trabajar a una empresa y vestirme de señorita. Era una lesbiana butch total, no podía meterme en el armario. Entonces ya me vine sabiendo que quería abrir una librería.

—¿Por qué una librería?

—Y es que pensé, “si hay librerías LGBT+ en grandes ciudades, ¿cómo Madrid no va a tener una?” Ese pensamiento fue fruto de una gran inconsciencia porque yo no conocía la realidad española. Fue pura inconciencia. Obviamente sabía que iba a ser díficil, pero lo veía como algo posible a la vez. Venía de vivir en New York, de las manifestaciones del Orgullo y del activismo de Estados Unidos, del Village e ir casi todos los días a la Oscar Wilde. No me parecía extraordinario.

La Librería Berkana es un emblema del barrio madrileño Chueca desde hace décadas (@libreria_berkana).
La Librería Berkana es un emblema del barrio madrileño Chueca desde hace décadas (@libreria_berkana).

—¿Cómo empezaste a darte cuenta que sería una tarea díficil?

—Por ejemplo, recuerdo que Miguel Ángel Sánchez que en aquel momento era el presidente de CoGam [Colectivo LGBT+ de Madrid], que me decía que tenía que mandar un fax a la prensa avisando de la apertura de la librería. Y yo pensaba ¡cómo coño es que tengo que mandar un fax a la prensa! Pero cuando realmente supe que la cosa iba a ser dura fue cuando nos pusimos manos a la obra y vimos que libros LGBT+ había cuatro.
Empecé a buscar autores LGBT+ de España, buscando catálogo por catálogo en una época que, recordemos, no existía internet. Más o menos yo conocía cosas: a Terenci Moix, a José Antonio de Villena, y empecé a buscar toda esa obra. Tampoco ayudaban mucho los comerciales, porque cuando venían por la librería ni sabían lo que era lo LGBT+. Aclaro que lo digo como lo mencionamos ahora, pero antes era preguntar por libros de gays o lesbianas.

¿Y esa primera cosecha de libros que consiguieron para vender que incluía?

—Trajimos varios libros en inglés, algunos de Londres, otros de Estados Unidos. Teníamos a Eduardo Mendicuti, Álvaro Pombo, Terenci Moix y a Luis Antonio de Villena, pero en chicas lo tuvimos muy difícil. No había nada. La Woolf y poco más, como Djuna Barnes. Ah y estaba Esther Tusquets, que luego de “El mismo mar de todos los veranos” se rumoreaba que era lesbiana. Pero era todo lo que había. Recuerdo que también estaba la colección El rey de bastos de editorial Laertes que la llevaba Alberto Cardín. Poca cosa. Pero, claro, tampoco había lectores. Pegábamos los carteles de avisos de apertura de la librería por las calles de Chueca, y los carteles tenían una imagen de Tom of Finland…¡qué más marica que Tom of Finland! Sí que teníamos muchos libros de fotos que traíamos de afuera. Fue un trabajo arduo y muy difícil donde me apoyé mucho en esas dos librerías que yo conocía. Además de libros nos traíamos las banderas del arcoíris, el merchandising, los freedom rings, toda la simbología porque aquí no había nada

En medio una plaza llena de bares, ¿qué provocaba Berkana en ese Chueca de comienzos de los 90s?

—Fijate qué curioso que lo más visible que hubo en este país con respecto a cultura LGBT+ inicialmente haya sido la librería, que era un espacio diurno, porque los bares que estaban en Chueca abrían de noche y para entrar en muchos había que tocar un timbre. En otros barrios LGBT+ de ciudades de otros países, la visibilidad diurna la daban los pubs. Pues en Madrid la dio una librería. Ni un bar ni una tienda de calzoncillos. Creo que dejó a todo el mundo en shock, incluso al vecindario.

¿Hubo quejas?

—Nadie dijo nada. Bueno, una señora que tenía hijos pequeños una vez me dijo que en la marquesina no podía tener libros de fotos... por unos libros que en la portada no tenía más que un torso desnudo, o sea nada. A lo que yo le contesté que eran libros y que si no podía admirar la belleza que cruzara de acera.

¿Y los clientes?

—Los primeros clientes eran personas que habían vivido en el extranjero. Así conocí a Alberto Mira, a Juan Vicente Aliaga, Fran Zurián, que habían estado estudiando en el exterior y entendían perfectamente lo que significaba la apertura de una librería LGBT+ en Chueca. También recuerdo, incluso ahora mismo esto me lleva a ese día, una llamada de una mujer, casada y con tres niños, que me dijo que se iba a suicidar. De hecho esta mujer existe, y es una persona conocida. Fue una llamada desde Pontevedra, donde vivía, y en la que me contó su historia. Que no aguantaba más, que estaba casada, y que quería suicidarse porque ella era lesbiana y no podía más con su vida. Que había leído la noticia de la apertura de la librería y entonces llamó y me contó toda su historia, incluso que estaba contemplando el suicidio, que seguro lo diría con la boca pequeña. Me contó que iba a por los niños al colegio todos los días a las 14 horas y lo que le dije es que todos los días a las 13 horas me tenía que llamar.

—¿Qué significó para vos esa llamada?

—Poder ayudar. Porque yo ya tenía herramientas para poder contenerla. Con el tiempo se divorció del marido, además en buenos términos, relajados, y pudo vivir su lesbiandad con libertad. Tuvo varias parejas a las que algunas he conocido. Y de esa llamada no me olvidaré más en la vida.

Gracias a la librería, Hernández se convirtió en una de las principales activistas LGBT+ en España (cortesía Mili Hernández)
Gracias a la librería, Hernández se convirtió en una de las principales activistas LGBT+ en España (cortesía Mili Hernández)

¿Cómo se relaciona la librería con tu activismo?

—Apenas llegué a Madrid, antes de abrir la librería fui a CoGam. ¿Y por qué? Porque había leído que un concejal llamado Matanzos había querido cerrar el centro gay de Madrid que estaba en calle Carretas. Cuando yo leo esto le pregunto a mi amigo David con el que compartía piso en EEUU y que era gay, “David ¡que Madrid tiene un centro gay!”. No salía de mi asombro. Esto era como el año 92. Pues cuando vuelvo a España fui a ver el centro gay. Imagínate, calle Carretas, portal oscuro, quinto piso por escalera, tocamos timbre y recuerdo que nos dijeron “¡Quédate aquí en CoGam! ¡Necesitamos chicas!”. Claro, es que no había lesbianas. Era el colectivo de gays de Madrid. Claro, luego me enteré que estaban negociando la primera subvención, el primero convenio que se firmaba aquí en Madrid con una administración pública, que en aquel momento estaba en manos del PSOE, y le habían dicho que si CoGam no se hacía mixto que no firmaban.
Y así es como llegué a CoGam, y allí me quedé y formé el primer grupo de mujeres. Y CoGam fue mixto de verdad.

¿Cómo se transforman en editorial?

—Eso vino cuando mis socias, que son Helle [Bruun] y Connie [Dagas], abrieron la Librería Cómplices en Barcelona. Nosotras habíamos vivido juntas las tres en Londres, éramos amigas, trabajábamos juntas para la misma empresa, viajábamos juntas. Claro, el problema que teníamos era que la gente que entraba en Berkana y Cómplice decía “A Mendicuti ya me lo he leído entero, y quiero otra cosa”. Entonces decidimos que empezábamos a publicar o no mantenemos las librerías abiertas. Piensa que los libros LGBT+ que publicaban Anagrama y Tusquets era nada. Anagrama te traducía un David Levitt cada dos años. Vale decir a su favor que fueron de las pocas editoriales que publicaban autores LGBT+. Como siempre digo yo tuve que ser editora por necesidad, no por vocación. Yo quería ser una librera, hacer lo que hacía en Gay´s The World o en Oscar Wilde. Quería ser esa librera butch que estaba en el mostrador del Village, pequeñita pero maravillosa. Eso es lo que llevaba soñando. Pero cuando llegué a España la historia cambió porque si no buscábamos soluciones, autores, traducíamos, editábamos, no íbamos a durar. Fuimos editoras por necesidad, pero nos encantó cada vez más. Date cuenta que al principio las tiradas de nuestros libros eran enormes, de 2,000 o 4,000 ejemplares. Y se tardan mucho tiempo con las imprentas. Creo que no éramos conscientes de lo que estábamos haciendo.

¿Y qué tipos de libros buscaban en ese inicio para publicar?

—Nosotras abrimos con narrativa pero dijimos que teníamos que abrir una colección de ensayos. Y si era una colección de ensayos queríamos autoras y autores de España. Entonces de repente apareció Juan Vicente Aliaga con “Identidad y diferencia”, el primer ensayo de un autor español que editamos. A partir de este ensayo empezaron a llegar otras cosas, empezamos a conocer más gente. Por ejemplo “De Sodoma a Chueca” surgió de una conversación con Alberto Mira dónde hablábamos de la necesidad de escribir algo sobre nuestra historia; y Alberto lo hizo. También vale aclarar que hablamos de LGBT+ cuando quizás eran autores gays mayoritariamente y alguna lesbiana. Me quiero deterne en esto, porque yo durante muchísimos años -me criticaron mucho por esto- me definía como gay, porque reitero venía de una sociedad cuyo paraguas era lo gay. En aquella época en EEUU todes éramos gays. Cuando llegué aquí las feministas y las lesbianas me querían matar. Creo que es importante entender que antes no todo era tan visible ni fácil de nombrar. Volviendo a lo de lo editorial, entonces cuando nos dimos cuenta que teníamos que publicar Berkana y Cómplices fundamos Editorial Egales, y lo que empezamos a hacer fue traducir todo lo que habíamos leído afuera, porque el panorama español no existía. El primer libro que publicamos fue “Es difícil encontrar héroes” de Sebastián Beaumont. Y la gente lo agradeció.

Hernández continúa saliendo a la calle por los derechos LGBT+ y en defensa de la cultura.
Hernández continúa saliendo a la calle por los derechos LGBT+ y en defensa de la cultura.

—¿Qué les decían?

—Sentían felicidad por poder verse reflejados. Por leer libros que los acompañaran, que “terminaran bien”. Argumentos simple pero felices. Después lo que empezaron a pedir eran libros que tuvieran algo de folleteo. Sobre todo de mujeres. Recuerdo cuando llegaban aquí las mujeres de 40, 50 años, me decían que estos libros eran como sus historias de amor, lo más cercano a estar al lado de una mujer. Se confesaban lesbianas pero vivían en pueblos donde no conocían a nadie ni podían decirlo.

—Berkana era un espacio seguro para ellas.

—Es que lo de Berkana fue muy rompedor. Porque abre en Chueca, que no era un barrio LGBT+ en ese entonces, sino que era un barrio donde había algunos bares para gays y algunos para lesbianas. O había una sauna y cuatro cosas más. De pronto Berkana atrae a un público que nunca había venido a Chueca antes, porque era un público que no iba a bares, ni mucho menos a saunas. Un público de fuera de Madrid que venía muy poco a la ciudad. Y luego se convierte en el foco de información. Porque estaba a pie de calle y era más sencillo que ir a la sede de un colectivo. La librería generaba muchas noticias y eso hizo que Chueca se empezara a llamar “un barrio gay”.

¿Y se ligaba?

—¡Sí, hombre! Y en el que fue nuestro segundo local hasta se follaba, porque el sitio había sido un bar y los baños justo quedaban debajo de la escalera y ahí se follaba un montón. Era clavado que mucha gente venía a ligar y yo me daba cuenta enseguida. La zona más desgastada era la de los libros de fotografía. Date cuenta que antes tenía un panel de 12 metros cuadrados de libros de fotografía…y ahí se ligaba. De repente salían uno atrás de otro dos que se habían estado mirando, o algunos se ponían a hablar y se iban juntos. Es que en la librería pasaba de todo

¿Y vos?

—¡Yo también! Una mañana llega una mujer que había estado en un sex shop y que le habían dicho que viniera a Berkana. Y pues nada, nos ponemos a hablar y quería que le tocara los pechos porque no sabía si era o no lesbiana. Entonces como la conversación iba a ser un poco intensa, me la lleve a la parte de atrás de la librería que teníamos una pequeña oficina.
Y yo arranqué a explicarle que debía ir a un colectivo, CoGam por ejemplo, y ella se me acercaba cada vez más, lo que no me provocaba nervios pero sí cierta sensación de extrañeza. Yo seguía contándole del grupo de mujeres de CoGam y ella en un momento me dice que no sabe que le pasa pero que ahora que hablaba conmigo le dieron ganas de tocarse los pechos. Fue muy flipante. Yo me la quería sacar de encima sin hacerle sentir incómoda. Así que cogí todos los flyers de CoGam que tenía, le escribí la dirección e hice lo que me parecía mejor hacer porque me mi cuenta que podía ser peor seguir con eso. Pues, estas cosas me pasaban. Muchísimas mujeres venían a contarte cosas, su vida, sus dramas, su soledad.

También venían los chicos, y en medio de la pandemia del sida, sin ninguna información con miles de dudas sobre algo que quizás habían hecho en una sauna, o en cualquier otro lugar. Ahí fue cuando empecé a ser consciente de la importancia de la librería. De la referencialidad que tenía como espacio de información. De padres y madres que venían buscando alguna respuesta para sus hijas o hijos, o para ellos mismos. Recuerdo algo que nos pasó hace como 8 años en la Feria del Libro donde una chica de unos tantos años que se me acerca y me dice que tiene un problema. Que está divorciada y tiene un crío de 4 años que desde hace un año le gusta vestirse de niña, y va a la guardería con tutu. Pero claro, cuando va a la casa de la familia del padre, le echan una bronca tremenda y le dicen que eso está mal, y desde hace unas semanas el niño está hecho polvo. Entonces la puse en contacto con el servicio de atención a los menores, le dieron cita, y al cabo de unos cuantos meses me llamaron del servicio y me dijeron que me quedara tranquila, que todo estaba bien encaminado, que tanto la madre como el padre habían pedido que me llamaran para agradecer lo que habíamos hecho. En fin, que eso es más que vender libros, ¿no?

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