En la calle de República de Cuba, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, una fila inusual comienza a formarse desde antes de las 6 de la tarde. Muchos jóvenes —algunos de ellos con atuendos alusivos al imaginario religioso— se agolpan haciendo crecer más y más la serpiente humana que dobla en la esquina y se prolonga por el Callejón del 57.
Después de las inspecciones de rutina, las puertas del paraíso se abren y un elemento de vigilancia proporciona una pulsera multicolor con la palabra “PUTO”, insulto homofóbico que aquí se apropia y reivindica desde el orgullo. Finalmente, una drag queen ataviada como monja sexy toma un cáliz y ofrece a los asistentes una hostia. La sagrada comunión ha ocurrido y los asistentes pueden pasar a disfrutar de una noche donde el pecado y la redención pierden sus límites habituales.
Subversión e iconoclasia: las especialidades de la casa
Cuando en el año 2010 La Purísima abrió sus puertas, sus creadores, los esposos Juan Carlos Bautista y Victor Jaramillo, tenían en mente crear un espacio que desahogara un poco la afluencia de otro proyecto suyo. El Marrakech Salón. El Marrakech, o simplemente “El Marra”, era la cantina Kitsch por excelencia en la ciudad y entrar a ella era arriesgarse a perder el aire entre la marea de cuerpos humanos que ahí se daban cita. En una de las paredes de esa cantina, estaba ya una premonición, el germen de lo que más adelante sería La Purísima: un cuadro de un chico con pantalones floreados, rodeado de un resplandor, emulando a la Virgen de Guadalupe.
“El Guadalupapi”, nombre de esa obra, ya revelaba el gusto de los creadores de El Marrakech —y más delante de La Purísima— por tomar algunas de las imágenes más importantes del imaginario católico en México. Pero en “La Puri” las cosas iban más allá. Llevaron su gusto por la irreverencia a otros niveles y decidieron colocar a un San Sebastián de piel morena en pose sexy, y a la fotografía de una travesti imitadora de la cantente mexicana Laura León abriéndose paso entre las nubes y luces neón.
En ese ahora lejano 2010 pocas mesas recibían clientes en La Purísima, y seguía siendo considerada la hermana menor de “El Marra”. Pero los milagros existen para quien tiene fe, y poco a poco La Purísima fue atrayendo sus propios clientes: gente que encontraba en su barra, en sus tarimas y en su tubo para hacer “pole dance” un espacio donde lo prohibido no existía. Víctor y Juan Carlos traspasaron el negocio al no tener tiempo para otro proyecto tan exitoso y entonces el boom ocurrió: los feligreses de La Purísima le otorgaron su preferencia al que aun hoy, más de una década y una pandemia después, sigue siendo una de las discotecas LGBT+ más concurridas de la Ciudad de México.
Bailando entre el cielo y el infierno
Si algo distingue a La Puri de otros lugares es que aquí no se viene a posar una copa cara con el meñique levantado, sino que se por el contrario, se viene a perder todo rastro de decoro. En este templo que le rinde tributo al placer, se viene a darlo todo en la pista de baile al ritmo de una oferta musical que no busca complacer a los amantes de lo trendy o de gustos exquisitos, sino que sabe balancear éxitos pop con cumbias consideradas “de barrio”, para después disfrutar de alguna pieza indie.
Mucho tiene que ver en esto Elías Álvarez, quien tomó la batuta del lugar desde hace años y ha dotado a la Puri de una identidad que va mucho más allá de la estética: la ha convertido en un cocktail estrambótico que se disfruta también en lo musical gracias a su trabajo como DJ. Repartido entre “La Purísima” y “Soberbia” (otro de los lugares que lidera y también dedicado al pecado), Elías no le teme a mezclar géneros que los puristas de la música considerarían incompatibles.
En la pista de La Purísima, una pareja gay baila una cumbia sonidera, mientras a unos cuantos centímetros, dos chicos y una chica se dan un “beso de tres”. La música, el baile, el sudor y el deseo coexisten y se amalgaman. Luego, una pieza de pop retro suena a través de los altoparlantes y el respetable grita a todo pulmón: “a quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga: yo soy así y así seguiré, nunca cambiaré”. Los asistentes, muchos de ellos jóvenes con prendas minúsculas, reivindican entre sus movimientos salvajes y su intercambio de fluidos sus ganas de gritarle al mundo que nada los va a contener ni domar. La noche es jovencísima. Y ellos también, y lo saben y lo celebran.
Bienaventurados los que se renuevan, pues de ellos será la inmortalidad
Debido a la pandemia COVID-19, la discoteca cerró en marzo del 2020, dejando un vacío en la vida nocturna para la comunidad LGBT+ de la Ciudad de México. Pero como si se tratara de una mariposa que entra en sueño temporal para volver en su forma definitiva, “La Puri” aprovechó su claustro involuntario para remodelar sus espacios y ofrecer lo que hoy es una arquitectura delirante, que lo mismo tiene reproducciones fotográficas fieles de arte sacro, que piezas que son verdaderas instalaciones de arte-objeto que la convierten en uno de los spots más atractivos para los que buscan material “instagrameable”.
“A partir de nuestra remodelación tenemos una integración de tecnología que hace que la experiencia de baile esté todavía más nutrida por elementos de mapping que crean una atmósfera única a la hora de echar fiesta. Contamos con esculturas que se iluminan con luces de fondo muy llamativas. Además ahora la experiencia sacra que ofrecemos a nuestros clientes ha aumentado de nivel. Ahora todos nuestros meseros son sacerdotes y nuestras meseras son monjas. En la entrada tenemos un confesionario donde hay un actor al que si te atreves a confesarle tus pecados más oscuros, te ofrecemos un ticket para un shot. Una vez confesados, nosotros te invitamos a pecar de nuevo. Esta es una dinámica nueva y que la gente ha recibido increíblemente bien”, dice en entrevista para Infobae Elías Álvarez.
A través de sus redes sociales, Elías, la cabeza creativa del lugar, compartió una suerte de ofrenda: una servilleta con un mensaje que resume muy bien lo mucho que el público extrañaba este lugar: “Gracias a La Puri pude salir del closet lejos de mi familia homofóbica y conocí a mi familia LGBT+. Gracias por regresar, La Puri. Regresa mi lugar SEGURO”, dice el conmovedor mensaje.
Respecto a cómo esta discoteca permaneció en el corazón de sus fieles y la manera en que ha sido recibida con mucho amor tras dos años de espera, Elías expresa: “La gente ha reaccionado muy chingón. Creo que la gente extrañaba muchísimo a La Purísima, y estamos tratando de consentirlos por ello. A los primeros 200 visitantes que entran les regalamos una “perla negra”, que es uno de nuestros tragos más emblemáticos. La aceptación ha sido total: es una muestra de que añoraban bailar en un espacio que es suyo”.
En un país como México, donde la violencia machista afecta todavía a muchas juventudes desplazadas de sus hogares, La Purísima es un lugar de divertimento, sí, pero es también un lugar donde puede pueden ser ellxs mismxs. “Es un privilegio y una gran responsabilidad el saber que mucha gente ha hecho de La Purísima una especie de segundo hogar. Para algunxs de ellxs casi el primero, porque nos acompañan de jueves a sábado. Necesitamos entender que el público necesita espacios que sean cada vez más dignos”, puntualiza Elías Álvarez.
Como un lugar que abraza a todxs por igual sin importar sus pecados, La Purísima sigue prometiendo noches de diversión desenfrenada. Strippers, drag queens, DJs eclécticxs. En “La Puri”, como un ministerio inclusivo, las puertas están abiertas para quienes estén dispuestxs a olvidar el prejuicio y hacer del pecado algo digno de ser disfrutado al ritmo de la música.
(Todas las fotos: Camongue, cortesía de La Puri)
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