La madrugada del 9 de julio de 1984 es recordada por toda la comunidad LGBT+ de Chile por el horrendo asesinato de Mónica Briones. La pintora y escultora nacida en Santiago, hija de una peluquera y un artesano de lámparas, regresaba de su casa a las 6:00 a.m. después de haber celebrado su cumpleaños con un grupo de amigos, cuando un hombre “de pelo muy corto, estilo militar y bototos” la golpeó en la cabeza repetidas veces hasta dejarla sangrando en el pavimento. Mónica había cumplido 34 años dos días antes –el 7 de julio– y lo primero que escuchó antes del ataque fue la exclamación de su asesino: “¡Así te quería pillar, lesbiana de mierda!”
Una amiga suya con la que caminaba para esperar el bus intentó zafar al extraño y fue empujada de una patada en el estómago. Desde el bar Jaque Mate, donde Mónica había estado celebrando, se oyeron algunos gritos, pero cuando acudió gente ya la víctima yacía desangrada por un traumatismo craneoencefálico producto de la golpiza. Era una noche de plena dictadura militar bajo el régimen de Pinochet y en Chile todavía era considerada un delito la homosexualidad.
La activista y periodista Érika Montecinos empezó a investigar en 2006 esa historia, siempre vinculada a modo de leyenda al movimiento LGBT + chileno. Se decía que una mujer lesbiana, muy cercana a la Colectiva Lésbica Feminista Ayuquelén, había sido asesinada en el centro de Santiago, pero también que había sido embestida por un carro en un accidente y que su familia lo había pretendido ocultar. La investigación de Montecinos, quien lleva más de 20 años en el activismo, la condujo a los archivos judiciales donde encontró la fecha del crimen y el expediente con detalles del caso que fue cerrado sin culpables en 1993.
“No se resolvió nunca, pero se sospechó que había sido un crimen por encargo”, cuenta Érika a Infobae. “Meses antes de su trágico fin, Mónica denunció persecuciones, cosa muy común durante la dictadura. El caso es que ella tuvo pareja, tuvo amantes, y una de esas amantes, al parecer, era casada, entonces se sospechó que el marido de esa amante había encargado el crimen”, añade desde Chile.
Uno de los “mitos” de la leyenda sobre Mónica Briones decía que su familia no había hecho nada para resolver el caso. Pero “su hermana, la única familiar directa que le sobrevive, lo primero que hizo fue hablar con su abogado y empezar una investigación judicial. En esa época, lamentablemente, no estaba muy avanzado el tema de las investigaciones, que no se hacían con ADN sino solo a partir del relato de testigos. Y nadie quería verse vinculado con alguien homosexual. Fue una investigación muy difícil y se cerró”, relata Érika.
En los años ochenta el crimen de Briones –primer crimen de odio documentado en Chile– causó gran impacto en la militancia LGBT+ y le dio impulso a la Colectiva Ayuquelén (“alegría de ser”, en mapuche), primera organización de lesbianas de ese país. Montecinos publicó su investigación en 2007 en Rompiendo el Silencio, la revista de cultura lesbiana fundada por ella y que luego se transformó en una agrupación para visibilizar los derechos de mujeres lesbianas.
A partir de su investigación y de la figura de Mónica también se han hecho documentales televisivos y obras de teatro. El escritor Pedro Lemebel la describió así: “Y la Mónica hablaba tan fuerte, no tenía pelos en la lengua para manifestar su rabia frente al machismo, la repre, y todas las fobias que alambraban de púas su prohibido amor. La Mónica era así, voluptuosa, desenfrenada…”
“Creo que moriré joven”
Esa mujer que no se contenía nunca para decir su rabia mostró de niña un interés por las manualidades y las actividades de carpintería que hacía su padre. Él mismo la puso de jefa de su taller de lámparas y le compraba juguetes “para varones”. En el colegio se enamoraba de sus compañeras y profesoras y a sus amores les dedicaba canciones de Edith Piaf. Eso le trajo problemas y empezaron a considerarla “loca”.
“Fue a los 15 años”, cuenta Cristina Briones, su hermana, en una entrevista con Montecinos. “Después de esa edad, la Mónica no fue la misma. Ella era una joven tranquila, de su casa, pero se le ocurrió comenzar a consumir drogas muy fuertes, como LSD y anfetaminas, y bueno, nuestra madre no encontró nada mejor que internarla en un psiquiátrico por los efectos. ¡Gran error! De ahí, la Mónica nunca más fue la misma”.
Según la hermana, en el psiquiátrico le aplicaron descargas de electroshock. Después de eso “se desató más”. El médico del hospital le dijo a su familia que no podía hacer más nada y que sólo les quedaba aceptarla o no aceptarla. Mónica vivía con su madre, su abuela y su hermana, su padre separado con otra familia. “Sufría porque quería vivir libremente y a la vez no afectar a sus seres queridos”, señala Montecinos. “Tenía una personalidad muy especial y por eso empezó a ganar enemigos. Obviamente, mucha gente lesbofóbica y homofóbica no aceptaba que ella hablara sin tapujos y sin vergüenza”.
Mónica estudió en la Escuela de Arte Experimental de la Universidad de Chile. Le gustaba ir a la playa y vacacionar en Caleta de Horcón, un pueblo de pescadores. Montecinos la describe como una mujer “muy guapa, con corte de pelo a lo ‘Mía Farrow’ como se estilaba a inicios de los 70s”. Un reportaje realizado sobre ella en un diario nacional cuando tenía treinta años la caracteriza así: “Rubia, pequeña, delgada. De movimientos rápidos y un poco bruscos. De voz muy profunda, mirada directa y penetrante”. De forma quizá premonitoria, también se dice que Mónica “habla con soltura de la muerte. No le teme. Le parece infalible y cree que, inexorablemente, morirá joven”.
“Porque soy muy acelerada, vivo muy rápido”, explicaba ella.
Exhibir su obra, una deuda pendiente
Mónica solía pintar y dibujar al aire libre en los barrios. Se ponía en una esquina a retratar a quien quisiera. Como no era algo frecuente en dictadura, menos en una mujer, eso la hizo aparecer en los diarios. En 1969 también figuró en la prensa porque quedó de finalista en un concurso por pintar durante 72 horas seguidas. Su arte, decía, era comunitario. Muchos dibujos y esculturas los regalaba.
Para sus trabajos usaba materiales poco convencionales, objetos de desecho como plástico, papel de diario, esponja. Solía pintar caballos y mujeres desnudas con caballos. En entrevistas contó que esculpía desde los nueve años y que se involucraba de tal forma en el trabajo que podía tallar sin parar durante tres o cuatro días, casi sin hablar y comiendo de pie cualquier cosa. También decía: “No me he casado porque quitaría tiempo a mi arte”.
Una exposición completa con su obra –en poder de su hermana, que hasta ahora ha sido “renuente” ha exhibirla– es “la única deuda pendiente con Mónica”. Montecinos piensa que es un proceso largo pero confía en que será posible. A la vez, con un proyecto de ley buscan que se decrete oficialmente el 9 de julio el Día de la Visibilidad Lésbica, que las agrupaciones LGBT+ chilenas conmemoran desde 2015 en homenaje a Mónica Briones.
“Ella nos conecta con nuestra memoria. Fue una compañera que se atrevió a ser quién era libremente y pagó un alto costo. Es importante preservarla también porque la historia del movimiento LGBT+ casi siempre ha sido contada de manera oral. En el caso de Mónica, por fortuna, empieza a ser escrita”, concluye Érika.
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