Es argentino y uno de los principales referentes del activismo LGBT+ en Francia: “Hay que pensar en sociedades post-identitarias”

El prestigioso teórico y defensor de los derechos LGBT+ Daniel Borrillo habló con Infobae sobre la situación de los refugiados en Europa, los recientes fallos de la Corte Suprema en Estados Unidos anulando conquistas sociales y la “indecencia” de organizar el Mundial de Fútbol en Qatar.

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Daniel Borrillo en diálogo con Franco Torchia para Infobae.

Un pensador que la diversidad sexual argentina exportó y ubicó en uno de los centros de producción intelectual más importantes del mundo. Egresado de la UBA y radicado en París desde hace más de treinta años, el abogado y doctor en filosofía del derecho Daniel Borrillo es autor de más de veinte libros sobre derechos sexuales, género y homofobia. Nació en Buenos Aires en 1961 y enseña en la Universidad París Nanterre. En esa ciudad militó junto al sociólogo Daniel Defert, compañero de Michel Foucault, en cuestiones vinculadas al VIH/sida y fue una figura clave para la sanción de la ley de matrimonio igualitario en Francia, gesta que lideró junto al filósofo Didier Eribon.

De vacaciones en Italia, el investigador suspende su descanso para dialogar con Infobae sobre el objeto de investigación que más lo ocupa en los últimos años: la obligación que tienen los países comprometidos con los Derechos Humanos de darle asilo a las personas LGBT+ que corren riesgo de vida. Su experiencia en estas urgencias torna aún más urgente su voz a partir de las recientes noticias sobre condenas de muerte a homosexuales en Irán y Nigeria.

Sobre esas sentencias, las leyes por existir y las existencias sin leyes, Borrillo expande argumentos como quien dicta una clase clarísima, consciente de habitar un presente de igualdad formal y alarmas incesantes. Usos y abusos de la causa LGBT+, insuficiencia de los códigos y una mirada global que insiste en la hipocresía de un planeta todavía muy refractario a las diferencias.

—Usás un término para definir la homofobia que ha caído en cierto desuso y es muy operativo: inferiorización, ese proceso a través del que se condena a la inferioridad a determinadas personas. En Europa hoy, ¿las personas LGBT viven así o hay otros sectores más inferiorizados?

—Me parece que es un poco difícil establecer una jerarquía. En primer lugar porque se trataría de un trabajo sociológico y por otro lado me parece que ideológicamente no es bueno: todas las formas de inferiorización son malas y cualquiera de sus manifestaciones tiene que ser condenada por el derecho y por las instituciones. Es verdad que cuando yo utilicé el término inferiorización, hace 20 años, tenía como elemento de análisis el orden jurídico: yo podía probar cómo la falta de acceso a determinados derechos fundamentales como eran, por ejemplo, el derecho al matrimonio, a la adopción, al trabajo sin ningún tipo de discriminación o derechos sociales, a la seguridad social o el derecho a la sucesión, a las herencias, al acceso a determinadas prestaciones para los cónyuges o inclusive el derecho a tener un permiso de estadía, una nacionalidad o una carta premium, una carta verde en el caso de Estados Unidos para las parejas binacionales, todos esos derechos constituían una situación de inferioridad claramente determinada por el derecho; una inferioridad jurídica que no se veía. O sea, yo utilizaba como termómetro el Derecho. Hoy día en los países de Europa occidental ya no existe esa inferiorización; podemos decir que existe una igualdad formal, una igualdad ante la ley para todas las personas independientemente de la orientación sexual, la identidad de género y la expresión de género. En un momento empecé a trabajar sobre temas de asilo para personas LGBT. ¿Sabés cuándo? Cuando me llegó un caso de una pareja que no tenía acceso a la gestación por sustitución; una pareja española que llegó hasta la Corte Europea de Derechos Humanos. El abogado me pidió que le haga un informe sobre todo el proceso jurídico en España. Era una pareja que había tenido acceso en California a un niño. Un caso bastante complejo, interesante y tal, pero yo me dije: ¿Vale la pena que ponga tanta energía en este caso, en una pareja que había gastado 350 mil dólares para poder tener un hijo? En ese momento me di cuenta que yo tenía que establecer una jerarquía en mi investigación. Acá hay cosas muy graves que están pasando en Europa y en particular la cuestión del asilo, hay gente que está escapándose y no te digo hoy día en Rusia o de los países islámicos y de determinados países africanos donde hay una homofobia de Estado y las personas están corriendo peligro de vida.

—A propósito de esa sensibilización, Europa está atravesada por movimientos políticos integrados por personas LGBT+ que son anti-inmigratorias e islahomofóbicas. Reivindican derechos para las personas LGBT+ pero no para las vidas a las que te estás dedicando en este momento, las de quienes necesitan asilo. ¿Cómo interpretar esas posiciones?

—Es complejo y es un poco perverso el aumento de partidos políticos de extrema derecha y partidos autoritarios que inclusive llegaron a los parlamentos y por ejemplo -en el caso de Francia, donde el partido de Marine Le Pen tiene muchísimos gays en sus filas y especialmente diputados y representantes- la cuestión es perversa porque en realidad hoy día utilizan el argumento de “Somos el partido que protege contra el Islam y el islamismo político homofóbico”. O sea, es curioso que un partido que tuvo una tradición homofóbica y que se opuso a muchísimas de las leyes de acceso a derechos para las personas LGBT+, hoy se presente ante la población como un partido que protege a las personas LGBT+ contra la influencia islámica. Es una especie de uso político de la islamofobia, pero lo hacen también respecto de las mujeres. Los partidos de extrema derecha se presentan como defensores de las tradiciones occidentales y utilizan curiosamente argumentos de género cuando fueron tradicionalmente sexistas, misóginos y homofóbicos. Es propaganda política. Han anunciado que no van a quitar derechos fundamentales para las personas LGBT+ y que al contrario, van a proteger todavía con más ahínco a esas personas que serían víctimas para ellos de la violencia islámica o de la violencia de determinados sectores de los países árabes. Hay que tener cuidado en el análisis de las teocracias islámicas. Por ejemplo, en América Latina existe una cantidad de personas que son víctimas de “terapias de conversión”, personas provenientes de sectores evangélicos relacionados con el cristianismo neopentecostal, inclusive el movimiento de ex gays de Estados Unidos que reivindica el acceso a terapias para “dejar de ser homosexual”. Esto está fuertemente organizado por iglesias evangélicas americanas que tienen una enorme repercusión en América Latina. Y digo “evangélicas” porque en el trabajo que estamos haciendo aquí en Europa, más del 90% de las “terapias de conversión” son utilizadas por este tipo de iglesias neopentecostales. Oficialmente, la iglesia católica las condena ¿no? Entonces, si bien es cierto que existe en el mundo árabe persecución en razón de preceptos de tipo islámicos, también es cierto que en América Latina podemos encontrar determinadas religiones que utilizan preceptos de tipo cristianos para obligar a las personas a cambiar, con lo cual no podemos estigmatizar una religión.

Daniel Borrillo es uno de
Daniel Borrillo es uno de los principales teóricos y activistas por los derechos LGBT+ de las últimas décadas en Francia.

—¿En qué se diferencia el asilo del estatus de refugiado?

—El derecho de asilo es un derecho fundamental que existe desde antes de la formación de los estados nacionales. Ya existía en la Grecia antigua. El asilo forma parte de una tradición fuerte de la democracia occidental. La contrapartida del derecho de asilo es el estatuto de la persona refugiada. El asilo surge a partir de la reconfiguración del mapa europeo después de la Primera Guerra Mundial, en estados en los que se encontraban minorías nacionales de otros estados y también minorías religiosas. Pasó muchísimo por ejemplo con las personas judías. Lo que le otorga hoy día la Convención de Ginebra a cualquier persona que se encuentre en una situación de riesgo vital -que puede ser un riesgo de vida, un peligro, una situación de persecución, de tortura y tal- es el derecho al asilo en un estado; en primer lugar el asilo político: la persona que se encontraba en un estado autoritario que perseguía aquellos que políticamente pensaran lo contrario o eran miembros de una resistencia. El caso clásico. Luego la noción se fue extendiendo hasta el asilo de tipo religioso: las minorías religiosas que eran perseguidas. Hoy la jurisprudencia internacional incluye a personas perseguidas en relación a su orientación sexual e identidad de género, e incluso a su género, porque hay muchísimos casos de asilo de mujeres que se encuentran en situación de matrimonio forzado. No eran categorías previstas en la Convención de Ginebra que la Argentina firmó y ratificó, como todos los estados europeos. Fue casi una de las últimas categorías la del asilo en razón de la orientación sexual porque no estaba visibilizado. Para poder sobrevivir, la persona necesita ocultar su orientación sexual. Es una necesidad vital ocultarla entonces… ¿qué pasaba tradicionalmente cuando la persona llegaba a los países que dan asilo, por ejemplo a Francia o a Italia? Las autoridades francesas decían “¿Qué prueba que usted está perseguido por razón de la orientación sexual?” Entonces, es el perseguidor quien considera que la orientación sexual debe ser perseguida y por ende, probada. Hubo una gran evolución en los últimos 20 años y los estados fueron afinando el sistema para mostrar cuán difícil es aplicar las reglas clásicas de derecho de asilo, porque si vos sos un disidente político existe una disidencia organizada políticamente. Vos sos miembro de un partido que está prohibido y tenés una carta del partido prohibido y sos, digamos, militante de una resistencia y estás en la lista de personas. Entonces llegás a Europa y probás que estás en ese partido y estás perseguido. Pero ¿cómo probás que sos un disidente sexual?

—Imagino que en la casuística debe haber casos de expresiones de género o de ciertas características estéticas de las personas LGBT+ que precipitaron juicios por parte de los estados que van a brindar asilo; juicios desacertados a partir de la apariencia de esas personas.

—Es tan problemático como que, por ejemplo, hubo que adoptar un mecanismo para evitar que los jueces tengan una visión estereotipada de la orientación sexual. Por ejemplo, han habido casos sobre un juez que dice: “Este hombre es demasiado masculino; seguramente está viniendo a pedir asilo por razones económicas, porque no tiene aspecto de homosexual”. Obviamente no se decía de manera tan clara, pero se sobreentendía. La Unión Europea desarrolló un sistema de unificación de las pruebas que determinó que había que evitar visiones estereotipadas. Tuvimos un caso interesante de una mujer lesbiana en el que el juez dijo: “No se puede ser lesbiana un día sí y otro no” porque la mujer había estado casada y tenía hijos. Pero lo que ignoraba el juez era que la mujer había sido forzada a tener hijos; esos hijos seguramente eran productos de una violación conyugal y ella en realidad quería vivir con su pareja mujer, pero tenía que ocultarlo porque su marido la había amenazado.

—Has trabajado mucho en dos núcleos centrales para la diversidad como son la familia y el matrimonio. ¿Qué cambios notás?

—Hay una forma de legislar de tipo más uniforme, ¿no? Porque claro que desde el punto de vista político entiendo que uno tiene que reivindicar derechos en función de lo que existe y no en función de lo que puede existir; entonces, la regla de igualdad se fusiona con una norma existente, pero yo siempre defendí la idea de que los movimientos políticos al mismo tiempo de reivindicar la igualdad, no tienen que perder una perspectiva de crítica de la norma a la que están refiriéndose; porque si en el fondo el combate es para terminar siendo buenos maridos, buenos curas y buenos padres de familia… bueno, me parece restrictivo. Se puede cambiar también el contenido de la norma social. ¿Por qué uno tiene que aceptar dentro del matrimonio la norma de la fidelidad? ¿Por qué uno tiene que aceptar en el matrimonio la norma de la dualidad, o sea, que tienen que ser dos personas? ¿Por qué uno tiene que aceptar en el matrimonio la norma de la necesaria finalidad procreativa y esto lleva a que la gente, por ejemplo, haga estas inversiones enormes para acceder a vientres de alquiler o a tener digamos procreación asistida para las parejas de mujeres? Como si no existiese una completitud de la pareja en tanto tal. Por supuesto que después la gente elige lo que quiere. Todo combate político no es solamente un combate para acceder a la igualdad: a veces se tienen que hacer combates contra la igualdad, contra la uniformización de esa igualdad.

—¿Cómo estás observando la amenaza de la Corte Suprema de Estados Unidos, tras la abolición del fallo sobre el aborto, respecto del avance posible sobre matrimonio igualitario?

—La mayoría de los jueces ha dicho que no iban a volver sobre el tema de matrimonio igualitario o de otros derechos. Inclusive hicieron la diferencia entre la cuestión del aborto y otras cuestiones de derechos fundamentales. Para mí, lo interesante del fallo es que muestra la fragilidad de un sistema en donde todo se funda en la interpretación de un pequeño grupo de jueces que deciden utilizar una regla hermenéutica sobre algo fundamental para la vida de las personas. O sea, cuando esos jueces fueron progresistas, nos gustó. Ahora, son jueces conservadores y no nos gusta, pero en el fondo son dos interpretaciones posibles de la misma norma de la Constitución. Es un problema del sistema. Yo creo que el tema es tan importante que merece realmente un tratamiento parlamentario o de modificación de la Constitución. Me parece más democrático que ese tipo de decisiones las tome un parlamento y no que las tomen los jueces, aunque nos gusten cuando las toman los jueces cuando son progresistas pero después cuando son conservadores no.

La persecución a personas LGBT+
La persecución a personas LGBT+ en África y varios países de Europa del Este ha provocado una oleada de refugiados LGBT+ en Europa (REUTERS/Temilade Adelaja)

—Una ejecución por homosexual a un iraní y una inminente ejecución a tres hombres homosexuales en Nigeria son noticia. ¿Cuánto importa esto en Europa? ¿Cómo leer críticamente estas noticias y evitar que, como ejemplos extremos de homofobia, no sirvan para suavizar otras violencias homofóbicas?

—Una manera crítica de utilizar este tipo de situaciones es poner a los estados ante su responsabilidad. Todos los estados de América del Norte, de Europa y de América del Sur, como Argentina, como Francia, han firmado y ratificado la Convención de Ginebra. En este sentido, si hay una persona que está corriendo un riesgo de vida, esos estados tienen la obligación de acoger a la persona y de darle el estatuto de refugiada. Pero lo hacen poco, o no lo hacen, o no lo hacen sistemáticamente. Tampoco cumplen con la información que tendrían que dar respecto de sus sistemas consulares, o sea, porque mucha gente en esos países ni siquiera sabe que tiene este derecho porque no existen asociaciones, porque no existe una sociedad movilizada. A mí me parece que ante la gravedad de la situación hay que poner a nuestros estados ante la responsabilidad no solamente de dar el asilo sino también que el Estado ponga en marcha todos los mecanismos, no simplemente la buena conciencia. Poner en marcha todos los mecanismos para que la persona sepa que puede pedir a una embajada, que las embajadas también pueden hacer denuncias públicas de estas situaciones, porque en el presente es la única categoría sustancial en que la persona se encuentra en situación de pena de muerte. En las otras categorías, la persona puede estar en situación de pena de muerte por lo que la persona hace, pero respecto de las personas LGBT+ están en pena de muerte por lo que las personas son. Por eso hablo de sentido sustancial, ontológico: te van a matar porque sos lo que sos y no por lo que estás haciendo. Para mí la crítica es poner a los estados ante la hipocresía de declamar que hay derecho de asilo, pero no hacer nada para que esos derechos sean eficaces.

—De hecho, llega a Qatar el mundial de fútbol masculino en un estado que sostiene una homofobia ya denunciada.

Es de una indecencia total. Era evidente que no se podía festejar un mundial ahí. Es un estado abiertamente homófobo, en donde hay persecución clara de las personas por lo que son y no por lo que hacen, pero además porque todo el sistema en el que se basa la construcción del evento está basado en la esclavitud. Está probado que toda la gente que ha ido a trabajar fueron inmigrantes que no tienen absolutamente ningún derecho, o sea, es doblemente grave: grave por la homofobia y también es gravísimo porque se sabe fehacientemente que se violaron todas las convenciones de lo que se llama las formas modernas de esclavitud, o sea, es un estado homófobo y esclavista.

—¿Cómo observás la situación de la Argentina y los países de la región, que viven cambios políticos tan inquietantes respecto de la diversidad sexual?

—Lo que decía: deben abrirse a la acogida de personas que están siendo perseguidas. Y me interesa pensar una sociedad post-identitaria. Una vez que hemos conseguido lo que conseguimos jurídicamente, políticamente, socialmente, cómo dejar abierta la brecha para que las personas puedan ser quienes son en tanto individuos. Nuestro trabajo intelectual es pensar el mañana y pensar también en cómo garantizar la libertad de las personas independientemente de sus identidades, que son siempre escogidas, son siempre íntimas o siempre identidades que no deben ser impuestas por ninguna institución y ningún Estado.

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