Kai tiene 11 años y vive con su mamá y su hermano en un barrio tranquilo de Austin, Texas, al sur de Estados Unidos. Se supone que su vida debería rondar entre ir a la escuela primaria, hacer los deberes y jugar en la vereda. Kai, sin embargo, no tiene maestras ni escuela, tampoco puede salir a jugar y, si tenía amigos, ya no se animan a acercarse. La razón es que Kai es una niña trans y vive en el Primer Mundo y en el infierno al mismo tiempo.
En febrero de este año el gobernador de Texas, Greg Abbott, inició una suerte de cacería contra las personas transgénero: no contra las personas adultas, que en todo caso podrían defenderse, sino contra niñas y niños que nacieron con un determinado sexo biológico pero se perciben de otro. Ese fue el caso de Kai, que nació como varón y a los tres años pudo decirle a su mamá -una mujer hasta entonces abiertamente homofóbica- que era una nena.
Lo que hizo el gobernador, que pertenece al ala más conservadora del Partido Republicano, fue enviar una directiva al “Departamento de Familia y Servicios de Protección”, en la que exigió que los tratamientos hormonales que suelen usar las niñeces trans para frenar la pubertad sean investigados como “abuso infantil”.
En ese sentido, pidió a la Justicia que todos los profesionales de la salud y docentes que atiendan o den clases a niñas y niños transgénero sean considerados como autores de esos abusos y, por tanto, puedan ser denunciados penalmente. Y más aún: que a los padres que ayuden a sus hijos a hacer las llamadas “transiciones médicas” se les quite la custodia.
Esa es la razón por la que Kai Shappley, que a pesar de tener 11 años recibe todos los días amenazas de muerte, le dijo la semana pasada a un periodista de la revista Vogue:
“Yo duermo con mi mamá, porque tengo miedo de lo que pueda pasar. Estoy realmente cansada”.
Un ajustado vestido de muñeca
Kai, en este contexto abrumador, podría ser una niña LGBT+ escondida en el closet. Sin embargo, fue una de las primeras niñas trans del país, al menos entre las “visibles”, y dar entrevistas, participar de documentales y hasta dar discursos públicos es la forma que encontró su mamá de protegerla. Tampoco ella, a pesar de su edad, tiene en sus planes bajar la voz. El 4 de julio, de hecho, escribió en Twitter:
“Mi mamá vendió nuestra casa y todo lo que no cabe en nuestro auto porque el estado en el que nací no es seguro para los niños trans. De todos modos... feliz Día de la Independencia a todos los que puedan celebrarlo”.
Kai tenía tres años la noche en que su mamá la vio meterse en la cama y notó que tenía las piernas moradas por la falta de circulación. “En un acto secreto de desesperación, Kai se había puesto ropa de muñeca demasiado pequeña para reclamar una niñez prohibida”, contaron en Vogue. Kimberly, su mamá, ya había notado “cosas raras” en su hijo por eso le rapaba la cabeza y la obligaba a usar ropa de varón.
“Pero Kai no solo me dijo que era una niña”, contó su mamá en la entrevista. “Me decía: ‘Mamá, vos sabés que soy una niña’ “. Kimberly comenzó a notar tendencias depresivas en su pequeña hija. Ella, que hasta ese momento creía que Dios la había llamado a condenar a niños como su hija, empezó a cuestionarse todo.
Las consecuencias de aceptar lo que estaba pasando fueron clarísimas. Kai empezó la llamada “transición social” a los 4 años, cuando le dijo a su maestra de jardín que no era un varón y que la llamara Esther. Estaba lejos de la pubertad por lo que todavía no necesitaba usar ningún medicamento para frenar esos cambios, es decir, todavía estaba lejos de la “transición médica”.
Las humillaciones, sin embargo, se transmitieron en cadena nacional, porque mientras los críticos conservadores salían a decir públicamente que era un varón que intentaba invadir los baños de las nenas y los docentes debatían a qué baño mandarlo, Kai se hacía hacía pis encima. Su historia tomó estado público y las consecuencias fueron cada vez más feroces.
Sus padres se separaron y los familiares se alejaron. Los comentarios de las entrevistas eran, en su mayoría, amenazas de muerte, con la dirección de su casa incluida, por lo que tuvieron que mudarse a otro departamento y ponerlo a nombre de otra persona para que no pudieran buscarlos. También fueron expulsados de la iglesia: cuando la mamá de Kai decidió apoyarla, los pastores decidieron apartarla, aún a pesar de todos sus años de trabajo como ministra carismática en una mega iglesia de Houston.
A pesar de haber sido una homofóbica militante, el apoyo de la mamá a su hija hizo que en 2017, cuando la nena tenía 6 años, la comunidad LGBT+ de Houston le ofreciera ser la oradora principal de la Marcha del Orgullo. “Había estado predicando contra las personas LGBTQ+ desde púlpitos un mes antes”, contó Kimberly, por eso se sorpendió.
Así y todo, no dejaba de ser “una distinta”: una madre que cuestionaba los dogmas y apoyaba abiertamente las decisiones sobre la propia identidad de su hija menor de edad.
Al año siguiente y por la falta de apoyo de la escuela de Kai, la familia se mudó para que pudiera ir a un colegio abiertamente “gay friendly”. La persecución contra la niña, sin embargo, no cesó. Es más, creció mucho desde que el gobernador de Texas puso contra las cuerdas a sus propias maestras.
¿Parece Texas un infierno aislado en el Primer Mundo? Quizás, pero no lo es. Hasta el mes pasado, 26 estados de Estados Unidos habían presentado proyectos de ley anti-trans. Ohio está por promulgar la ley SAFE (“A salvo”), cuyo nombre es “Salvemos a los adolescentes de la experimentación”.
El proyecto está inspirado en una legislación similar que ya fue aprobada en Arkansas. Esa ley prohíbe desde el año pasado suministrar tratamientos hormonales para menores transgénero, por lo que el blanco del ataque es, claramente, lo que se conoce como “transición médica”.
Todo eso llevó a Kai, que está muy cerca de empezar la pubertad, a tomar un rol activo en la batalla. En 2018 ya había sido el corazón de “Trans In America: Texas Strong”, un documental que fue premiado con un Emmy. Pero fue el año pasado, cuando solo tenía 10 años, que Kai dio un discurso ante el Comité de Asuntos del Estado de Texas.
“Tuve que dar explicaciones sobre mí desde que tenía 3, 4 años. Los legisladores de Texas me han atacado desde que iba al jardín de infantes. Estoy en cuarto grado ahora. Cuando escucho que ahora el target es nuestra adolescencia me enoja muchísimo. Todo ha sido tan escalofriante y avasallante... me entristece que algunos políticos estén usando a niñas trans como yo para obtener votos de personas que me odian solo porque existo”.
Al fervor por negar su existencia, Kai respondió con más visibilidad. El año pasado, por ejemplo, fue la protagonista de un episodio de la serie de Netflix “Babysitter’s Club”.
Mientras tanto, aquello de que los padres que ayuden a las transiciones médicas de sus hijos podrían perder la custodia sigue “en veremos”.
En principio, la justicia bloqueó las investigaciones sobre madres y padres pero en mayo la Corte Suprema del estado de Texas revocó parcialmente esa orden judicial. El mes pasado volvieron a bloquearla y ahora nadie sabe qué pasará. Sin embargo, sólo imaginar a esos niños separados de sus familias y enviados a refugios deja al terror flotando en el aire.
Es por todo esto que Kai ya no va a la escuela. Es su mamá quien le da clases en su casa; también a su otro hijo, que paga las consecuencias de ser “el hermano de”. Quien era su maestra decidió dejar Texas y mudarse a Oregon después de recibir las directivas del gobernador. Tenía la orden de denunciar a los niños trans y a sus familias, o negarse e ir presa.
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